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“¿Cómo me ves?”, pregunta Zunduri y gira sobre su eje para que observe cómo le revolotea la ropa que ha elegido para la entrevista.
Cuando da vueltas, deja en el aire un aroma a durazno, vainilla y almizcle, la composición del nuevo perfume de la celebridad Paris Hilton, que usa todas las mañanas desde que está convencida de que el nombre ficticio que escogió para ella le calza perfecto: “niña hermosa”.
Parece que copió su atuendo de una maniquí de boutique: usa zapatillas bajas, una falda que parece el tutú de una muñeca que baila ballet, blusa rosada bajo un suéter blanco, un collar dorado, un crucifijo de oro y el cabello con un corte moderno, “a lo Katy Perry”. Sólo las cicatrices que aún están en su rostro, cuello, brazos, manos, piernas y pies comprueban que es la misma chica que hace un mes estaba cubierta de heridas frescas —algunas supuraban pus y sangre sobre ropa vieja, mezcla de prendas de niña y niño— y que lloraba cuando se esforzaba por contar su historia.
“A ver, ahora, dime, ¿qué tal?”, insiste y se para derecho para que aprecie su nueva imagen.
No sé qué decir. En 31 días de libertad, el cambio en la primera víctima de esclavitud moderna en el DF es impresionante.
Para llegar hasta Zunduri, el camarógrafo, fotógrafo y reportero debemos ir con los ojos vendados en un vehículo que conduce personal de la fundación Camino a Casa. El viaje inicia en algún punto del DF y acaba en una ubicación desconocida, donde se encuentra el lugar de la cita: el albergue de alta seguridad de la ONG. Es una casa grande, moderna, resguardada las 24 horas por agentes de seguridad privada, que comparten varias niñas que han escapado a las redes de trata de personas y cuyas vidas aún deben protegerse celosamente por los juicios contra células del crimen organizado y por su recuperación emocional.
Se abre el portón y podemos abrir los ojos hasta que el auto se estaciona en el patio frontal. No podemos ir más lejos que eso. Sólo las víctimas, sicólogos y trabajadores sociales e invitados especiales —como la duquesa de Cornwall, la segunda esposa de Carlos, príncipe de Gales— pueden ingresar a la casa. Mientras esperamos en el patio, aparece Zunduri a lo lejos y bajo el marco de la puerta principal: se ríe a carcajadas y cada vez que puede se mira en el espejo para corroborar que su cabello luce perfecto.
Antes de la entrevista, Zunduri pide unos minutos para dar la bienvenida a la nueva inquilina del albergue, S, una niña de 12 años, quien fue rescatada de burdeles, disfrazados de bares, en Tapachula, Chiapas. Todas las menores salen a recibir a la pequeña sobreviviente de explotación sexual con una sonrisa, pero Zunduri es la primera que la abraza y le repite al oído las palabras que le dijo la fiscal antitrata del DF, Juana Camila Bautista, cuando inició el juicio por trata de personas contra los dueños de la tintorería donde permaneció esclavizada durante 17 meses: “Tú eres muy valiosa, eres una niña hermosa y estamos felices de que estés con nosotros”.
Un buen inicio
Es mediodía, y hasta que se ha asegurado que la niña de 12 años es recibida como se debe, Zunduri se presenta, se sienta en el patio y avisa que está lista para conversar. “¿Por cuál de las cosas buenas que me han pasado empezamos?”
Una casa nueva, de dos pisos y dos recámaras, en el Estado de México. Una beca para terminar la preparatoria y la universidad en cualquier institución, pública o privada, que ella elija. Una computadora con un costo aproximado de 30 mil pesos para que se ponga al corriente en sus estudios. Una colección de libros. Una paca con ropa de moda que gustaría a una chica en sus veintitantos. Son sólo algunos de los regalos de benefactores anónimos que Zunduri ha recibido desde que recuperó su libertad y compartió su historia en medios de comunicación.
“Cuando salí de la tintorería, quise hablar de lo que me pasó porque la gente debe saber que esto pasa, que no está bien, no es normal. Las víctimas existimos y si no alzamos la voz es como si siguiéramos invisibles. Pero pensé que sería contar mi historia y ya, luego me dedicaría a rehabilitarme sola… pero estoy sorprendida con lo que pasó en esos días”, dice, mientras alisa su ropa nueva con las manos.
Todo pasó muy rápido, recuerda: en los días siguientes a su rescate, un gran día para Zunduri consistía en comer o beber algo con chocolate a todas horas. Estaba obsesionada con el sabor a cacao y nadie le impedía engullirlo, porque urgía que subiera de peso. Pero a partir de que contó su historia y la noticia recorrió México y el mundo, la definición de “un gran día” escaló hasta al cielo.
“Después de la entrevista con ustedes, la gente empezó a buscarme. Mandaban correos, llamaban abogados, empresarios, gente que quería mandarme cosas, apoyarme. La fundación (Comisión Unidos contra la Trata) me ayudó mucho, la fiscalía también, muchísimo. Nunca pensé que hubiera tanta gente buena que quisiera apoyar a cambio de… nada”.
