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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
El recuerdo de su madre ayudándolo a hacer la tarea es como José mantiene en la memoria a su mamá, a quien extraña igual que desde el primer día después de su muerte.
José, como se ha nombrado al niño para proteger su identidad, sueña con ser disc-jockey, le gusta escuchar música electrónica y dibujar.
Vive en la zona de barrancas de la delegación Álvaro Obregón, aquella que rodea como un cinturón el oasis de lujo de los edificios residenciales de Santa Fe, desde cuyas ventanas se observa a las colonias vecinas con sus techos de lámina y tendederos improvisados.
Esas barrancas son consideradas como una de las áreas más peligrosas de la delegación, donde sus calles angostas con escalinatas y callejones son propicias para la delincuencia y la reunión de pandillas.
Con la mirada fija en un escritorio, José comenta que sus materias favoritas son geografía e historia, aunque confiesa que no le gusta ir a la escuela.
“Es que me tengo que levantar muy temprano para llegar”, dice sin levantar la mirada.
Entre sus planes no está ir a la universidad, tampoco está muy seguro de seguir estudiando; lo que le apasiona es la música y por el momento sólo se preocupa de su presente y asimilar su pasado.
Dibujar y escuchar música son las actividades favoritas de José. En sus ratos libres disfruta “echar la reta” con sus amigos, el futbol es el deporte que le gusta y lo juega por las tardes en las calles escarpadas de su colonia; es aficionado del Barcelona.
José es el mayor de tres hermanos, uno está en primero de primaria y el otro en preescolar; tiene dos medios hermanos de tres y cinco años. Su padre es tablajero, entró a trabajar a un restaurante; sin embargo, acaba de perder el empleo.
Al principio, José habla con fluidez de los integrantes de su familia, pero una larga pausa antecede cuando habla de su madre, en un inicio se limita a decir que no vive con él. Tras otro espacio de silencio José cierra los puños con fuerza y los ojos y expresa en voz baja: “Murió, murió hace dos años”.
Poco a poco recuerda el día en que perdió a su madre. “Estaba en la casa de mi abuela, jugando a la pelota con mis amigos, de repente se nos voló la pelota y mi amigo fue por ella. Me metí a la casa y escuché que sonó el teléfono, mi abuela contestó y era mi tía.
Le dijo que mi mamá se estaba desangrando, pensamos que se trataba de una cortada pequeña, ella siempre se cortaba cuando cocinaba”.
Los sucesos posteriores a esa llamada telefónica tardan en ser narrados por José. “Llegué al patio de mi casa donde vivíamos con mi papá y mis tíos, hermanos de mi papá, el patio estaba todo lleno de sangre”.
Al preguntarle si se trató de un robo, inmediatamente lo niega. “Todo estaba bien cerrado a la casa no entró nadie”, cierra sus ojos, aprieta labios y puños, para evitar que se escape alguna frase.
Mientras José libra esa batalla interna entre contar lo sucedido o guardar silencio, su abuela Ifigenia lo impulsa a hablar. “Anda di la verdad de lo que pasó, tienes que decir cómo pasaron las cosas”.
Tras lanzar una mirada retadora a su abuela, José logra decir: “La mató mi tío, a mi mamá la mató mi tío, estaba todo drogado, le encajó una botella y se desangró. Tenían problemas desde hace mucho”.
José recuerda que se llevaba muy bien con su tío, pero cuando pasó lo de su madre sintió mucho rencor hacia él. Su abuela señala que no fue a la cárcel por el crimen y que merodea los alrededores de la colonia, incluso ha buscado a José.
“Al principio le tenía mucho rencor. Me llevaba muy bien con él y a mi mamá la quería mucho, siempre estaba con nosotros siempre me ayudaba con la tarea. La extraño mucho, me gustaría decirle lo mucho que la extraño y que siempre me cuide”, expresa sin quitar la vista del escritorio.
Desde hace un año, José está recibiendo apoyo sicológico como parte de un proyecto de atención a menores en escuelas primarias que han atravesado por alguna situación de violencia. Sus maestros dicen que aunque José recibe atención sicológica aún está rodeado de muchos “focos rojos”, por lo expuesto que se encuentra a las drogas, puesto que su padre y su tío las consumen.
La abuela de José trata de conseguir la custodia de sus tres nietos, pero comenta: “Está difícil, mi hija no dejó ninguna carta donde dijera que me podía quedar con los niños. No tengo trabajo, mi hija es la que me apoya y me da dinero para los niños. El papá de ellos no me ayuda en nada, no me da dinero”.
Las terapias han ayudado a José a mejorar su desempeño académico; sin embargo, sus maestros señalan que en ocasiones manifiesta conductas violentas. Su sicólogo teme cómo va a reaccionar José una vez que entre a la secundaria por la historia que presenta.
Al sonar la chicharra, José toma su mochila abraza a sus hermanos y sale del salón de clases en parte aliviado por poder contar su historia, pero contrariado por los recuerdos que tuvo que revivir.