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Puebla
Es un secreto que todos saben, incluso las autoridades. Aun así el negocio continúa. Los policías a bordo de una patrulla municipal hacen que no ven nada, pero todo es evidente, hay complicidad. Bajo el puente sobre la carretera 150, que va de Puebla a Tehuacán, la ley es la del huachicolero.
El negocio de la venta de combustible, sustraído de las tomas clandestinas en el llamado Triángulo Rojo, se da al interior de la Central de Abasto y en la periferia, el estacionamento y la zona aledaña.
Camionetas de reciente modelo con su cajuela abierta, Pick Up y hasta un camión de carga, están ahí a la espera de compradores del producto ilícito, ese por el que se pelean organizaciones criminales para el control de las tomas clandestinas.
Desde temprana hora y a plena luz de día, la Central de Abasto, en el municipio de San Salvador Huixcolotla, que se ubica a una hora de la capital del estado, se convierte en zona de huachicoles donde la venta de la gasolina ilegal está a la vista de todos.
Para que la operación de compra y venta se pueda realizar, los expendedores cuentan con una red de halcones, personas que ofrecen seguridad a quienes asisten, “por si se aproximan las Fuerzas Armadas o de seguridad estatal”.
Desde un puente peatonal, los halcones lo controlan todo. Ven a la distancia el ir y venir de las fuerzas de seguridad, mientras que al interior de la central la señal de alerta es un silbido para advertir si ocurre algo.
Entre los olores de frutas y verduras, zanahoria, col y cebollín, que es lo que en la región se produce en el campo, se intentan esconder los bidones de gasolina, la misma que luce en diferentes colores. Nadie cuestiona eso.
Ante las medidas que anunciaron los gobiernos federal y estatal, a partir de lo ocurrido a principios de mayo cuando un grupo de militares fue emboscado en Palmarito, en el municipio de Quecholac, por un grupo de personas que se dedican al robo de gasolina de ductos de Pemex, con un saldo de 10 muertos: cuatro militares y seis civiles, entre ellos uno que supuestamente habría sido ejecutado por un soldado, la venta en la central intenta ser discreta.
Pero eso no les asusta, el negocio sigue porque deja grandes ganancias. Ese punto, el del mercado de verduras, es uno de los principales centros de venta clandestina.
Ahí se reúnen quienes llevan mercancía a distintos municipios de los estado de Veracruz, Oaxaca, Tabasco y Chiapas.
Lo que nadie advierte a los compradores es que economizar en combustible podría traerles consecuencias a la larga para los motores de sus vehículos, debido a que el producto es alterado, de ahí el nombre de huachicol.
No sólo es un mercado para compradores externos, también llegan los locales, que llenan su tanque para la semana, o los propios vendedores de la central aprovechan para cargar.
Quien quiere ser discreto sabe con quién ingresar a la Central de Abasto y no hace negocio con aquellos expendedores que ofrecen la gasolina en camionetas bajo el puente.
El precio puede variar, no mucho. Entre los nueve o 10 pesos el litro de gasolina. Es la oferta del día. Es decir, la garrafa de 20 litros se cotiza en 200 pesos, según autoridades consultadas.
Huixcolotla es zona huachicolera, ahí van los de Quecholac, Acatzingo, Tecamachalco, tres de los municipios ubicados en el llamado Triángulo Rojo, a vender sus litros robados de gasolina. En ese mercado no hay distinción, no se sabe si pertenecen a la organización de El Toñín, a la de El Bukanas o son independientes que trabajan por su cuenta. Todos conviven en el mercado negro de la gasolina.
Mientras unos venden, se observan camionetas conducidas por halcones, que dan vueltas para dar el pitazo en caso de la llegada de militares y autoridades federales o estatales.
Ahí, en la periferia de la central, frente a las camionetas, se observa una gasolinera, vacía por completo. Ni un cliente se ve llegar. Cruzar la calle puede significar un ahorro mínimo de hasta siete pesos por litro.
Aunque existen los operativos para inhibir la venta de huachicol, la Central de Abasto de Huixcolotla es el punto de oferta y demanda del hidrocarburo robado.
Hay ojos por todos lados mientras la patrulla municipal sigue ahí; sus tripulantes sólo ven el ir y venir de la gente, el correr del negocio que intenta ser discreto, vigilan.