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Después de las adicciones, los homicidios y la soledad de las cárceles para menores en la capital, hoy Pedro se está construyendo una identidad lejos de su pasado violento: busca una beca para estudiar una ingeniería, da pláticas para prevenir el delito en comunidades vulnerables y se prepara para convertirse en pastor cristiano y guiar a los pecadores a una vida de paz y armonía.

EL UNIVERSAL pasó un año junto a él para conocer su historia: el niño sicario que con los dedos que ayer tiraban balazos, mañana quiere persignar a su rebaño.

Las manos de Pedro son sorprendentes. Iguales a las de cualquier chico de 23 años, pero distintas al mismo tiempo. Esta tarde sus dedos sostienen una Biblia verde que carga a todos lados y eso hace difícil imaginar que hace apenas unos años esas extremidades empuñaban pistolas y jalaban el gatillo sin entumecerse.

También cuesta creer que él fue un niño sicario: tiene una estatura promedio, cabello cortísimo, ojos grandes, una boca que sonríe la mayor parte del tiempo, piel libre de tatuajes y perforaciones sobre una playera negra de manga corta, jeans y tenis negros. Es como cualquier chico. Cuando saluda, extiende la mano y ante la pregunta cómo estás, él siempre responde: “Muy bendecido por Dios” y da un abrazo. Tiene una presencia educada y conmigo es, incluso, un chico cariñoso que pone su mano en mi hombro cuando caminamos por la calle y me cede el paso en la entrada de la iglesia.

“Personas como yo” es una frase que se repite en los cuatro encuentros que sostengo  con Pedro en casi un año, para contar la historia de su vida. Y se refiere a que él fue un ladrón de autos, asaltante, estafador, pero principalmente asesino a sueldo. También un torturador, aunque de eso no le guste hablar. Y todo eso antes de que cumpliera 15 años.

Es también uno de esos 5 mil 992 menores de edad que el gobierno mexicano tiene registrado como “niño infractor” en un documento de la Comisión de Puntos Constitucionales de la Cámara de Diputados.

Pedro nació en 1992 en un barrio bravo de la ciudad de México. Por seguridad, pidió no decir cuál, pero sí dar una pista: por 15 años consecutivos su colonia ha permanecido en la lista de las cinco más peligrosas, según la policía de la ciudad.  Además, oscila entre el tercer  y cuarto semillero de convictos que habitan las cárceles locales.

Antes de aprender a multiplicar y dividir, Pedro aprendió de su papá los oficios de la delincuencia: fue abrelatas, es decir, un ladrón de autopartes; fardero, el que roba mercancía de una tienda escondiéndola en su ropa; y chinero, un asaltante que ataca a sus víctimas en la calle con una maniobra para asfixiarlos.

Escaló en su actividades. Los días de sicario eran de locura para Pedro. Ni siquiera su papá, un tipo temido en el barrio, podía contenerlo. Cuando quiso echarle la culpa de su comportamiento violento al alcohol y amenazó con internarlo en una clínica para adictos, Pedro llamó a sus cómplices en los asesinatos y ordenó que secuestraran a su papá. Durante dos días, el hombre estuvo recluido en una casa de seguridad hasta que su hijo se aseguró que el mensaje fuera claro.

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