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Hace unas décadas, en las sociedades occidentales el fumar marihuana llegó a ser un rasgo fundamental en la definición identitaria de ciertos grupos, como los hippies. En nuestro país, la marihuana ha sido utilizada por personas adscritas a ciertos agrupamientos juveniles, significándola como una manera de resistirse culturalmente a los poderes establecidos; sin embargo, en la actualidad el empleo de esta sustancia ha tendido a normalizarse en algunos sectores, expandiéndose a una gran diversidad de grupos que no necesariamente le dan el mismo sentido. Aun así, la sociedad continúa asociando el empleo de esta droga con la marginalidad e incluso con la delincuencia, lo cual puede entenderse considerando que las condiciones sociales y económicas de inestabilidad y desigualdad que afectan a un alto porcentaje de la población joven de nuestro país impiden mirar el consumo de marihuana de la misma manera que en los países desarrollados.
La estigmatización ocasiona la desacreditación y el desprecio de los usuarios, debido a estereotipos y prejuicios que se ponen en juego y que, en última instancia, llevan a la discriminación. Este estigma, que asocia el consumo de marihuana con la marginalidad, la violencia y el delito, es todavía mayor cuando se refiere a usuarios que pertenecen a ciertas categorías sociales: hombres jóvenes, provenientes de condiciones socioeconómicas desfavorables.
El uso recreativo de la marihuana
¿Qué significado tiene consumir marihuana en la actualidad? ¿Existe algún tipo de experiencia mística asociada? ¿Es una búsqueda liberadora o es unamanifestación de rechazo a su prohibición legal y social? ¿Es solamente una manera de modificar estados de conciencia y percepción con fines recreativos? ¿Fumar marihuana se asocia con ciertas identidades culturales o se ha normalizado su consumo y en consecuencia extendido a diversos sectores? ¿O se asocia, como las drogas “duras”, con la marginalidad, el desarraigo y la violencia?
Como señala Peter Furst, existe una interrelación esencial entre la naturaleza y la cultura, entre la química, la disposición mental y el contexto social e histórico en el uso de sustancias, y no comprendemos aún plenamente el papel farmacológico o cultural de los elementos que se agregan a muchas plantas de psicoactividad conocida o sospechada. Así pues, considerando que los efectos del uso de cualquier sustancia psicoactiva dependen de tres factores condicionantes (sustancia, consumidor y contexto), es importante dar cuenta de este último, al menos brevemente, por ser un elemento fundamental y, en este sentido, situado de manera específica en un momento histórico particular.1
Los efectos de una sustancia psicoactiva dependen de tres factores: la sustancia, el consumidor y el contexto, siendo este último un elemento fundamental situado en un marco cultural que es variable y evoluciona con el tiempo.
Describir y comprender contextos específicos implica acercarse a la realidad desde el punto de vista de los actores que los ocupan, por lo que la mayoría de los estudios sobre el tema son de corte cualitativo, destacando como técnicas de recolección de datos las de corte etnográfico (observación, conversaciones) y las entrevistas en profundidad, mismas que dan importancia a la subjetividad tanto de los participantes como de los investigadores. Por todo ello, es difícil hacer una generalización de dichas investigaciones en la medida en que éstas precisamente no pretenden dar explicaciones ni generalizaciones, sino orientar hacia una comprensión sobre el sentido que los sujetos y/o las comunidades le otorgan a los fenómenos, en este caso, al consumo de marihuana.
Este consumo no ocurre en un vacío, y los contextos en que se realiza pueden estar normalizados o no, y estar vinculados con aspectos ya sea lúdicos, rituales o terapéuticos. Aquí se abordará exclusivamente el uso recreativo, debido a que en las sociedades modernas occidentales el contexto habitual de consumo es prioritariamente lúdico. El terapéutico se desarrolla en el capítulo xii, y lo ritual, entendido como “aquel modo de comunicación en donde se transmiten mensajes eternos y duraderos por medio de los postulados sagrados fundamentales”, es un uso poco frecuente, no por ello menos importante, pero es realizado por grupos específicos2 que rebasan el objetivo de esta obra.3
La marihuana es, efectivamente, la droga ilegal con mayor prevalencia de consumo en nuestro país, especialmente entre algunos sectores juveniles, por loque es posible pensar que existe una gran variedad de tipos de usuario. Por ello, cabe preguntarse, ¿existen ciertos contextos en los que es más frecuenteconsumirla o incluso donde se tolera y promueve su consumo?, y en consecuencia, ¿existen estilos de vida asociados a lo que podríamos denominar una “cultura cannábica”, entendida como una serie de rituales (prácticas rutinarias), símbolos e historias con las que todos los usuarios se relacionan pudiendo ser o no contraculturales?4
En las sociedades modernas occidentales, el contexto habitual de consumo de marihuana es recreativo, y al igual que ocurre con otras sustancias, el disfrute de las sensaciones producidas se asocia con una valoración favorable de la experiencia, que el consumidor aprende en sus interacciones sociales con otros.
