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Parecía un día como cualquier otro de julio pasado. La mujer de 64 años comenzó con su jornada hasta que tres sujetos preguntaron por el costo de una habitación y a punta de pistola la metieron a la cajuela de un automóvil. En cautiverio la trasladaron a otro sitio. Hoy pide la pena de muerte para los secuestradores.
En la parte trasera del automóvil se subió uno de ellos con la mujer para evitar gritos. Fueron 35 minutos de camino: “Lo único que pedí fue que Dios no me abandonara, estaba en sus manos. Traté te tomar tiempo… topes, rectas, curvas, para tratar de identificar mi destino”, relata.
La bajaron con los ojos vendados directo a una habitación: “Si cooperas no te tapamos la boca, no te amarramos ni manos y pies. Coopera y las cosas van a salir mejor”, le dijo uno de los plagiarios.
“Si me vas a matar, mátame ahorita ¡No te detengas!”, respondió la mujer enfurecida.
“¿No valoras tu vida?.
“Sí, la valoro, pero qué puedo hacer, estoy en tus manos. ¡Órale!”
“Te voy a matar, pero antes te voy a torturar”, amenazaba el hampón.
“Si me vas a torturar, tengo un cáncer de meses, mi vida está sentenciada, así que puedes hacer lo que quieras conmigo, la naturaleza ya lo hizo”, respondió la mujer ante la amenaza.
Cuatro días estuvo en cautiverio. Día y noche con la misma película y a todo volumen. Los captores intentaban desquiciarla. Lo único que podía hacer ella era encomendarse a Dios. “La maldita película, el maldito ruido era para reventar los nervios”, recuerda la víctima.
“Señor estoy en tus manos, son seres humanos igual que yo, tócales el corazón para que no me hagan nada”, suplicaba la mujer.
Al estar vendada de los ojos, el tacto y olfato intentaron captar todo, y así fue. Las noches las pasó a lado de uno de sus captores; se acostaba en la misma cama para evitar su huida. Una torta y un plátano era la comida.
Rompe en llanto, miedo y coraje. “Fue el infierno, no existe una palabra para describir lo que se siente. Es afianzarse a un ser supremo, es lo único que se tiene de escape. Se fuga uno en determinados momentos felices de su vida porque no sabes si en una hora o al siguiente día no vives”, relata.
En casa, su esposo, de 65 años, negociaba el rescate. Le exigían dos millones de pesos para poder ver de nuevo a su compañera de vida.
Había dos opciones, con o sin operativo. El señor decidió la segunda y el riesgo era que él tampoco regresara. Llegó el cuarto día, todo estaba listo para el rescate. Se acordó que la señora sería liberada en una cueva.
“Tienes fe”, le dijo uno de sus captores.
“Sí, mucha”, respondió la víctima.
“Yo también”.
“Poca madre, fe de cuál”, quería responder la señora, según narra, pero se contuvo.
El esposo llegó al punto indicado. “Me encomendé a Dios y la recuperé. Es un alivio ver con vida al ser que uno quiere”, explica con la voz entrecortada.
Antes de terminar la entrevista, la señora insiste: “Si me preguntan que deseo para estas personas: la muerte, no pediría pena de cárcel de 50 años, porque son seres podridos. Desearía con todas las fuerzas de mi alma y de mi corazón que les aplicaran la pena de muerte”, reitera.