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En la vida de Elvia Rosa Cruz Cruz, de 28 años, hay un antes y un después del tiroteo de Nochixtlán, jornada que le arrebató a su pareja y padre de sus tres hijas, “Yalid no se murió, lo mataron”, dice con fiereza: “Eso es muy diferente”.
Antes, Elvia era una mujer feliz, enamorada, madre y ama de casa que planeaba su boda con Yalid Jiménez Santiago, su pareja desde hacía 10 años. Se iban a casar en diciembre.
Después del 19 de junio de 2016, lo que queda es una mujer triste que ha tenido que alimentar a sus tres hijas, salir a buscar trabajo para poder mantenerlas.
“Yo no sabía de nada, era feliz. Ese día me tocó perder, perdí a mi esposo, mi familia se destruyó”, dice mientras recuerda a Yalid, quien le sonríe desde una fotografía que Elvia Rosa lleva como salvapantallas de su teléfono celular.
“Tengo que trabajar para mantener a mis hijas. Sé que es mi responsabilidad, pero mi esposo era el sostén de la casa”.
Yalid, de 29 años, en todas las fotos sale con una tejana blanca, sonriendo, era taxista, regidor de Salud en Santa María Apasco y los fines de semana tocaba música norteña.
“Era flaco, alto, morenito, muy alegre y amiguero, nunca tuvo problemas con nadie, su vicio era la música, le gustaba la norteña. Era mi amigo, mi esposo”, platica Elvia, y agrega que Yalid era amoroso, juguetón y consentidor con sus hijas de 10, 8 y 6 años de edad.
Fue uno de los ocho caídos de Nochixtlán;recibió cuatro tiros mientras corría por un sembradío de alfalfa localizado a unos 100 metros de la carretera. La cruz negra con su nombre se levanta sobre el pasto junto a las de Jesús Cadena Sánchez y Anselmo Cruz Aquino, ninguno tenía más de 30 años.
“En ningún momento pensamos los riesgos que se llevarían, bajamos al auxilio de las personas porque en ese momento había heridos. Veníamos al mercado a hacer las compras de la semana. Era el Día del Padre, él quería festejar”, contó.
Ese día, Yalid bajó a la carretera a buscar su padre, que se encontraba ahí, en medio del operativo. No lo encontró ni se pudo despedir de su esposa.
“Lo llevaron a la iglesia y ahí lo encontramos, lo vi en la ambulancia, pero no sabía que estaba muerto. Ni lo bajaron, nos fuimos directamente a la funeraria”, recuerda.
Ha pasado un año y Elvia todavía no entiende por qué el desalojo carretero se convirtió en masacre.
“Nadie sabía que iba a haber balas, un desalojo sería gasearlos, correrlos, pegarles, pero jamás que iba a haber balas, porque eso ya es una masacre. Mi esposo fue a buscar a su papá, pero ni siquiera lo vio”, dijo.