Lo contracultural se puede definir como “aquellas expresiones culturales que de algún modo se enfrentan, explícita o implícitamente, a las corrientes culturales hegemónicas”.5 En su acepción sociológica, se refiere a las prácticas sociales, políticas e ideológicas que surgieron en los años sesenta en los Estados Unidos, específicamente al hippismo, y que se extendieron a sectores juveniles de países industrializados hasta destruirse o integrarse en las respectivas formaciones sociales según cada caso. Estas contraculturas suelen también ser culturas juveniles, es decir, expresión colectiva de los jóvenes, que construyen estilos de vida claramente distintivos de la “normalidad” cultural.6
En la segunda mitad de los sesenta comenzó una marea de expansión de la marihuana como droga de masas que aún sigue viva. Su inicio se sitúa en esa mal conocida “revolución” contracultural que afloró entonces, cuando jóvenes de clases medias en los países más ricos de Occidente se dieron a la contestación moral y política que incluía nuevos estilos de vida, chocantes gustos musicales e indumentarios, una moral sexual menos represiva y cierto consumo rebelde de drogas ilegales. Todo resultaba tremendamente escandaloso a una moral que unos años antes parecía no ofrecer fisuras ni razones para el descontento. Desde entonces, se ha consolidado una tradición moderna de uso popular de hachís y marihuana que no tiene antecedentes históricos y en la que han participado ya tres generaciones.7
Al respecto, Sandberg señala que en el mundo occidental, la marihuana ha sido un abarcador de identidad y cultura que se resiste a las normas de la mayoría, y se sigue asociando con tipos de música y estilos de vida, como el reggae y el rastafarismo.8 Sin embargo, la “cultura cannábica” parece estar actualmente cada vez más fragmentada, por lo que ya no domina las vidas de las personas como ocurría antes, además de que se ha hibridizado con otras influencias culturales y con el uso médico. Los consumidores adultos, personas digamos de 40 años o más, son las que podrían estar más cercanas a esta “cultura cannábica” que los jóvenes o adolescentes que también consumen alcohol y otras drogas, acuden a “antros” y tienen múltiples expresiones musicales.9
Usar marihuana en la actualidad no necesariamente define a una persona o grupo como ocurría hace unas décadas. “Fumar mota” no es necesariamente el proyecto de vida más importante para un joven; los usuarios pueden observar o ignorar rituales y jugar con los símbolos, interpretándolos y reinterpretándolos. De hecho, los usuarios pueden estar “normalizados” y no relacionarse con la “cultura cannábica”, aunque lo que parece permanecer más o menos constante en diversos contextos es el significado de la marihuana como referente de rebelión y de diferencia frente a lo establecido.10
Así, el fumar marihuana para algunos sectores constituye un modo de identificación con ambientes marginales y de distanciamiento con el formalismo, pero sin realmente llegar a ser marginal ni desviado.
Permite un compartir agradable con amistades sin mayor compromiso social. Evoca atmósferas de relajamiento, de euforia, de goce sensual donde se puede asociar eventualmente comida, bebida y sexo. Es, para algunos, el descanso del fin del día o del fin de semana, el escape en un momento de placentero ensueño donde uno puede dejar correr su imaginación, recrear las ideas más fantasiosas, dejar divagar el pensamiento, soltar las tensiones inducidas por las múltiples obligaciones del mundo moderno. Es como darse el derecho a un recreo, a un paréntesis.11
En países como los Estados Unidos, España y Gran Bretaña, el uso de marihuana se ha ido percibiendo cada vez como más normal y aceptable, lo que no sólo responde a un aumento de la oferta, de la disponibilidad o del consumo, sino a un cambio en las normas que regulan esas conductas y en los valores y significados predominantes. No se ve ya como una conducta inmoral o desviada, aunque no esté completamente aceptada e incluso se espere que no se realice. Esta extensión y normalización, particularmente en amplios sectores juveniles, indica cambios en el significado de uso y difumina algunas diferencias de género y clase social, pues su empleo no se percibe necesariamente como de alto riesgo ni tiene connotaciones negativas o estigmatizadoras, pareciéndose cada vez más al consumo de tabaco y alcohol que al de otras drogas ilegales.12
En esta línea, Vega y Gutiérrez13 agregan que las sensaciones producidas por la marihuana no son necesariamente placenteras, y que el disfrute llega por la valoración favorable de la experiencia que los consumidores aprenden en sus interacciones sociales con otros, apropiándose de discursos y prácticas que inhiben el miedo y relativizan los discursos morales que mantienen a raya el consumo de marihuana.
La vertiente lúdica y recreativa del consumo de marihuana en espacios de diversión y relajación conlleva, como señala Nateras,14 a una experiencia individual que siendo construida colectivamente “no exenta tener ‘un mal viaje’, ‘una mala experiencia’, ya que influye la calidad de la ‘yerba’, el estado físico y afectivo de quien la consume, así como el ambiente social en el que se esté y los contextos culturales a los que se pertenezca”.
