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Organismos internacionales, dependencias de gobierno y organizaciones de la sociedad civil nos proporcionan regularmente cifras sobre la trata de personas; las víctimas son contabilizadas en el negocio de los tratantes en abrumadoras estimaciones, pero no son capaces de describir la realidad de este inaceptable crimen.
Por el contrario, son las palabras de sus sobrevivientes, como las de Mayra en este periódico, o las de los jornaleros agrícolas recién rescatados en Coahuila las que nos deben alarmar y mantener en una constante movilización.
La trata de personas es un delito que niega y ofende los pricipios propios de la humanidad. Por eso no podemos permitir que haya ni una sola víctima más.
La trata de personas es un fenómeno profundamente enraizado en las estructuras de nuestras sociedades que arrastra y con más ensañamiento e indolencia aquellas prácticas esclavistas de siglos pasados que con tanto orgullo logramos “abolir”. A las oportunidades de la globalización (movilidad y tecnologías de la comunicación) los grupos criminales suman el uso descarado de la violencia y el engaño para captar nuevas víctimas y someterlas a infinitas modalidades de explotación.
A 10 años del inicio de nuestras operaciones en México en materia de trata de personas, el camino recorrido es extenso y los éxitos alcanzados son muchos, gracias al compromiso de las instituciones de gobierno federales y estatales, de los Congresos y, por cierto, de una vibrante sociedad civil. Sin duda, el logro más representativo es que la trata de personas hoy no es más un secreto a voces. Es un crimen del que se habla y se debate, a veces acaloradamente, y alrededor del cual se construyen y se articulan iniciativas operativas y normativas de prevención y protección de las víctimas y de persecución de las redes de victimarios.
Toda esta actividad es positiva. México no solamente ha logrado visibilizar sus problemas, ha empezado a enfrentarlos. Hace 10 años no “había” ni una víctima; hoy no hay semana sin un rescate.
Las cifras son aún dispersas, pero finalmente hay cifras y un camino trazado para enfrentar el problema. Para enfrentar un fenómeno de esta complejidad no existen fórmulas mágicas ni recetas más que las que la propia sociedad mexicana deberá autoprescribirse y administrarse con rigurosa disciplina. Sin embargo, existen ingredientes universales que, independientemente de las dosis, deben ser una constante de toda iniciativa: voluntad política infranqueable que trascienda los ciclos electorales, estructuras institucionales y recursos suficientes, regulares y transparentes; personal debidamente preparado para investigar, perseguir y juzgar casos; aplicación de la tecnología para la persecución de las redes de tratantes, campañas de comunicación eficientes, unificación en la generación de estadísticas, y estandarización de la operación de albergues de asistencia y protección de víctimas.
Aunque estén presentes esos elementos, existe uno sin el cual nada de lo anterior podría resultar del todo efectivo. Se trata de la transformación de cómo nuestras comunidades perciben, actúan y reaccionan ante la presencia de la esclavitud moderna. Entender que los seres humanos no están a la venta tiene que movilizarnos para que no haya ni una víctima nunca más.
Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito
UNODC México