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San Francisco del Mar, Oax.— El timbre del celular los despertó. El reloj marcaba casi las dos de la madrugada del 27 de septiembre. Del otro lado una voz irreconocible le respondió: “Señor, soy amigo de Édgar. Hubo un altercado. Édgar está herido. Le dieron en la cara”. Nicolás preguntó por su hijo. El “aquí a mi lado” le devolvió el alma al cuerpo. Ponlo al teléfono, fue la orden del padre.

Sin titubear, le habló a su hijo, quien se encontraba tirado con la boca destrozada en una clínica de Iguala, Guerrero, a miles de kilómetros de San Francisco del Mar, su hogar.

“Mi’jo, todo va estar bien. Ten valor. Tú aguanta. Pase lo que pase no te duermas. Ya vamos para allá”. A Óscar García, el compañero que auxilió a Édgar, sólo le suplicó no dejarlo tirado y llevarlo a un hospital. Édgar había perdido mucha sangre por el balazo que le dieron en la cara.

Édgar Andrés Vargas, de 19 años, estudiante de tercer grado, ingresó al Hospital General de Iguala con un diagnóstico grave: Trauma facial con fractura maxilar superior y pérdida de tejidos blandos del piso labial, suelo palatino y labio superior.

Nicolás y Marbella partieron esa misma madrugada hacia Iguala en busca del segundo de sus cuatro hijos, quien contra la voluntad paterna emprendió hace cuatro años su carrera de maestro en la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa.

Rogaron por el hijo que hoy vive de milagro, en una casa de la ciudad de México, mientras se recupera de dos cirugías, aún no está en condiciones de dar entrevistas. Vive resguardado.

Recuerdos. Estaba en el segundo piso de la clínica cuando una patrulla del 27 Batallón del Ejército llegó hasta el provisional refugio. Édgar sintió alivio, se creyó salvado.

“En ese momento se creó un alivio para mí, como que había llegado ayuda, pero uno de mis compañeros le explicó que había un herido, pero tuve que bajar igual. Me senté en un sillón y otro compañero me estaba auxiliando”, se detalla en el informe que presentó el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI).

La lluvia de regaños del comandante no esperó. “Empezaron a agredirnos verbalmente, groserías, como si nosotros tuviéramos la culpa. ‘Aguántense, porque ustedes se lo buscaron, se creían chingones; afuera hay dos compañeros suyos muertos’. Ya no presté más atención”, indica Édgar en el Informe Ayotzinapa. Investigación y Primeras Conclusiones de las Desapariciones y Homicidios de los Normalistas de Ayotzinapa del GIEI.

El reporte da fe de que el alumno Édgar Andrés Vargas fue herido alrededor de las 0:30 horas del 27 de septiembre en el segundo ataque a estudiantes en Iguala. El joven se enteró del primer ataque a los estudiantes a las 22:00 horas del 26 de septiembre. Se organizó junto con sus compañeros y partió de la Normal con ellos en dos Urban.

Llegó alrededor de las 23:00 horas a la calle Juan N. Álvarez, con Periférico Norte, escenario del primer ataque y en donde se localizaban tres de los autobuses baleados. Cuando se realizaba una conferencia de normalistas en el lugar para denunciar lo sucedido, se produjo el segundo ataque.

“Nomás alcancé a ver a unos hombres de negro, dos o tres, pero se me hizo raro porque no traían logotipo del gobierno, yo vi a uno que traía chaleco antibalas, capucha, botas, guantes, playera negra. Otro llevaba sudadera negra, guantes, capucha, chaleco. Me tocó ver cómo uno se tira al piso, otro se hinca y otro parado”, relata al GIEI un testigo identificado con las iniciales GA.

Édgar da cuenta de lo que pasaba antes de recibir el balazo. “Alcancé a ver de dónde salían los disparos, la silueta de dos personas. No vi más. Estaban disparando sin parar, cesaron cuando cambiaron de cartucho o cargaron el arma. Yo seguí arrastrándome como pude. Luego me paré y me puse de pie, con mucha sangre. Fui caminando. No recuerdo ya si crucé los tres autobuses, pero varios compañeros regresaron por mí”.

El joven huave no perdió el conocimiento, se arrastró ensangrentado para llegar al camión Costa Line 2012, pero no lo logró, sus compañeros lo trasladaron a una clínica. Despertó dos días después, sus padres ya estaban con él. Permaneció en el hospital de Iguala durante 15 días hasta que, por la gravedad de las heridas, fue llevado a un hospital de la ciudad de México, donde estuvo 22 días más. Las operaciones de reconstrucción de su cara y boca aún continúan, a un año del ataque.

Nicolás Andrés Juan tiene 47 años y es profesor normalista desde hace más de dos décadas. Sentado en el corredor de una casa, admite que “vivimos con miedo”, es la consecuencia de aquella noche en Iguala, en la que desaparecieron 43 normalistas, que dejó varios muertos y heridos, entre ellos a Édgar, su hijo.

Desde hace un año, prácticamente vive solo, su esposa y su hija menor se trasladaron a la ciudad de México para cuidar de Édgar. “Ha sido muy difícil. Se desestabilizó todo nuestro proyecto de vida como familia. Todo se vino abajo desde ese día. Es triste, en vez de tener a mi familia conmigo estoy solito. Aún así, seguimos animados a seguir, con miedo, pero seguimos”.

Sobre su hijo, dice que busca la forma de convencerlo de no regresar a Guerrero, teme por su seguridad. Édgar sólo quiere terminar la carrera, ser maestro. Él, resguardar su vida.

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