Algunas culturas juveniles otorgan un valor simbólico a las formas de usardrogas, lo que contribuye a las concepciones de los participantes acerca de los rasgos y significados asociados con el comportamiento de consumo. El mantenimiento de normas y valores dentro de ese contexto provee expectativas acerca de cómo debe de usarse una droga en particular, y da oportunidades de compartir actividades rituales que llevan a crear un sentido de solidaridad y comunidad. De esta manera, consumir ciertas drogas de maneras específicaspuede modelar lazos sociales e influir en el estatus social.15
En su etnografía de la cultura del hip hop16 y de las jam bands,17 M. Pawson y B. C. Kelly visibilizan las diferencias en las actividades rituales y rutinas que rodean el consumo de marihuana. La escena jam, por ejemplo, muestra un comportamiento amistoso en el cual se comparte la sustancia durante las “tocadas”, incluso con personas desconocidas, lo que lleva con más frecuencia al consumo excesivo. En contraste, en la escena del hip hop, y a diferencia de lo que pudiera pensarse, los rituales de los fumadores de compartir el blunt18 solamente en grupos pequeños y entre conocidos, conlleva a la moderación más que a las prácticas de consumo excesivo, que incluso es sancionado por el grupo al ser muy valorada la autorregulación como parte de la hipermasculinidad desplegada por los varones.19
Para finalizar, queda mucho que investigar sobre este tema en nuestro país. Alfredo Nateras señala que algunos jóvenes, tanto hombres como mujeres, “han empleado la marihuana circunscrita a determinadas adscripciones identitarias, lo cual no implica que pertenecer a tal agrupamiento (por ejemplo, los ‘cholos’ o los ‘hip-hoperos’) defina que se tenga que ser usuario de ciertas sustancias; sin embargo, cuando se utiliza la droga, entra como artefacto cultural en la configuración de esa afiliación de identificación por su valor simbólico, es decir, por lo que representa y significa”. Y agrega:
No hay una sola motivación para el consumo de la marihuana, sino que existen varios sentidos y diferentes significados que se pueden dar al mismo tiempo. Uno de ellos es que interpela a los poderes instituidos, a los mundos adultos, a las instituciones de control —la familia, la escuela— y a las figuras de autoridad. Otro es que ha sido una forma de resistencia cultural que señala una distinción muy notoria en agrupamientos como los “pachucos”, los “tarzanes”, los “hippies”, los “estudiantes”, los “rastas o rastafaris”. Otro más es la intervención que se hace del propio cuerpo en la lógica de la “decisión relativa de sí”, en el entendido de que las corporalidades son espacios de lo poco que les queda a los jóvenes, pues la droga altera física y emocionalmente a como les dé la “gana”.
Sin embargo, otros autores son pesimistas al considerar que
el elevado consumo de drogas del primer mundo no se promueve necesariamente por la condición demográfica (cantidad de jóvenes) de sus sociedades, sino por la condición socioeconómica que disfrutan (su estilo de vida); es decir, pueden recrearse consumiendo droga y eso no los llevará a involucrase necesariamente en delitos conexos, a desertar de la universidad o a quedar desempleados; afortunadamente viven en una sociedad que les garantiza cierta estabilidad. Mientras tanto, el consumidor del tercer mundo, con menos garantías sociales, ingiere la droga en un contexto más adverso, sin protección médica, con familias desintegradas, bajo nivel escolar y desempleo.20
Bajo la visión de A. R. L. Ramírez, en los países en vías de desarrollo elconsumo de drogas puede tener un impacto más negativo, y es en los sectores con mejor condición socioeconómica donde puede observarse un consumo recreativo.21
Conclusiones
En las sociedades modernas occidentales el contexto habitual de consumo de marihuana es lúdico o recreativo, y al igual que ocurre con otras sustancias, el disfrute de las sensaciones producidas se asocia con una valoración favorable de la experiencia, que el consumidor aprende en sus interacciones sociales con otros.
En la segunda mitad de los sesenta, el empleo de marihuana se expandió entre jóvenes de clase media de los países más ricos de Occidente, en un contexto de protesta frente a las normas morales y los poderes políticos, y a partir de ese punto se ha desarrollado una tradición moderna de uso popular de hachís y marihuana. En la actualidad, la “cultura cannábica” está fragmentada y se ha hibridizado con otras influencias culturales. Es decir que el fumar marihuana no necesariamente define a una persona o grupo como ocurría hace unas décadas. En algunas naciones del primer mundo el consumo de marihuana se ha ido percibiendo como una práctica cada vez más normal y aceptable, lo cual se debe no sólo a un aumento de la oferta y del consumo. Existen además cambios en las normas que regulan esas conductas y en los significados que se asocian con el empleo de marihuana.
En México, el consumo de marihuana ha sido un artefacto de identificación con adscripciones identitarias, pero no hay un solo significado o motivación para su consumo y el empleo de esta sustancia se sigue vinculando con una forma de resistencia cultural. Tanto en nuestro país como en otras naciones de Latinoamérica aún se asocia el empleo de marihuana con contextos de ilegalidad y violencia.
