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Los golpes en la puerta fueron el detonante, el nerviosismo le hizo creer a Ana (nombre ficticio de la víctima) que realmente había alguien afuera de su habitación de hotel al sur de la Ciudad de México.
Ana tenía pocas horas de haber llegado, viajó de Coahuila a la capital del país para cumplir con un compromiso como servidora pública. No viajó sola, uno de sus compañeros se hospedaba en el mismo hotel, pero en una habitación y en un piso diferentes.
Primera llamada. La voz de una mujer le informaba que le hablaban de la recepción, había un operativo en el hotel y se encontraba gente armada en el lugar, pero le aseguraron que se trataba de policías y la situación estaba controlada. “Muchas gracias”, fue el fin de la llamada.
Segunda llamada. Esta vez se comunica con ella una voz masculina, a uno de sus dos celulares, y le dice que en el hotel en el que se hospeda fue hallado un vehículo con armas y credenciales de elector falsas.
—Ok, gracias por el informe, responde Ana.
—Este vehículo está asignado a su habitación.
—...no corresponde, yo no vengo por tierra, dice Ana, quien se encuentra sorprendida con el señalamiento de las supuestas autoridades.
—Mi comandante quiere que salga para platicar con usted, dice la voz tras el auricular.
—Es tarde [23:00 horas] y no puedo salir, mañana temprano platico con él, insiste ella.
En este momento Ana sospechó que se trataba de una extorsión y desde su otro teléfono le envía un mensaje a su jefe, donde le advierte la situación en la que se encuentran; también escribe a su compañero de trabajo, pero éste no responde.
Desde la bocina, Ana escucha cómo la persona que es identificada como el supuesto comandante le quita el teléfono al hombre que en el primer momento la contactó.
El tono ahora es más agresivo, le exige que salga de su habitación. Ante la negativa de Ana, el comandante comienza a insultarla y le dice que no hay ningún operativo, es el momento de develar la extorsión.
“Me dice que iban por mí, que eran de un cártel, que tenían a mi compañero, y yo me empiezo a asustar”.
Ana relata que en ese momento empezó el interrogatorio: “Me preguntó que con quién estaba en el cuarto, el comandante me dio el nombre de mi compañero. ‘Sé que vienen de Coahuila, que son de Saltillo, que estuvieron en un evento. Te tenemos ubicada y venimos por ti, o sales o entramos por ti’”, recuerda la víctima.
La afectada seguía en comunicación con su jefe, aparentemente no era una extorsión y las personas que la habían contactado hablaban en serio.
Pasaron varios minutos, de nueva cuenta el comandante inició el cuestionamiento: ¿A qué se dedicaba?, ¿cuánto dinero tenía?, si llevaba aparatos electrónicos,si tenía otro clular, le dije que no...
“Le dije que trabajaba en otra cosa, que yo era secretaria y empecé a guardar todas mis credenciales y toda identificación que traía debajo del colchón. Me di cuenta de que realmente no sabían mucho de mí, porque yo les empecé a cambiar todo el panorama; les dije que había ido a la Ciudad de México a pagar una manda y que no llevaba nada electrónico”.
Pasó media hora y en la confusión, el extorsionador tocó fuertemente un objeto para simular que golpeaba la puerta de la habitación de Ana.
Su cerebro registró el sonido y el miedo la invadió, los sicarios estaban afuera de su habitación. “Perdí la noción cuando escucho que tocan la puerta y me dice aún por el teléfono: ‘Tengo aquí a Marco y necesito que salgas’. En mi bolsa del pantalón me eché la credencial de elector y 400 pesos, que era lo que yo le decía que tenía en efectivo. Me indicó cómo estaba distribuido el lugar y me dio instrucciones para bajar y salir del hotel. Me dijo que caminara, ‘te va a estar esperando a media calle una camioneta negra con las intermitentes prendidas’. Salgo y doy el recorrido como me dijo, me insultaba mucho y me llamaba por un nombre que yo no conocía. Estaba molesto porque yo le decía que no sabía quién era”.
En la calle se encontraba la camioneta esperando. Ana la vio y al voltear al otro lado notó que se encontraba una caseta de policía, fue entonces que reaccionó y corrió a pedir ayuda.
“El policía al que contacté me explicó que se trataba de una extorsión y yo le decía que conocía el tema, pero que había ciertas cosas que no correspondían a una extorsión”.
El compañero de trabajo de Ana había recibido la misma llamada y salió de inmediato de su habitación, pero al ver a varios hombres que corrían en el piso donde estaba ubicada la habitación de Ana decidió refugiarse todo ese tiempo detrás de un sillón.
Los extorsionadores obtuvieron los datos de las víctimas de la hoja de reservación. El nombre por el que se referían a Ana correspondía a la encargada de la dependencia en la que trabajaban y quien les ayudó a reservar.
“Los extorsionadores están coludidos con alguien de recepción y nunca hay una presencia física, en realidad no tienes nunca un encuentro con ellos”.
Todo ese tiempo, Ana pensó que conocía bien la extorsión y estuvo a punto de caer en ella. No sabía que su mente cedería ante los engaños de la voz que le hablaba en el teléfono y que se pondría en una situación vulnerable, de la que salió sólo después de reflexionar un poco.