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politica@eluniversal.com.mx
La mañana del 19 de septiembre de 1985, Concepción Badillo, en aquel entonces corresponsal de Associated Press (AP) en México, rezaba para que las manecillas del reloj ralentizaran su marcha y le permitieran llegar a tiempo para cubrir su turno de las 7:00 a las 15:00 horas en las oficinas que la agencia tenía en un céntrico edificio de avenida Reforma.
“La verdad iba un poco tarde. Pero al pasar por donde estaba la Secretaría del Trabajo de repente sentí que perdía el control del auto. Todo se me movió. Pensé que era el auto o la cruda. Pero no. Pronto me di cuenta que era la tierra la que se movía. Seguí avanzando, y en el camino empezaron a derrumbarse edificios, sobre todo los del Centro Médico, en avenida Cuauhtémoc”.
El reloj registraba las 7:19 de la mañana. Un punto que marcaría un antes y un después para una corresponsal que, en el curso de las próximas horas, tendría que luchar contra el tiempo y los elementos para transmitir al mundo los alcances de una de las peores catástrofes en la historia de México.
“Como pude había conseguido llegar a las oficinas de la AP. Pero no logré entrar porque parte del edificio se vino abajo ante mis ojos. Nunca pudimos regresar. Mi colega, Cam Rossi, que era nuestra corresponsal en Monterrey y se hospedaba en el hotel Casa Blanca, había salido a la calle asustada y descalza. Sus pies sangraban porque se había cortado con los cristales rotos que tapizaban el suelo”.
Naturaleza contra medios. Para un periodista al servicio de una agencia de noticias, el tiempo es el mejor aliado para reclamar una exclusiva. O el peor adversario en la eterna lucha con la competencia. Sin embargo, en esa mañana del 19 de septiembre la madre naturaleza se había encargado de conspirar contra todos los medios extranjeros que necesitaban transmitir al mundo las imágenes y la crónica del terremoto que había desfigurado en cuestión de segundos el rostro de la ciudad de México.
Durante las primeras horas de la catástrofe, México permaneció incomunicado del mundo. La caída parcial de la Secretaría de Comunicaciones y la pérdida de líneas telefónicas en amplios sectores de la ciudad impidió a las agencias internacionales y a los medios extranjeros transmitir la noticia.
La difícil crónica. Las imágenes de edificios derrumbados, el caos de un escenario lo más parecido a un bombardeo. Los rostros empolvados de cientos de personas que deambulaban como fantasmas o gritaban pidiendo auxilio y la parálisis del transporte público complicaron las labores de rescate y el trabajo de miles de periodistas —entre ellos corresponsales extranjeros— que intentaban hacer una composición de escena.
Aunado a ello, el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México había suspendido sus operaciones.
“Pensando en la necesidad de conseguir primeros auxilios para mi colega, corrí a un periódico en avenida Reforma. Estando ahí se me ocurrió que me prestaran el télex, ya que no había teléfonos ni ningún otro tipo de comunicación. Así les avisamos a la gente de nuestra oficina central en Nueva York lo que pasaba”, recuerda Badillo al evocar los planes de emergencia que varios medios tuvieron que poner en marcha para poder informar al mundo sobre la tragedia.
“Recuerdo que me encontré con otro colega, George Nathanson, de la cadena CBS, quien me contó que estaban tratando de conseguir un avión privado para ir a Texas, ya que los vuelos comerciales estaban cancelados. En ese momento se nos unió Eloy Aguilar, el legendario jefe de la oficina de AP y le propusimos compartir los gastos y el avión.
“La gente de la CBS aceptó y el resto es historia. Eloy Aguilar viajó a Texas y desde ahí transmitió la información y las primeras fotografías de una ciudad de México casi en ruinas”.
Ayuda de la sociedad civil. Treinta años después, la retrospectiva en cámara lenta es la crónica de una de las peores tragedias que nadie anticipó en términos de cobertura desde Estados Unidos y el mundo entero.
Pero, además, un suceso marcado por el abandono de los dioses de la inmediatez que hoy rigen internet y las redes sociales y que, en aquel entonces, obligó a los más importantes medios a enviar a cientos de periodistas para ofrecer la crónica en directo de un acontecimiento que marcó el resurgimiento de las cenizas de la ciudad y el despertar de la sociedad civil.
Las cifras de muertos pasaron en cuestión de semanas de mil 300 a 10 mil, con más de 30 mil heridos y miles de desplazados y sin hogar.
Las crónicas dejaron constancia de un gobierno desbordado por las circunstancias, relevado en medio de la crisis y el dolor de millones por una sociedad civil que actuó de forma espontánea y solidaria para salvar la vida de miles de entre los escombros.
“Recuerdo que la AP me envió poco después de los primeros días del terremoto a cubrir Los Pinos. En ese entonces el portavoz era Manuel Alonso, que salió ante los medios nacionales y extranjeros a declarar que México no necesitaba ayuda del exterior. Esta postura se modificó con el curso de los días, al percatarse de la dimensión de la catástrofe”, recuerda Badillo, quien hoy vive en la ciudad de Washington.
Fue así como comenzaron a llegar periodistas de todo el mundo y equipos de rescatistas que se dispersaron por la ciudad. Con historias como las de los 22 “bebés milagro” que sobrevivieron entre los escombros del Hospital General.
“Creo que, a la distancia, lo más impresionante fue constatar el espíritu de solidaridad de la sociedad mexicana. Los corresponsales extranjeros nos reuníamos por la noche cerca de edificios que habían perdido sus muros, y muchos de los apartamentos los podías ver desde la calle. Recuerdo que nunca vimos una escena de saqueo. Nadie aprovechó el momento para robar. La sociedad mexicana dio muestras de una civilidad que nos conmovió”, dice la periodista al constatar a la distancia lo mucho que ha cambiado México desde entonces.
jram