La estigmatización del consumidor de marihuana
El punto central de este apartado radica en comprender el estigma que carga la población usuaria de drogas y con dependencia de sustancias, particularmente de la marihuana, como producto de estructuras, mecanismos y discursos sociales que permean la subjetividad de todo sujeto en contacto con el tema: desde el consumidor recreativo, el paciente dual, el médico general y/o psiquiatra, hasta el legislador encargado de las políticas de salud de un gobierno.
Los estigmas hacen referencia a las representaciones sociales negativasbasadas en características físicas, psíquicas o sociales que poseen las personas yque los llevan a que sean desacreditadas, aisladas o despreciadas, siendo éste el proceso de estigmatización.22 El estigma discrimina y actúa como un medio de control social que se aplica a través de la marginalización, la exclusión y el ejercicio de poder sobre aquellos individuos que cargan el estigma. Se trata de una elaboración basada en creencias en torno a lo característico o diferencial de un grupo; sólo lo diferente puede ser objeto de una concepción estereotipada y, por lo tanto, no hay estereotipos sin un grupo social de referencia. Atendiendo a lo propuesto por Durkheim acerca de las representaciones sociales, los estereotipos son sociales en su origen, en su referente u objeto (un grupo social) y son compartidos.23
Los estereotipos son, por lo tanto, el conjunto de creencias acerca de los atributos que poseen personas o grupos específicos; son la expresión yracionalización de un prejuicio y se ubican en la memoria de los individuos.24Apuntan al aspecto cognitivo; suponen una forma de simplificación en la percepción de la realidad, por lo tanto son construcciones y generalizaciones que conforman tipos de grupos a los que se les atribuyen una serie de características inherentes a la propia cultura del grupo.25 Los prejuicios, por su parte, operan en un nivel relacionado con lo emocional, definiéndose como el afecto o la evaluación negativa del grupo. Por último, la discriminación se relaciona directamente con lo conductual, es decir, sería la conducta de falta de igualdad en el tratamiento otorgado a las personas en virtud de su pertenencia al grupo o categoría en cuestión.
G. Touzé26 clasifica cuatro tipos de estereotipos en torno a los usuarios de drogas, a partir de la clasificación de E. Goffman:27 1) Los existentes en cuanto al propio concepto de droga: su análisis implica considerar qué se entiende por “droga” y cuáles son todas sus dimensiones, especialmente las culturales y simbólicas. Es importante tener en cuenta que es la sociedad la que determina qué sustancias son consideradas drogas y cuáles no, por lo tanto, la lógica sociocultural es la que impera por encima de la científica. 2) Los relacionados con el fetichismo de la sustancia: la droga se identifica como un ente mágico, se le asigna poderes y capacidades contaminantes, se la explica como algo externo a la sociedad que amenaza a la población sana.28 3) Los que identifican una actitud individual o colectiva de oposición a la sociedad: a lo largo de la historia se ha identificado al adicto o dependiente a las drogas como un hombre joven, que no acepta las normas sociales y que, para correr con los gastos derivados del consumo de drogas, se ve envuelto en situaciones delictivas. 4) Los asociados con la imagen del usuario de drogas: una persona despreocupada con respecto a su propia salud, al que la droga lo condujo a la degeneración física, psíquica, moral, con rumbo directo a la muerte.29
Proceso de estigmatización del usuario de drogas
B. Link y J. Phelan definen el proceso de estigmatización a través de una serie deoperaciones articuladas: 1) se produce una identificación social de diferencias humanas y se establecen las etiquetas; 2) se acopla el etiquetamiento a las características indeseables o estereotipos negativos; 3) tiene lugar una separación entre ellos y nosotros; 4) se experimenta una pérdida del estado y la discriminación; 5) por último, surge la desigualdad, el rechazo y la exclusión comoefecto del proceso de discriminación y como muestra de que el estigma dependedel poder.30
En la estigmatización de los usuarios de marihuana participa el propio concepto de “droga”, pues es la sociedad la que determina qué sustancias son consideradas drogas “ilegales” y cuáles son “legales”, y en este proceso la lógica sociocultural ha imperado por encima del conocimiento científico.
