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Confiado, sereno, desafiante, bromista y locuaz: el Javier Duarte que apareció al mediodía ante una tropa de fotógrafos, camarógrafos y reporteros, y descendió de una patrulla penitenciaria en una vía de entrada y salida para presos en la Torre de Tribunales de Guatemala, fue distinto al ex gobernador que, silencioso, pálido, temeroso, molesto e inquieto, recorrió el 19 de abril pasado el mismo calvario para entrar y salir de una audiencia judicial.
“¡Ya llegó mi Uber!”, soltó ayer en la misma vía, al abandonar la torre y aprestarse a retornar a la patrulla, luego de comparecer en un tribunal.
Lo sucedido el día 19, cuando llegó y salió encerrado en una jaula del servicio penitenciario, y lo que ocurrió ayer, al arribar en un vehículo de doble cabina y cajón externo ocupado por hombres fuertemente armados, fue contrastante.
A su salida, se sentó sin dificultades en un bloque metálico en una jaula, ahora sin haber sido lanzado de espaldas, esposado hacia atrás de pies y manos, para sacarlo del enjambre de periodistas.
A las 12:06, hora local, el vehículo negro se estacionó y Duarte, sentado en el centro de la cabina trasera y entre dos efectivos de custodia armados, al igual que dos de la parte delantera ubicados junto al conductor, miró sonriente a los periodistas.
—¿Cómo está? —se le preguntó.
—Aquí estoy —respondió.
Con una barba tupida, cabello recién cortado, camisa de cuadros lilas y blancos, pantalón gris y zapatos café, bajó esposado de manos hacia adelante, pero, a diferencia de la primera audiencia, sin chaleco antibalas y sin cadenas en los pies.
Desde allí avanzó hacia el portón para someterse a la inspección de rutina de los vigilantes. En el trayecto volvió a sonreír y apenas balbuceó alguna frase. Al llegar al puesto de requisa, se escuchó que alguien le preguntó si se sigue quejando del trato en la cárcel de Matamoros —como lo hizo tras su arresto el 15 de abril pasado en el suroccidente de Guatemala—, la prisión de una base militar en la que permanece desde la madrugada del 16 de ese mes.
“No. Todo bien. Todo bien”, dijo.
Luego se quejó de las esposas. Por protocolo de los custodios de la torre, todo preso debe entrar esposado de manos hacia atrás. “Lo que pasa”, intentó explicar a los encargados del procedimiento, es que incomoda “cuando me ponen esposas atrás. Otras esposas”, se le oyó decir.
Pasada la revisión y en descenso por una pendiente que conduce a los elevadores que transportan a las salas y oficinas judiciales, volvió a decir que “todo bien” en Matamoros. Después advirtió a los reporteros: “¡No se vayan a caer! Me voy despacito para que tomen fotos”.
A las reiteradas preguntas sobre si aceptaría la extradición a México por presuntos delitos que se le atribuyen como gobernador de Veracruz, de 2010 a 2016, anunció que sería emitido un comunicado al final de la audiencia de ayer, ante el Tribunal Tercero de Sentencia Penal, Narcoactividad y Delitos contra el Ambiente, de esta ciudad. El comunicado dio las razones por las que Duarte aceptó ayer ser extraditado a México, pero sólo para enfrentar acusaciones estatales en Veracruz y no las federales.
“Ya se enterarán”, alertó. Y a muchas otras preguntas respondió: “No tengo comentarios”.
Tampoco contestó si, a 73 días, ha tenido contacto con su familia.
A empujones llegó a una puerta de la torre en un pasillo que conduce al área de ascensores. “Estaaamoss chaatto”, le dijo a uno de los custodios que le acomodó las esposas. Allí, a las constantes preguntas, lanzó un “¿qué pienso? Ya te enterarás en un comunicado… terminando la audiencia”.
Así fue llevado a la zona de elevadores y se detuvo junto a la portezuela, a la espera de que se abriera. “Hay un problemita porque primero va a salir gente”, dijo a los vigilantes.
Cuando se abrió, el viaje de Duarte al piso 12 se frustró, porque el elevador iba en recorrido a cupo lleno y así siguió. El ex gobernador movió después su cabeza hacia un periodista que nunca cesó de hacerle preguntas y le pidió ayuda con las gafas: “Empújeme los lentes para adelante. Con los empujones ya no veo”.
Cumplida la tarea, el reportero volvió a inquirir. “No tengo comentarios, hermanito”, respondió de nuevo.
Los custodios lo movieron hacia otro ascensor. Así pudo trasladarse al piso 12. En la audiencia sonrió y se mostró sereno, sin temores. El tribunal ordenó que, para la comparecencia, se le quitaran los grilletes.
Al final de la visita, al salir de la sala del tribunal guatemalteco, el ex gobernador Javier Duarte alzó sus brazos y agitó una mano en señal de despedida.