A Ramón Barajas, Pedro Vázquez y Alejandro Ochoa los agarró la migra en la puerta de su casa antes de que saliera el sol. Pasaron semanas en prisión, de una cárcel a otra, usaron cadenas en tobillos, cintura y muñecas, los trataron como criminales sólo por ser indocumentados.

Ayer llegaron a la Ciudad de México en un vuelo del gobierno de Estados Unidos, venían de El Paso, Texas. Igual que sus paisanos que los acompañaron llegaron sin un peso, con su familia rota al dejar esposa e hijos allá, hundidos en la incertidumbre.

Luego de escuchar al presidente Enrique Peña Nieto, se toparon con una nube de luces, cámaras y micrófonos. Algunos de plano corrieron, otros los llevaron formados a un camión que los transportó a la terminal de autobuses para tomar ahí un camión a su lugar de origen.

A cada uno le dieron una mochila negra, una carta que confirmaba que había sido repatriado, una tarjeta telefónica y un boleto de autobús. Ramón Barajas, de Jalisco, se asombró por las cámaras.

Este hombre, bajito y de barba rala, nació en Tamazula, pero llevaba una vida de 26 años en el territorio estadounidense. Dedicado a la construcción en Denver, dejó del otro lado de la frontera a su esposa y cuatro hijos, todos nacidos en la Unión Americana. “Sacando una licencia de manejo me encontraron y me deportaron”, narra. Acepta: “Ahora mi familia allá me va a tener que ayudar”.

Pedro Vázquez es originario de Pachuca, Hidalgo, tenía 20 años viviendo en Atlanta. Lo detuvieron por una infracción de tránsito; salió bajo fianza y a los pocos días la migra lo arrestó al abrir la puerta de su casa. Fue a la cárcel durante 60 días en dos prisiones. “Dejé en Estados Unidos mi trabajo, mi esposa, mis carros, mi departamento”.

Allá ganaba 16 dólares por hora. “Estaré 15 días en México y regresaré a Estados Unidos. Voy a regresar, no será difícil pasar aunque haya un muro... voy a pagar unos 4 mil 500 dólares al pollero para regresar. Allá no es vida, tienes que trabajar si quieres vivir, pero es mejor que aquí. Vale la pena, vives mejor”.

Alejandro Ochoa es de la Ciudad de México, vivió en Nueva York 12 años, fue detenido por migración el 26 de mayo de 2016, llevado a un centro penitenciario, le quitaron hasta la ropa interior. Un mes esperó una cita con un juez, quien le negó cualquier beneficio por no tener documentación en regla.

“Me metieron a una prisión como si fuera un terrorista”, explica.

Trabajaba en la construcción desde las ocho de la mañana. “Jamás le dije no al trabajo”, relata. Este hombre de 38 años fue separado de su familia, a su último hijo aún no lo ha tocado, pues aún no nacía. Hoy participa en una organización que apoya a deportados. Ayer fue invitado al encuentro con el Presidente.

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