La imagen popular del usuario de drogas se construye en la opinión pública a partir de los movimientos contraculturales de la década de 1960.31 Es en esta década cuando se construye en el imaginario social una visión negativa de los consumidores, y la criminalización de las drogas contribuye a que se den las condiciones para que el consumo se convierta en un hecho conflictivo a nivel social.32 Esta identificación se funde en un contexto marcado por la marginación y fragmentación social, es decir, se tiende a asumir una relación entre uso de drogas, estatus de minoría y pobreza.33
Los medios de comunicación muestran a la población noticias sobre adictos a las drogas, relacionando a éstos con actos violentos, robos, muerte, etc. Es decir, ofrecen una visión negra que oscurece una realidad social más amplia.34 El estereotipo que identifica al dependiente de sustancias como “hombre-joven-marihuano-delincuente” contribuye a generar en la población emociones de miedo y rechazo.35 Este fenómeno está fuertemente asociado a un proceso derepresentación social negativa.36 Las representaciones sociales nos permiten una visión más coherente y tranquilizadora, ya que son compartidas y sirven para comprender los mecanismos que intervienen en los procesos de estigmatización social y para interpretar la construcción social del llamado “problema de las drogas”. Es importante señalar que las representaciones sociales del problema de las drogas no tienen por qué corresponderse con las características objetivas del fenómeno en sí, pues en los fenómenos sociales es igualmente importante lo que en realidad pasa y lo que la gente cree que pasa.37
Desde la perspectiva social, se considera que el uso de sustancias psicoactivas conduce de manera inevitable a la degradación del ser humano. En los imaginarios colectivos de muchos de los no consumidores, la marihuana simboliza la puerta de entrada al “oscuro, peligroso y degradante” mundo de las drogas. Existe una arraigada creencia según la cual la marihuana es la sustancia que introduce a los jóvenes a un consumo desmesurado no sólo de esta sustancia sino de otras tantas. Esta concepción cultural es una de las bases de la argumentación que sustenta el estigma en contra de la marihuana y sus usuarios; sin embargo, partiendo de la evidencia científica de la llamada “teoría de la puerta de entrada” que describe una secuencia frecuente en el inicio de las sustancias legales e ilegales, se entiende que se trata de un fenómeno mucho más complejo, dependiente entre otras cosas del acceso a las sustancias y de la vulnerabilidad del individuo (véase “La marihuana como droga de entrada” en el capítulo vii).
Se considera que las drogas, independientemente de cuáles sean, llevarán a la adicción o la delincuencia, o peor aún, a las dos cosas. El estigma que asocia “uso” con “adicción” no se limita entonces al sujeto que presenta un consumo problemático de drogas, sino que se aplica para referirse a cualquier usuario, sin importar droga o patrón de consumo. De este modo, se invisibiliza a la población de consumidores que no padecen abuso o dependencia, discriminándolos por su supuesta falta de voluntad. El segundo estigma es una extensión del primero, pues al referirse a los usuarios como adictos cuya necesidad de consumo los lleva a perder la voluntad, se implica la posibilidad de robar y agredir a otros para conseguir dinero y comprar más drogas. De esta manera, se cree que el uso de drogas derivará inexorablemente en delincuencia.
El estigma del “usuario de drogas ilegales” no se limita al sujeto con dependencia o con consumo problemático, sino que se aplica a cualquier usuario, sin importar la droga o patrón de consumo.
Una vez construida la identificación de sujeto consumidor de sustancias ilegales en el imaginario social, sigue la puesta en práctica de actitudes de segregación, como un elemento que responde al temor que supone la posibilidad de contagio y difusión. Por lo tanto, es la sociedad la que define a los “colectivos desviados”, alejándolos de las “personas normales”. Ante el rechazo social el grupo marginado tiende a cohesionarse y a acentuar su comportamiento, lo que provoca una mayor represión, ampliándose de este modo la espiral de la segregación.38
C. Sterk-Elifson enfatiza que dependiendo de la clase social que ocupe un sujeto se darán interpretaciones diferentes a un mismo hecho. Mientras que el uso de ciertas drogas por individuos de clase media puede visualizarse como tolerable, las drogas y vías de administración más prevalentes entre los consumidores de clase baja quedan asociadas a la idea de destrucción social y estos hábitos se catalogan como reprobables.39 En este sentido, el juicio social varía dependiendo de la droga consumida y de las características sociales del propio consumidor. Con respecto al género del usuario, el empleo de sustancias entre las mujeres es motivo de mayor estigmatización y aislamiento, pues se le atribuyen etiquetas distintas (relacionadas con el fracaso en los roles asignados de madre y esposa).40
Ahora bien, los jóvenes consumidores de marihuana visualizan la prohibición y el estigma que genera el consumo como fuentes de incomprensión, rechazo e injusticia. Ellos no se consideran criminales o enfermos por consumir dicha sustancia. Es más, estos consumidores consideran que las personas estigmatizadoras tienen sus propios vicios y que inclusive éstos son más perjudiciales que la propia marihuana, entre ellos el consumo de alcohol, tabaco, ludopatía y hasta la adicción al poder. Este razonamiento muestra cómo los consumidores reconocen con orgullo su gusto-afición-amor por la sustancia, pero también el rechazo a lo que ellos consideran como otras formas de adicciones existentes en la sociedad que los juzga.41
Sin embargo, la estigmatización empuja a los consumidores a la clandestinidad y, con ello, los aleja de las normas que rigen la vida en sociedad, los excluye de sus derechos y los acerca a la ilegalidad de una forma tal que la clandestinidad se convierte en parte de su identidad, una identidad paralela a la oficial.
Ante el rechazo social el grupo marginado tiende a cohesionarse y a acentuar su comportamiento, lo que provoca una mayor represión, ampliándose de este modo la espiral de la segregación.
