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En este lugar, en el municipio de Tlatlaya, hasta el padre Nicolás, de la parroquia de San Pedro Apóstol, se escabulle para no hablar. A 12 meses del enfrentamiento entre militares y un grupo armado que dejó un saldo de 22 muertos, pocos son los pobladores que no evaden las preguntas sobre el ambiente en la zona, donde el miedo a los integrantes del crimen organizado se impone, y las personas esperan que el Ejército mantenga su presencia.
Aquí parece que los habitantes acordaron callar. “Sólo miramos pero no hablamos, y a veces ni siquiera miramos a nadie, porque aquí todos nos conocemos, la maña nos reconoce hasta si estamos de espaldas. Es como si ellos nos estuvieran observando todo el tiempo... pasan en sus camionetas, en sus motos, y reconocen cuando alguien no es de la región. Los halcones reportan y avisan si nos ven hablando con alguien foráneo. Ustedes al rato se van a México, pero si nos ven hablando con ustedes, al día siguiente amanecemos muertos”, dice una mujer que trabaja en el Hospital San Pedro Limón, donde el director decide no aceptar entrevistas.
El subdirector, un médico, una enfermera, todos se rehúsan a dar testimonio. Dicen no ser de la región, ni estar enterados de lo que ocurrió el 30 de junio de 2014 en una bodega de la zona que está ubicada a un kilómetro de esta comunidad rural de San Pedro Limón, casi en el límite con el estado de Guerrero.
Martina, a quien se le cambia el nombre por seguridad, no le teme a los uniformados, a los de verde y a los de azul [como llama a los elementos del Ejército y de la Policía Federal], espera que no se vayan; “nosotros le tememos a la maña, a la delincuencia”, dice.
La bodega donde ocurrieron los hechos está abierta, a la vera del camino sin cintas amarillas que impidan el paso. Hay varios números pintados que señalan los balazos que quedaron en las paredes del lugar. Las manchas de sangre ya no son rojas, se han vuelto color sepia; pero continúan ahí, como huella de lo que ocurrió en el lugar.
Son 38 los impactos de bala que están marcados con un plumón negro en las paredes. En medio de la bodega quedan los restos y las cenizas negras de lo que aparentemente fue una gran fogata.
En la casa más cercana ya no vive nadie. En otra vive Mateo: “Esa madrugada nos despertaron los balazos; nosotros nada más escuchamos, pero ni nos asomamos siquiera. Corrimos hacia la parte más segura de la casa, al fondo, alejados de la puerta principal. Ya por la mañana lo único que vi fueron muchos coches del Ejército y la Marina cuidando la bodega.
“Nosotros no vimos nada. En esos casos, es mejor mantener la vista en el piso, sin levantarla”, recomienda este campesino ya mayor, mientras va cerrando temeroso la puerta de su casa. “Antes aquí dejábamos nuestras casas abiertas, pero ahora ya no”, concluye.
Ricardo, un campesino que espera a su esposa en el hospital, comenta: “Yo lo que espero es que los militares nunca se vayan de aquí para que nos sigan protegiendo a nosotros y a nuestros hijos”.
Una pareja relata que sus hijos de 10 y 12 años se fueron a vivir con un hombre que pertenece al crimen organizado, los niños tiene varios meses que dejaron su hogar para seguirlo.
Otro de los vecinos de la zona sabe que “si yo ahorita hablo con ustedes, al rato ya están los delincuentes diciéndome, ‘¡a ver cabrón, ven para acá!’, los delincuentes siguen aquí, la maña es la nueva autoridad. La gente de aquí no les va a decir nada, todos tenemos mucho miedo", dice quien también espera que haya más presencia militar.
“La Escuela Primaria Carlos Hank González está cerca de la bodega donde ocurrió el enfrentamiento hace un año. Los niños están en clases. Un empleado que prefiere no dar su nombre, explica que se ha implementado un Manual de Seguridad Escolar a partir de los hechos del 30 de junio pasado.
“Fueron días y semanas de mucho ausentismo, los niños y los padres de familia tenían mucho temor, por lo que se decidió aplicar este programa ante la coyuntura de inseguridad que estamos viviendo en San Pedro Limón”.
El manual incluye temas como: enfrentamiento con armas de fuego en las inmediaciones de la escuela; presencia de armas en el plantel; amenazas y extorsión; sugerencias para mantener la calma y tomar control de la situación; y la construcción de redes locales de protección y manejo de crisis. Para tomar medidas hay que responder a ciertas preguntas como: ¿Qué tan lejos está la balacera? ¿Se escuchan gritos de la población? ¿Alguna bala alcanzó los muros o las ventanas?
María, otra vecina de la zona, agrega: “Por las noches ya no salimos de la casa para nada. El Ejército entra al rancho donde nosotros vivimos, pero pues igual hay miedo. Yo les digo a mis hijos que la verdad es mejor no salir por la seguridad de todos. Cuando pasó lo de la bodega, pensé que la delincuencia ya nos había llegado a San Pedro Limón”.
Aislada, esta región cambia totalmente de noche; ni un alma va por las calles a partir de que comienza a oscurecer. También los comercios bajan sus cortinas temprano. La recomendación de los pocos que deciden responder es que salgamos de la zona antes de que anochezca. “Busquen un hotel en Arcelia, pero aléjense de San Pedro Limón en cuanto el sol se oculte. Váyanse con tiempo porque la carretera está horrible”, advierten.
Arcelia, Guerrero, y Tlatlaya, Estadode México, son municipios vecinos. La ciudad de Arcelia, es parte de los nueve municipios que integran la región conocida como Tierra Caliente. La carretera hacia esa comunidad [aproximadamente a 45 minutos de San Pedro Limón] está absolutamente descuidada: grandes trozos sin asfalto, parece zona minada, a ratos bacheada.
El camino hacia San Pedro Limón está abandonado, lleno de hoyos. Las cosas cambian al llegar a Palos Altos y Arcelia, donde se ubica el primero de varios retenes militares instalados en la zona. Un miembro del Ejército pide que la puerta de atrás y la cajuela del vehículo se abran. