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Iguala, Gro.— Hay 36 grados a la sombra y un helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana sobrevuela la histórica ciudad de Iguala de la Independencia.

Ha aterrizado en el cerro de Tehuehue, donde en lo más alto hay un asta bandera monumental.

De la aeronave baja el presidente Enrique Peña Nieto, rodeado por su equipo más fuerte, el más cercano, el incondicional, por los que estuvieron a su lado en aquellos momentos de crisis detonados por la violencia aquí el 26 y 27 de septiembre de 2014.

Flota la sombra de la desaparición de 43 estudiantes normalistas. Iguala —ciudad visitada por los presidentes para conmemorar el Día de la Bandera— tiene al Ejército en sus calles y en cerros que la rodean.

Al descender del helicóptero, el presidente Peña Nieto camina a paso firme hacia el asta bandera junto a los secretarios de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong; de la Defensa Nacional, general Salvador Cienfuegos Zepeda, y de Marina, almirante Francisco Vidal Soberón.

No hay discursos, se iza la bandera monumental, la gente en una pequeña tribuna aplaude. En ese grupo de funcionarios estaban además los secretarios del Medio Ambiente, de Economía, de Agricultura y de la Función Pública.

En el estadio Ambrosio Figueroa hay 6 mil personas y 300 escoltas que esperan para celebrar el 195 aniversario del Día de la Bandera. Des de temprano soldados y marinos se han desplegado.

En la mañana hubo un desfile cívico-militar. Desde el cielo se ven calles cerradas con vallas metálicas y militares que vigilan por donde transitará el mandatario.

El calor a la sombra es de 36 grados. Primero se desvanece un militar y luego otro. Terminan los discursos.

El presidente Peña abandona el confort del presidium, colocado sobre los 100 metros de la pista de tartán que rodea al campo de futbol del estadio y se acerca a la gente.

Va a una de las cabeceras, la gente le grita, lo saluda, camina hacia la tribuna frente al presídium, al otro extremo, a la que albergaba al grueso de las 6 mil personas que atestiguaron esta ceremonia, es aplaudido, pero la sombra de Ayotzinapa siguió ahí, al acecho, sin olvido.

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