Estigma y exclusión en el sistema de salud
Uno de los efectos de la estigmatización es que limita el acceso a ciertos grupos específicos de individuos a derechos básicos como la salud. La particularidad que profundiza la situación desigual en la que quedan las personas que usan drogas ilegales es que sobre ellos cae no sólo la condena social del estigma (simbólico), sino la posibilidad cierta y real de ser encarcelados. Con ello, la minoría de usuarios que han desarrollado un uso problemático a una sustancia ilegal tienen barreras importantes para acceder en forma libre y oportuna a un tratamiento adecuado. Como refiere Aureano al enfatizar el fenómeno del consumo de drogas desde su legalidad y/o prohibición, quedan relegadas las cuestiones relativas a la salud de las personas que tienen un problema de dependencia.42
La estigmatización del consumidor de drogas ilegales y la vinculación a una conducta delictiva es una limitante para que aquellos que requieren tratamiento por consumo problemático reciban atención médica.
Por lo anterior, es relevante estudiar los procesos de estigma como barrera de accesibilidad a la atención en salud, a partir de lo cual es posible plantear componentes que disminuyan dicha exclusión.43
La ops/oms propone, como necesidad, que se incluya en la agenda política y sanitaria de los países el tema de la accesibilidad a la atención en salud de aquellas personas con diversas problemáticas de salud mental. Para ello, sería necesario en un primer término visualizar el papel que cumple el estigma, para posteriormente abogar por el respeto de los derechos de las personas estigmatizadas y así diseñar e implementar políticas destinadas a eliminar los efectos producidos por los procesos de estigma.44
Un primer camino es poner en discusión las categorías que habitualmente se relacionan con el consumo de drogas: enfermedad y delito. En cuanto a la nominación de enfermedad, es tiempo de separar a quienes hacen usos recreativos de drogas (principalmente ilegales), de aquellos que manifiestan un consumo problemático. Por su parte, en cuanto a la vinculación con el delito, las políticas de represión han fracasado como estrategias para disminuir la demanda, y no han favorecido el que aquellos que requieren tratamiento por el consumo problemático de sustancias ilegales reciban atención.45 La reducción de la estigmatización y la discriminación son entonces fundamentales para la elaboración de políticas de inclusión desde una lógica de respeto por los derechos humanos.46
El estigmatizar al consumidor de marihuana evita distinguir entre aquellos que hacen un uso recreativo de la sustancia de aquellos que manifiestan consumo problemático y que requieren de algún tipo de intervención clínica.
Conclusiones
La estigmatización responde a una serie de procesos que implican la identificación de un grupo social, al cual se le etiqueta con características indeseables o estereotipos, quedando dicho grupo separado de la “normalidad” y siendo víctima de discriminación y tratos desiguales. En este sentido, los usuarios de drogas ilegales han sido etiquetados en el imaginario colectivo como individuos que suponen un riesgo social, enmarcados en contextos de marginación y pobreza. Uno de los elementos que contribuye a la estigmatización del usuario de marihuana es que esta sustancia es vista como la “puerta de entrada” al consumo de otras drogas. Los discursos estigmatizadores favorecen que todo uso de drogas ilegales, aun en contexto recreativo, sea visto como un problema de dependencia, impidiendo la identificación de aquellos usuarios de sustancias ilegales que verdaderamente presentan un problema de salud y dificultando su acceso oportuno a un tratamiento adecuado. La reducción de la estigmatización de los usuarios de drogas ilegales resulta necesaria para la elaboración de políticas de inclusión basadas en el respeto a los derechos humanos.
1 P. T. Furst, Los alucinógenos y la cultura, Fondo de Cultura Económica, México, 1980.
2 El uso ritual de plantas sagradas fue documentado entre grupos indígenas en México por cronistas de la Nueva España y existen estudios antropológicos actuales al respecto. Véase M. D. P. Arroyo, “Enteógenos: nuevos usos para viejas drogas”, Apuntes de Ciencia (4): 29-37, 2011; L. G. Chévez, “Enteógeno sagrado entre los nahuas de Guerrero”, Cuicuilco, 19 (53): 301-324, 2012, y L. B. Cubero, “El uso ritual de la santa Rosa entre los otomíes orientales de Hidalgo: el caso de Santa Ana Hueytlalpan”, Cuicuilco, 19 (53): 155-174, 2012.
3 S. Monroy Álvarez, “Los gozos del arrabal: la permanencia de objetos rituales y las identidades marginales en el suroriente de Bogotá”, Boletín de Antropología, 18 (35): 73-91, 2010.
4 S. Sandberg, “Cannabis Culture: A Stable Subculture in a Changing World”, Criminology and Criminal Justice, 13 (1): 63-79, 2013.
5 O. Romaní y M. Sepúlveda, “Estilos juveniles, contracultura y política”, Polis. Revista Académica de la Universidad Bolivariana, Santiago, 2005, disponible en polis.revues.org.
