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Sabemos que adicional al problema de la inseguridad se presenta el problema de la percepción de la inseguridad; también sabemos que, en ocasiones en México, a lo largo de los años, las autoridades se han ocupado más por bajar la percepción de la inseguridad, que por controlar y prevenir el origen del problema.
Aristóteles, Hobbes y Rousseau, entre otros, explicaron la necesidad de convivir en sociedad y evitar la inseguridad para alcanzar la felicidad, para construir la civilización, para constituir el Estado. Según Hobbes, el miedo de los seres humanos en sus relaciones con los otros es el fundamento del contrato social: contrato que, al establecerse, lleva a que el miedo se concentre en torno al extranjero, al extraño, al ajeno, al desconocido, al diferente, a otro que no pertenece al nosotros del que formamos parte.
Pero, ¿qué sucede cuando en una sociedad todos, incluso los cercanos, se convierten en extraños, en fuente de desconfianza, de miedo, de temor? En algunos vecindarios, todos saben a qué se dedica algún vecino, saben que se trata de una actividad ilícita; sin embargo, es mejor callar, ignorar, silenciar, no ver… el miedo es el que manda. La situación se agrava porque nadie, ni las autoridades, hacen nada para evitarlo.
Hace unos cuantos años, a pesar de la inseguridad, nos sentíamos seguros cuando estábamos en lugares muy concurridos, en lugares conocidos, cuando transitábamos en compañía. Ahora, es impresionante, en cualquier encuesta la gente afirma no sentirse segura, incluso entre una multitud. Los otros no son factor de protección; los lazos sociales dejaron de ser una defensa. Los testigos de algún acto ilícito suelen permanecer en silencio; y esto genera, sólo con imaginarlo, un miedo aterrador, crónico. El miedo —término impreciso, resbaloso, que usamos en diferentes situaciones (Mora, 2015, España)— cambia nuestra forma de vida, nuestras costumbres, nuestro ser en sociedad.
Así, cuando el Estado no cumple con su función esencial de ofrecernos seguridad, no controla la violencia, ni castiga a quien la ejerce, el miedo reaparece y se multiplica en la sociedad, a tal grado que puede llevar a la población a ejercer la justicia por propia mano. Esto incrementa la inseguridad, la violencia, la impunidad, lo cual se expresa en un mayor número de conflictos familiares, (los padece más de 60% la población), conflictos entre vecinos (78% de la población dice tenerlos) lesiones, homicidios (60% de los internos sentenciados en las cárceles son menores de 29 años). Baste recordar el linchamiento de tres policías, en Tláhuac, hace más de 10 años. El miedo ante un posible secuestro de niños organizó a la masa y sigue haciéndolo. Sólo en 2016 hubo más de 63 casos de linchamientos, fenómeno asociado a conductas de masa donde el miedo desaparece ante el anonimato que se produce.
Dice Ernesto López Portillo que la inseguridad es del tamaño de nuestros miedos, con ello sólo nos referimos al miedo como un sentimiento que se genera en el interior de nosotros, difuso, pero que invade todo, debido a la amenaza que nos hace sentirnos vulnerables, indefensos.
“Me siento inseguro; la inseguridad conlleva a la preocupacióń por los tuyos, sales al trabajo, dejas a tus hijos en la escuela, a otros en la universidad y de ahí emana esa preocupación, sobre todo porque cada vez los asaltos son con mayor violencia, me preocupa y me siento inseguro, desprotegido”. (Wilson Pérez, en plática con EL UNIVERSAL). Un chavo, estudiante de secundaria en Ecatepec comenta (Soto en Tello, 2014): “Ya no tengo miedo, en lo que va del mes, me han asaltado seis veces cuando salgo de la escuela. Ya no me puedo quedar a jugar futbol porque en cuanto empieza a oscurecer, no te salvas”. En Ahome, un doctor saliendo de su consultorio, nos dice: “Ahora está muy tranquilo, se murieron todos los jóvenes, se mataron entre sí”. (Lugo en Tello 2014).
El temor también es que sin deberla ni temerla te pueden matar. Los delincuentes se mueven en motocicletas, llegan y disparan contra sus víctimas y se dan a la fuga”. (Mejía, 20016). Hoy la amenaza se mueve, aparece en Chilpancingo, Zacatecas, Colima, Ecatepec, Morelia; los habitantes de otro lugares, a la vez que se sienten privilegiados por las condiciones que les rodean, viven aterrados ante la posibilidad de perder su seguridad, pero después aparece en otros sitios. En Campeche, —donde la inseguridad es muy baja— comenta una señora mayor, afuera de su casa: “No, ya no es igual que antes, allí en la esquina se ponen unos vagos, me dan mucho miedo, me tengo que bajar de la banqueta, a todo el que pasa le piden unas monedas”. (Sánchez en Tello, 2014). Ante estas realidades sólo queda aislarse, protegerse, dejar el espacio público a otros y facilitar las condiciones para la reproducción de la violencia. En todo caso, solicitar mayor presencia de la policía o, mejor aún, del Ejército.
Lo innegable es que el miedo no se construye sólo con balazos tangibles, concretos; también por incertidumbres económicas, políticas, sociales; por un mañana sin futuro, sin esperanza, sin nadie en quien confiar. Los adultos se aís lan, se enrejan; algunos como el legislador Preciado quieren más pistolas. Las comunidades, los barrios y las ciudades se saturan de rejas, cámaras, candados, cadenas y alarmas. Los jóvenes quieren disfrutar su vida, el momento, de una forma, de otra, como sea, lo que se puede; al fin y al cabo, sin horizontes la vida no vale nada. Tal estribillo, que evoca al famoso cantautor José Alfredo Jiménez, invita a reflexionar sobre la imperiosa necesidad de regresar a la confianza, a los vínculos sociales, a la esperanza, a la participación y a la comunidad solidaria. El cambio no es fácil, pero sí posible. Cada quien, autoridades, policías y comunidad tenemos que reconstruir la sociedad con sentido responsable y en sentido contrario al sesgo dominante que se ha impuesto.
Fuentes bibliográficas:
Bauman, Z. (2001) “Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil”. España. Siglo XXI
Mora Francisco, (2015) “¿Es posible una cultura sin miedo?” ED Alianza Editorial, España
Rodríguez Guillén, Raúl. “Estudio sobre el linchamiento del Departamento de Sociólogía de la UAM Azcapotzalco” y autor de (2014) “Jóvenes, inseguridad, violencia e ilegalidad: una mirada desde lo social, México en proceso de publicación”
Fuentes hemerográficas:
Mejía, Irma. Corresponsal de EL UNIVERSAL, Zacatecas, 17 enero 2017; Pérez Marín, Leobardo, EL UNIVERSAL, 17 enero 2017
Coordinadora del Seminario Universitario Interdisciplinario de Violencia Escolar de la UNAM