“¿Te conté que ya viajé en avión y que pasé mi cumpleaños en Argentina?”.
Casi 48 horas después de esa primera entrevista que dio Zunduri, publicada en EL UNIVERSAL, un empresario con identidad secreta le pagó un boleto de avión viaje redondo, hospedaje y comidas para que participara en el Encuentro Mundial de Jóvenes contra la Violencia y la Esclavitud, una reunión de activistas y víctimas de trata de personas que se llevó a cabo en Buenos Aires, Argentina, del 6 al 11 de mayo pasado. Y como el 9 de ese mes Zunduri cumplió 23 años, su celebración fue con un pastel y escuchando tangos en el país sudamericano.
“Yo jamás me había subido en un avión. Nunca. La verdad, sí estaba nerviosa”, dice, y suelta una risotada. “Ay, es que luego se movía muy feo el avión. Pero me gustó mucho, ¡ah, y me lo pagaron en primera clase!”.
Al regreso, llegó la noticia de la casa, la beca, los útiles escolares, la sicóloga a domicilio… y la del cirujano Raúl López Infante, uno de los mejores especialistas en México en reconstrucción plástica, quien le ofreció sus servicios gratuitos para borrar las huellas de la tortura que sufrió a manos de sus cinco victimarios. El tratamiento tardará años dada la magnitud y la extensión de sus heridas —desde la base de la cabeza hasta los dedos de los pies hay daños en la piel— pero desde ahora ella se prepara untándose cada noche una crema dermatológica en las heridas y durmiendo con mallas especiales para combatir las várices.
Para mostrar lo complejo de su recuperación física, Zunduri extiende la pierna y enseña el empeine. Parecen los pies de una mujer de 80 años. Las venas dilatadas, moradas y azules, son la evidencia de los días que fue obligada a planchar hasta 18 horas de pie a cambio de ningún sueldo, unas gotas de agua y sobras de comida. Cuando escapó de la tintorería, apenas podía caminar, por lo que autoridades del DF dijeron que era una joven atrapada en el cuerpo de una anciana.
“Pero ya puedo caminar bien, ya me muevo y todo. Hasta uso tacones a veces, pero poquito. Ahí traía unos, se me ven muy bonitos”.
El gran reto será atenuar la cicatriz que tiene en el cuello causada por una plancha hirviendo que le pegó su ex jefa a la piel. Es la lesión más dramática del abuso que sufrió y el progreso es evidente: de ser una laguna de pus y sangre, hoy es una mancha oscura con relieves discretos.
Y aunque Zunduri quisiera que se borrara para siempre, algo le dice que una pequeña marca podría ser el recordatorio de un pasado al que sobrevivió con ayuda de muchas manos conocidas y desconocidas.
La investigación
¿Qué se sabe del juicio contra los victimarios de Zunduri a un mes de que el caso se hizo público? La procuraduría capitalina tiene como protocolo no revelar avances de pesquisas en curso; sin embargo, esto es lo que se sabe hasta ahora.
Leticia Molina, dueña de la tintorería donde Zunduri vivió encadenada a la herrería por 68 semanas; su pareja José Sánchez, su hermana Fani Molina y sus hijas Ivette y Janet Hernández Molina aún no son halladas culpables del delito de trata de personas. La revisión de pruebas de los presuntos delincuentes aún está en proceso y mientras se resuelve su situación jurídica, ellas duermen en el penal femenil de Santa Martha Acatitla y él en el Reclusorio Oriente, aguardando que los tribunales capitalinos les dicten una sentencia absolutoria y quedar en libertad o una sentencia condenatoria. Si fuera el último caso, podrían pasar hasta 50 años en la cárcel y pagar multas que podrían llegar hasta 500 mil pesos por reparación del daño.
El destino de los esclavizadores de Zunduri aún está en suspenso.
Retorno a la escuela
Zunduri asegura que nadie se arrepentirá de ayudarla. Que usará cada objeto y peso que le han enviado a través de la ONG Unidos Contra la Trata para enorgullecer a sus benefactores. Volverá a la escuela para usar la computadora que le obsequiaron, acabará la preparatoria y planeará en su nueva casa qué carrera estudiar, está casi segura que será Gastronomía. Y cuando vaya a clases, lucirá su piel renovada y su vestuario moderno, como lo soñaba cuando planchaba prendas que parecían inalcanzables para ella.
“Mi sueño es tener… ¿cómo se dice? Una pastelería ‘mamá’ y que tenga ‘hijitas’, tres o cuatro, para que demos empleo a mucha gente.
“Hoy, si tuviera la oportunidad de regresar el tiempo, contaría mi historia mil veces, mil y una vez, porque tengo una voz, puedo decirle a la gente que esto pasa y, ¡miren lo que tengo ahora! ¡Tengo esperanza en las personas!”.
Sonríe. Ahora lo hace mucho. Parece que no sabe hacer otro gesto. Dice que está feliz porque, por fin, observa un futuro para ella.
“No sé cómo agradecerles… gracias, gracias, ahí ponle que les agradezco a todos… no sé qué hice para merecer cosas tan bonitas, pero gracias. Ya tengo razones para vivir”.