6 Idem.
7 J. F. Gamella y M. L. Jiménez, “La cultura cannábica en España: la construcción de una tradición ultramoderna”, Monografías humanitas, 5: 23-54, 2004.
8 S. Sandberg, “Cannabis Culture: A Stable Subculture in a Changing World”, op. cit. Según la Wikipedia, el reggae es un género musical que se desarrolló por primera vez en Jamaica hacia mediados de la década de 1960. Aunque en ocasiones el término se utiliza de modo amplio para referirse a diferentes estilos de música jamaiquina, por reggae se entiende en sentido estricto un género musical específico que se originó como desarrollo de otros anteriores como el ska y el rockstady. El rastafarismo, por otro lado, nace en Jamaica en el siglo xix, y de la mano de Marcus Garvey adquiere reconocimiento fuera de fronteras. Postula al continente africano, concretamente a Etiopía, como la tierra prometida y a donde los negros de todo el mundo guiados por la mano de Jah (su manera de denominar al dios Yahveh) regresarán. Los rastas siguen una cantidad de rígidas disposiciones relativas a su dieta y apariencia, así como preconizan el consumo de marihuana o ganja como droga sacramental. Véase M. Macedo, El rastafarismo y las referencias bíblicas de la marihuana, macedo.nl.
9 J. Bobes y A. Calafat, “De la neurolobiología a la psicosociología del uso-abuso del cannabis”, Monografía Cannabis, 7: 8-17, 2000.
10 S. Sandberg, “Cannabis Culture: A Stable Subculture in a Changing World”, op. cit.
11 J. Mabit y P. Tarapoto, “Marihuana: ¿ángel o demonio?”, Revista Takiwasil, 3: 63-77, 1997.
12 J. F. Gamella y M. L. Jiménez, “La cultura cannábica en España: la construcción de una tradición ultramoderna”, op. cit.
13 L. Vega y R. Gutiérrez, “Contradicciones y evidencia científica discutible”, Confabulario. Suplemento cultural, El Universal, confabulario.eluniversal.com.mx, México, 18 de agosto de 2013.
14 A. Nateras Domínguez, “Ciudadanías juveniles”, Confabulario. Suplemento cultural, El Universal, México, 18 de agosto de 2013, p. 17.
15 M. Pawson y B. C. Kelly, “Consumption and Community: The Subcultural Contexts of Disparate Marijuana Practices in Jam Band and Hip-Hop Scenes”, Deviant Behavior, 35 (5): 347-363, 2014.
16 Según la Wikipedia, el hip hop es un movimiento artístico compuesto por un amplio conglomerado de formas artísticas, originadas dentro de una subcultura marginal en el sur del Bronx y Harlem, en la ciudad de Nueva York, entre jóvenes latinos y afroestadunidense durante la década de 1970. Se caracteriza por cuatro elementos, los cuales representan las diferentes manifestaciones de la cultura: rap (oral: recitar o cantar), turntablism o DJing (auditiva o musical), breakdance (físico: baile) y grafiti (visual: pintura). A pesar de sus variados y contrastados métodos de ejecución, se asocian fácilmente con la pobreza y la violencia que subyace en el contexto histórico que dio nacimiento a la cultura. Para este grupo de jóvenes, ofreció una respuesta a las desigualdades y penurias que se vivían en las áreas urbanas de escasos recursos de Nueva York, así que el hip hop funcionó, inicialmente, como una forma de autoexpresión que propondría reflexionar, proclamar una alternativa, tratar de desafiar o simplemente evocar el estado de las circunstancias de dicho entorno, favoreciendo su desarrollo artístico.
17 Ésta es una manifestación poco extendida en México; según Wikipedia, incluye grupos musicales cuyos álbumes y conciertos en directo se relacionan con una cultura única que comenzó en la década de 1960 con The Grateful Dead. Las actuaciones de estas bandas a menudo cuentan con la improvisación musical extendido (jams) sobre los surcos rítmicos y patrones de acordes, y largas series de la música que cruzan los límites del género. Mientras que el grupo seminal The Grateful Dead se clasifica como rock psicodélico, por la década de 1990 se utilizaba el término jam band para referirse a grupos que tocan una variedad de géneros relacionados con el rock, incluyendo el blues, la música country, la música tradicional y el funk. Hoy en día el término incluye incluso algunos grupos completamente ajenos al rock, como los que reproducen las músicas del mundo, música electrónica, bluegrass progresivo y jazz fusión.
18 El blunt es un habano, el cual es más ancho que un cigarrillo pero no tanto como un purotradicional; estos cigarros llamados blunts consisten en dos partes: la hoja interior, que es similar a un papel de armar cigarrillos (excepto que éste es de tabaco), y una hoja más gruesa que está cubierta en forma de espiral alrededor de la hoja interior. El blunt también es referido como un cigarrillo de marihuana (también llamados lps), donde en el armado se usa la hoja hecha de tabaco; el puro se corta y vacía para volver a rellenar y armar con marihuana y luego es secado con un encendedor. Algunas de las técnicas más avanzadas de armar blunts incluyen la hoja de tabaco empapada en miel o sirope. Véase rod, “Blunt – Hip Hop LifeStyle”, doggshiphop.com, 24 de febrero de 2009.
