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La señora Blanca Delia no acepta, no comprende los términos de la ley y reclama: “La mamá de Javier, el asesino de mi hija, dice que intentó meterlo a un centro de rehabilitación contra las adicciones, pero no hay ninguna constancia al respecto. Según su propia declaración, el niño siempre andaba drogado. Yo nunca debí dejar sola a mi hija. Me hubiera salido de trabajar.
“¿Por qué no tenemos un tutelar de menores aquí en Monclova? ¿Por qué no se llevan a ese niño Javier a Estados Unidos, donde las leyes para los menores de edad son distintas y sí los meten a la cárcel? ¿Cómo es posible que no se pueda hacer algo sobre este caso? ¡Quiero que se haga justicia. No le deseo la muerte, porque a nadie se le desea la muerte, pero pido que se haga justicia. ¡Que esté encerrado. Que no salga, que esté ais-lado!, porque si lo dejan libre y lo linchan aquí en la región, inclusive podrían culparnos a nosotras, a mi hija Paloma y a mí. Yo tengo dos nietos chiquitos.” reflexiona Blanca Delia.
En el piso de la casa donde Diana fue asesinada aún queda la mancha que provocó el charco de sangre, y al pie de la cama también quedan otras entre rojas y cafés. “Yo no había regresado a la casa desde que ocurrieron los hechos”, cuenta mientras va doblando la ropa de su hija que queda sobre la cama. Casi sin notarlo, quizá por instinto, huele cada prenda antes de guardarla.
Fue Alicia, la madre de Javier, quien determinó —al saberlo libre por ley— que su hijo debía ingresar a un centro siquiátrico con el fin de que no lo lincharan, “pues la sociedad está muy molesta por lo que hizo mi hijo y podrían matarlo si lo dejan suelto. Mi hijo era libre como el viento. Nadie sabe que sus profesores en la escuela me decían que me daban los certificados de fin de curso con tal de que me lo llevara. Después busqué un centro de rehabilitación en Monclova, pero no lo hay. Fui al DIF y al Proniff de Coahuila. Expliqué que mi muchacho tenía un problema de adicciones. No lo atendieron. En un lugar me pedían 3 mil pesos al mes para rehabilitarlo, pero no los tengo. Qué más quisiera que mi hijo fuera de otra forma. Aquí en la colonia y por todas partes se mueve mucho eso de las drogas y los inhalantes. Yo no puedo andar atrás de mi hijo las 24 horas del día. A él le daba vergüenza cuando yo lo quería acompañar a la escuela.
“Cuando lo agarraron, allá en nuestra casa después de lo que hizo, lo único que él me pedía es que quería pasar su cumpleaños con nosotros. Pero no se pudo. Yo vine a pasar su cumpleaños con él aquí en el centro mental”, dice Alicia, quien pide ayuda para su hijo, puesto que no le gusta que le den tanto medicamento.
“Quiero un lugar donde lo puedan tener estudiando, donde le quiten las adicciones, donde le enseñen cómo salir adelante. No puedo dejarlo libre porque no podemos saber si él vuelva a cometer otra vez lo que hizo. En su momento, cuando pedí la ayuda no se me brindó y pasó lo que pasó. He recibido amenazas por las redes sociales. Cuando mi hijo dejó la escuela se fue a vender periódicos, se levantaba temprano, luego se fue a limpiar parabrisas, pero regresaba con su latita de resistol. ¡Pido ayuda para mi hijo; su padre no nos quiere en su vida”, dice Alicia, quien trabaja desde que su hijo nació. Es divorciada y ahora vive con otro hombre. Tenía 30 años cuando nació Javier. “Yo no quería hijos porque mi trabajo era muy agotador, pero mi esposo sí”, cuenta.
“Es cierto, yo lo golpeaba mucho. Llegué una vez hasta ahorcarlo cuando estaba chiquito, y eso a él no se le olvida, porque eran muchas las quejas que me daban, y además la presión de mi trabajo en la maquila. Mi hijo es un ser humano rescatable y va a responder por lo que hizo, tanto aquí en la Tierra como allá con Jesús. A mí me hablan para decirme que van a matar a mi hija, como Javier mató a Diana (…) ¡Imagínese!”, alerta.
Al preguntarle a la madre sobre lo ocurrido con Diana, Alicia expresa: “De todo creemos que los hijos son capaces, hubiera preferido que la violara. En su momento mi hijo me dijo: ‘Sí mamá, yo lo hice, era yo o era ella, porque ella me quiso atacar, pero me invadió un coraje muy feo, así como cuando tú me pegabas, mamá’”.
Mario Alberto José de los Santos, director del Centro de Salud Mental, refiere que Javier fue ingresado ahí por un acuerdo entre la orden de un juez, la defensora de oficio y el Ministerio Público. “Aquí no tiene acceso a ninguna sustancia adictiva, está en un ambiente protegido. Al principio manifestaba nulo arrepentimiento por lo que hizo, y le contaba a detalle a los niños del área de Paidosiquiatría lo que había hecho. Por eso tuvimos que trasladarlo al área de adultos.
“Continúa ocasionado problemas; sin embargo, creo que no le hace daño estar lejos de sustancias adictivas y lejos de un ambiente hostil. El caso es sumamente difícil y trae en jaque a nuestros magistrados, abogados y penalistas”, dice.
Da el diagnóstico: “Javier tiene un trastorno de conducta antisocial, coeficiente intelectual bajo, condiciones de lento aprendizaje, conducta opositora y narcisista, se maneja de forma egoísta, con poca tolerancia, con alto enojo hacia su medio ambiente, lo que dificulta su interacción social, entender las reglas y normas sociales.
“Refleja disfuncionalidad familiar, pobreza en sus manifestaciones de afecto y es desafiante ante figuras de autoridad. Realmente está legalmente libre, aunque no puede salir porque está hospitalizado. Esperaremos la orden del juez para saber cuál es el siguiente paso”, dice De los Santos.
El próximo 10 de diciembre Diana cumpliría 12 años. Para entonces Blanca espera haber reunido dinero suficiente para edificar una “casa” pequeña en la tumba de su hija, como se acostumbra en esa región del país. Aquí, en el panteón Sagrado Corazón.
“Será rosa pastel y le pondré un ángel, dibujado o de yeso”, concluye, mientras se agacha y alisa con sus manos, una y otra vez, la tierra que cubre el cuerpo de su hija.