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Los casos en los que las madres asesinan a sus hijos se tratan de hechos aislados en los que la progenitora sufre de algún desorden mental, una sicopatología y llegan a este crimen de infanticidio o parricidio por desesperación, coincidieron investigadores.
Especialistas consultados por EL UNIVERSAL resaltaron que no existe una cultura de la salud, por lo que se requiere fortalecer la atención de los trastornos mentales y asumir oportunamente “señales de alarma”, por ejemplo, una depresión o una conducta violenta, a fin de evitar la ejecución de estos delitos.
Pedro Hernández Gaona, investigador de la Facultad de Derecho de la UNAM, explicó que el Código Penal tipifica este ilícito como homicidio con relación al parentesco, cuya pena puede ir de 30 a 60 años de prisión; sin embargo, en los 32 estatutos de las entidades la penalidad varía, aunque todos establecen dos reglas para sancionar el crimen, si se trató de un delito culposo o doloso.
“En el primero puede haber no responsabilidad para la persona, depende de cada caso. Pero si se determina que es doloso, en el que querían matar al pequeño, las penas en la mayoría de las entidades es de 10, por lo menos, hasta 30 años.
“Si hubo una ventaja y una alevosía todas las penas podrían agravarse, porque en un asesinato doloso en general las penas van de 20 a 50 años. De familiares, la pena mínima es una década”, detalló.
Comentó que por lo general los padres que matan a sus hijos tienen un desorden mental o un rencor. El juez debe ordenar un dictamen pericial y médico que determine si la persona tiene un trastorno mental permanente o transitorio, este último se refiere a si estaba bajo la influencia del alcohol o alguna droga; mientras que para determinar el mal permanente se deben realizar dos peritajes, para diagnosticar si el sujeto tiene un padecimiento mental y otro para verificar el tipo de la enfermedad.
Carlos Daza, penalista de la UNAM, aseguró que este delito se tipifica como homicidio en relación con el parentesco, el cual tiene baja incidencia en comparación con otro tipo de asesinatos y que el móvil suele ser pasional, por ejemplo, por celos de la esposa que busca “castigar” de alguna manera a su pareja sentimental. “Es muy lamentable que todo este tipo de cuestiones pasionales afecten a un ser indefenso; generalmente el perfil que tienen es de maníaco depresivas”, dijo.
Óscar Galicia Castillo, investigador del departamento de Psicología de la Universidad Iberoamericana, indicó que este tipo de conducta en el que una mujer mata a sus hijos se asocia con alguna sicopatología, “principalmente de trastornos depresivos que llevan a una sensación de desesperanza, por lo que el quitarles la vida a los hijos se convierte en una solución para evitarles sufrimiento. En estos casos de depresión la madre se suicida, porque se lleva a sus hijos con ella y es frecuente que en algunos casos traten de dañar a otros”, dijo.
Indicó que otro tipo de trastorno asociado con la ejecución de este ilícito es el sicótico, en el que la madre presenta una pérdida completa de la realidad. “Tiene la idea delirante de que algo malo pasa con sus hijos. En esos casos ella asesina a los hijos, pero, no atenta contra su vida”. Galicia Castillo identificó un tercer trastorno, una neurosis extrema, donde la madre presenta altos niveles de agresividad, de tal forma que por alguna razón descarga ese contenido emocional a través de una conducta violenta hacia sus niños. “En este caso existe maltrato infantil previo. Ella puede sentirse frustrada por ser madre, porque el esposo dejó a los hijos por irse con otra mujer, por lo que engloban primero la agresividad hacia los hijos y posteriormente puede existir un asesinato en un ataque de violencia extrema como consecuencia de la violencia crónica”.
Advirtió que el fenómeno en cuestión puede incrementarse debido al clima de violencia y privación social en el que estamos inmersos.
Resaltó que se requiere fortalecer la cultura de la salud mental, así como la atención gubernamental de estos padecimientos dado que sólo 1% del presupuesto del sector salud se destina a la salud mental a fin de identificar las “señales de alarma”, por ejemplo, una depresión o una conducta agresiva.
Para Juan Martín Pérez García, director ejecutivo de la Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM), un homicidio se trata de un hecho consciente y que el atribuirlo a un padecimiento mental le resta responsabilidad al delito, puesto que continúa reproduciéndose la idea de que los menores son propiedad de los adultos.
Indicó que se tiene un subregistro del número de casos en los que los padres asesinan a sus hijos, puesto que muchos son calificados como accidentes, “cuando en realidad es muy difícil saber si hubo alguna intencionalidad”.
Recordó el caso de Puebla en el que una mujer dejó encerrado en el auto a un bebé de ocho meses quien falleció por deshidratación aguda. Consideró que se debe tipificar este delito con una figura similar al del feminicidio, con el propósito de que estos crímenes sean castigados con mayor severidad y fortalecer la protección de los niños.