19 M. Pawson y B. C. Kelly, “Consumption and Community: The Subcultural Contexts of Disparate Marijuana Practices in Jam Band and Hip-Hop Scenes”, op. cit.
20 A. R. L. Ramírez, “La droga, el contexto y el Estado. Jóvenes de estratos sociales medios yaltos y su consumo recreativo en tres municipios de El Salvador”, Policía y Seguridad Pública, 2 (3): 145-208, 2013.
21 Idem.
22 E. Goffman, Estigma. La identidad deteriorada, Amorrortu, Buenos Aires, 1989.
23 C. Huici, “Estereotipos”, en J. F. Morales y C. Huici (comps.), Psicología social y trabajo social, McGraw-Hill, Madrid, 1996, pp. 285-322.
24 V. Yzerbyt, y G. Shadron, “Estereotipos y juicio social”, en R. Bourhis (comp.), Estereotipos, discriminación y relaciones entre grupo, McGraw-Hill, Madrid, 1996, pp. 139-169.
25 C. Huici, “Estereotipos”, op. cit.
26 G. Touzé, “La construcción social del problema droga”, en P. Medina Varon y G.-R. Thivierge (coords.), La investigación en toxicomanía: estado y perspectivas, Medellín, funlam, 1995, pp. 13-39.
27 E. Goffman, Estigma. La identidad deteriorada, op. cit.
28 S. Sontag, La enfermedad y sus metáforas. El sida y sus metáforas, Taurus, Madrid, 1996.
29 E. Neuman, Enfoque criminológico. La legalización de las drogas: una visión latinoamericana, 2001, disponible en lanzadera.com [citado en 2014].
30 B. Link y J. Phelan, “On Stigma and its Public Health Implications: An International Conference”, Stigma and Global Health: Developing a Research Agenda, stigmaconference.nih.gov, 2010.
31 G. Alemany Barris y M. T. Rossell Poch, “Actitudes sociales ante el consumo de drogas”,Revista de Trabajo Social (82): 7-26, 1981.
32 O. Romaní, Las drogas. Sueños y razones, Ariel, Barcelona, 1999.
33 C. Sterk Elifson, “Just for fun?: Cocaine Use among Middle-Class Women”, Journal of Drug Issues, 26 (1): 63-76, 1996.
34 D. Pérez Madera, “Factores sociales que incrementan la vulnerabilidad de personas con patología dual”, en J. Cabrera Forneiro (comp.), Toxicomanías y esquizofrenia. Patología Dual,2000, pp. 38-40.
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36 B. Molina Molina et al., Cuaderno de orientación para asistentes sociales, Junta de Andalucía/ Conserjería de Salud y Servicios Sociales/ Comisionado para la Droga, Sevilla, 1995.
37 G. Touzé y D. Rossi, “La construcción social del problema droga”, Representaciones sociales de las drogas, 2001, disponible en lanzadera.com [consultado en 2014]. B. Molina Molina et al., Cuaderno de orientación para asistentes sociales, op. cit.
38 G. Alemany Barris y M. T. Rossell Poch, “Actitudes sociales ante el consumo de drogas”, op. cit.
39 C. Sterk Elifson, “Just for fun?: Cocaine Use among Middle-Class Women”, op. cit. G. Rodríguez Cabrero, “Drogodependencia y exclusión social desde la reflexión sociológica”, en Las drogodependencias. Perspectivas sociológicas actuales, Ilustre Colegio Nacional de Doctores y Licenciados en Ciencias Políticas y Sociología, Madrid, 1993, pp. 81-93.
40 E. Bate, “The Health and Social Needs of Women Who Use Illicit Drugs”, Journal of Community Nursing, 19 (4): 20, 2005.
41 S. Araya, Las representaciones sociales. Ejes teóricos para su discusión, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, San José, 2002.
42 G. Aureano, “Uso recreativo de drogas ilícitas. Una visión política”, en C. Cáceres (comp.), La salud como derecho ciudadano. Perspectivas y propuestas desde América Latina, Universidad Popular de la Chontalpa, Lima, 2003, pp. 45-48.
43 C. Acuña y M. Bolis, “La estigmatización y el acceso a la atención de salud en América Latina. Amenazas y perspectivas”, 29° Congreso de la Academia Internacional de Derecho y Salud Mental, Organización Panamericana de la Salud/ Organización Mundial de la Salud, París, 2005.
44 Idem.
45 Organización de los Estados Americanos (oea), Informe del uso de drogas en las Américas, oea, Washington, 2011. Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías (emcdda), Informe anual 2011: El problema de la drogodependencia en Europa, Oficina de Publicaciones de la Unión Europea, Luxemburgo, 2011.
46 C. Acuña y M. Bolis, “La estigmatización y el acceso a la atención de salud en América Latina. Amenazas y perspectivas”, op. cit.