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La corrupción se expresa desde los pequeños actos cotidianos; es por eso que al momento de decidir si se hace lo correcto o no, tres de cada 10 mexicanos toman el camino fácil: ya sea que se trate de entregar un soborno o “dar mordida”, retener la cartera de un desconocido, negarnos a pagar el transporte público, o comprar productos pirata señalan estudios de la UNAM, la OCDE y Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI).
“Hemos elevado los niveles de tolerancia a la corrupción”, asegura la investigadora de la UNAM María Marván.
“Si usted ve que a una persona se le cae la cartera, ¿qué haría?” preguntó la encuesta nacional de corrupción y cultura de la legalidad, que publicó el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM en 2015.
De los encuestados, 68% buscaría la manera de regresarla, pero 32% no haría lo correcto, es decir: se la quedaría, sacaría el dinero y entregaría los documentos, cobraría recompensa por regresarla, no haría nada o no sabría qué hacer.
Cada año se cometen más de 4 millones de actos de pequeña corrupción, es decir entre ciudadanos y autoridades. Esto quiere decir 7.6 actos de corrupción por minuto y 456 cada hora, reportó el análisis Anatomía de la corrupción que realizó en 2016 María Amparo Casar para Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI).
El estudio más reciente que publicó la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el cual fue liberado en marzo de 2017, revela que 33% de los encuestados sobornaron a funcionarios públicos.
Uno de los ejemplos más claros de cómo la deshonestidad, la ilegalidad y la corrupción está normalizada, es la piratería.
Aunque se sabe que es ilegal y que, por lo tanto, comprarla es incorrecto, siete de cada 10 mexicanos admite abiertamente haber comprado un producto pirata o imitación porque reporta un beneficio para su economía.
“Al final, este es el mismo razonamiento que el del político corrupto: sabe que la corrupción es reprobable y que provoca daños a la sociedad, pero la practica porque beneficia su economía”, señala el reporte de MCCI.
No hay nada atípico ni que esté en el código genético de los mexicanos ni en la cultura en el tema de la corrupción. Corrupción hay en todo el mundo, asegura el director de Transparencia Mexicana, Eduardo Bohórquez López. Lo que nos diferencia es la impunidad.
“Somos permisivos con ciertas expresiones de corrupción porque sabemos que no pasa nada: en cuanto empiezan a cambiar las reglas del sistema nos adaptamos. Cuando se corrigió la corrupción para tramitar la licencia de conducir en la Ciudad de México, nadie dijo: ‘yo quiero seguir pagando mordida’. Ha dejado de haber permisividad en los servicios públicos que funcionan bien. Si tú pones a un mexicano en Finlandia y todo opera correctamente, ¿por qué va a tener que darle dinero al camión de la basura?”, dijo.
El académico de la UNAM José Luis Álvarez León explicó que la corrupción está enraizada en los mexicanos pero no es parte de la cultura.
“Son antivalores que se aprenden, pero no es algo que defina la personalidad del mexicano. Un rasgo de la cultura es reunirse en familia, ir a misa los domingos o celebrar el día de las madres, no la corrupción”, señaló el académico.
Existe un problema de incentivos perversos para que la gente no haga bien las cosas; de impunidad y del sistema para no sancionar al ciudadano que comete un acto de deshonestidad o al funcionario corrupto; y servidores de las más altas esferas, partidos políticos y gobiernos que en lugar de ser un referente, dan el “ejemplo” de cinismo, corrupción e impunidad, sobre todo esta última.
“Tenemos más bien una cultura de no seguir con las reglas del juego, pero eso no quiere decir que sea de corrupción o deshonestidad, sólo que hemos premiado socialmente a quien no cumple con las reglas porque a veces es más costoso cumplir con ellas. Más que la cultura, es un mal sistema de incentivos el que tenemos. Por ejemplo, en México es más rentable no cumplir las reglas que hacerlo”, dijo Max Kaiser, del IMCO.
Crece intolerancia a escándalos.
Aunque cada día hay más casos de actores políticos involucrados y expuestos en actos de corrupción, los mexicanos no hemos dejado de sorprendernos ni de indignarnos, pero ya sea desde Eva Cadena, la “recaudadora” del Partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) hasta el ex gobernador de Veracruz, Javier Duarte, estos casos han tenido un efecto de indignación activa y movilización, explicó la investigadora María Marván Laborde, del Instituto de Investigaciones Jurídicas y coautora de la encuesta nacional sobre corrupción que hizo la UNAM.
“Nos es muy fácil ver la corrupción en el otro, pero lo que hago no lo es. Hemos elevado los niveles de tolerancia a la corrupción. No obstante, hemos llegado a un punto de inflexión: cada día hay más enojo social por los graves escándalos que nos vamos enterando”, señaló.
“Estamos entrando en un estadio distinto de exigencia ciudadana donde empezamos a darnos cuenta que la gente realmente está dispuesta a hacer algo porque las cosas mejoren. Creo que sí va a ir la gente a las urnas, lo que no quiere decir que no esté enojada. Mal harían los políticos en pensar lo contrario. Se castiga con el voto, a través de la alternancia. La gente está votando para correr al partido que hizo mal las cosas”, explicó.
Confió en que la indignación crecerá hasta el punto en que mucha más gente no se atreva a hacer este tipo de cosas por la posibilidad de que una cámara los esté grabando de manera permanente será cada día más grande: “Nos estamos volviendo intolerantes a la corrupción”, dijo.
En lugar de fomentar la apatía del abstencionismo porque “todos los políticos son iguales”, estos escándalos serán castigados con el voto, coincidieron los especialistas.
“A la clase política le encanta que la gente desconfíe de ella porque cuando esto pasa, te alejas de la política, cuando tenemos que hacer lo opuesto. Hay más interés en la vida pública por parte de nuestra sociedad. En 2016 hubo un voto con el que se castigó a los gobiernos de todos los colores y en 2017, el electorado va a castigar duramente la corrupción. Hay una sociedad cada vez más crítica y exigente que entiende el valor de su voto”, dijo Eduardo Bohórquez.
El primer impacto de los escándalos de corrupción es la desconfianza absoluta en la clase política y la idea de que todos los políticos son iguales, que no hay alternativas. A quienes beneficia, dijo Max Kaiser, director de Anticorrupción del Instituto Mexicano para la Competitividad, es a aquellos que pueden organizar el voto masivo de forma más fácil.
En estos procesos electorales y en los subsecuentes, los políticos tendrán que convencer a un electorado cada vez más indignado, enfurecido y movilizado de que impulsarán la lucha contra la corrupción como programa central de sus gobiernos y tendrán que comprometerse a cumplir.
“El tema de corrupción no es secundario, es central en las campañas y la discusión política, de la confianza de los ciudadanos en un candidato o partido. Va a definir estas elecciones y las del año que entra. Va a ganar el candidato que logre comunicar que va a promover que el sistema anticorrupción funcione, que se genere justicia en todos los casos que surjan, que sea un tema permanente y va a hacer algo diferente a promesas genéricas”, señaló.
“No nos asombra el escándalo nuevo que surge a cada día o de cada semana pero sí nos frustra más y nos está movilizando y organizando como sociedad”.