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Un grupo de poco más de 15 policías permanecen en Ciudad Plantón, el campamento que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) tiene desde hace más de 60 días en La Ciudadela, de la Ciudad de México, como parte de sus acciones en contra de la reforma educativa.
Al menos 15 elementos de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) de la capital del país vigilan de día y de noche, en el sol y la lluvia a quienes dormitan, cantan, bailan o juegan en el conjunto de casas de campaña y hules improvisados. Ahí se concentran menos de 500 docentes disidentes, según estimaciones de autoridades locales.
Los oficiales laboran en un paisaje que cuenta con una lona del EZLN con la imagen del Che y una telaraña de miles de cables y lazos que están a metro y medio del piso, para sostener 700 cobertores, seis carpas y tiendas de campaña.
Un autobús de la SSP, color azul, impide siempre el paso por la calle Emilio Dondé, junto al Centro Artesanal. Es la entrada principal al campamento que fue instalado el 25 de mayo pasado cuando los maestros fueron retirados de Bucareli y por ahí llegan los turistas extranjeros que buscan el mercado.
Los elementos preventivos resguardan, a unos 50 metros de distancia, las actividades de la gente que llegó de Guerrero, Chiapas y Oaxaca. En el corazón de la zona el día transcurre entre el desayuno, el aseo personal, la preparación de comida, la cena, bailes, juegos y dormir. Los 15 vigilantes del plantón buscan cómo pasar el tiempo.
Durante el día, cuando los maestros deciden marchar por Balderas, el camión del Grupo a Caballo de la secretaría sale del lugar para acompañarlos.
“Tenemos la indicación de informar al mando si salen en autobuses, para estar alertas y que causen la menor afectación posible”, cuenta un agente. “Si llegamos a hacer declaraciones nos arrestan”, dice y prefiere no dar su nombre.
Los policías siempre están de pie, organizados en grupos de tres o cuatro elementos para monitorear a los maestros; sin embargo, cuando los disidentes regresan de la marcha los elementos de la SSP llegan más tarde.
Todos pertenecen al grupo que va a caballo y dan cobertura a las actividades de los profesores, por lo que sus guardias son de 24 horas.
En el día, a 24 grados centígrados, el uniforme los hace sudar copiosamente, aunque están sin actividad; cuando llueve se colocan el impermeable.
“Estamos acostumbrados. Desde que salimos de la base, en Cabeza de Juárez, en Iztapalapa, traemos impermeable, chaleco antibalas, espinilleras, botas, casco y escudo. “Lo primero que hacemos es buscar el baño, tengo más de 10 años en esto y así detecté un estacionamiento”, dice otro oficial, quien prefiere permanecer en el anonimato.
En el cruce de Balderas con Emilio Dondé, en la Ciudad de México, un elemento cuenta que en general los maestros “son tranquilos, el problema es cuando se mueven”.
Los docentes se han movilizado en las principales calles de la capital mexicana, aunque aún no acumulan el número de días ocupados en el Monumento a la Revolución: ahí permanecieron 888 días entre 2013 y 2016. La principal función de los uniformados es contener a los inconformes con la reforma educativa.
Un muchacho que conduce un triciclo se acerca al camión antes de la medianoche y se detiene junto a los policías. En una canasta lleva pan de dulce tapado con una manta, conchas blancas y de chocolate, orejas tapizadas de azúcar, moños suavecitos y tacos rellenos de algo que parece mermelada de piña.
La mayoría de los agentes se quedan en el autobús, recostados, con las piernas sobre los asientos. Es muy incómodo, pero dormitan de vez en cuando y bajan del camión de la SSP para estirar los pies hinchados por las botas negras para montar y el peso del equipo antimotines.
A veces prenden un cigarro, “para quitarse el frío”, o beben café caliente. Mientras escuchan las indicaciones, los profesores improvisan una fiesta en la calle.
La música llega hasta los agentes. Las maestras de Chiapas gritan y salen a bailar, dos brinquitos a la izquierda, dos a la derecha. Los hombres se entusiasman y forman un círculo, simulan que llevan maracas en las manos y las agitan arriba de la cabeza, todos ríen. La música del tambor, los platillos, la trompeta y el trombón tienen el toque de las bandas mixtecas y atraen a más mujeres, algunas cenan leche y agua de guayaba mientras observan, se entusiasman y piden otra.
Los policías tienen derecho a tres raciones de alimentos al día, el desayuno es en grupo. La comida y la cena se sirven en La Ciudadela.
El menú puede variar: una torta, hamburguesa, una barrita energética o mazapán, una naranja y leche con sabor a fresa. A veces hay guisado, frijoles y agua.
Antes de la medianoche, algunos revisan los mensajes de su celular, realizan llamadas a sus familiares o entran a internet.
Para recargar la pila del teléfono aprovechan un multicontacto que está junto a un puesto de periódicos.
“Aquí estamos para lo que se ofrezca, es nuestro trabajo, estamos acostumbrados”, cuenta un preventivo. No se pueden quitar las botas porque deben estar listos para actuar rápido. A esta hora el olor del carbón encendido por los profesores se mezcla con el hedor que sale de la coladera.
Después de merendar entre esa combinación de olores caminan un poco y se recargan en las jardineras. Pasan el tiempo a la espera de que amanezca para que llegue otro autobús con oficiales frescos. Eso será a las 09:30 horas y podrán descansar dos días.
El sueldo mensual de un trabajador operativo de confianza, un policía raso, es de 7 mil 77 pesos, más algunos apoyos, prestaciones y estímulos, por eso muchos de ellos tienen otro empleo, “para completar la chuleta”.
“Entrego el equipo en la base y me voy a mi casa a descansar un rato para trabajar un taxi en mis horas libres. No alcanza [el dinero que gano] y en la casa hay muchos gastos”, cuenta otro oficial.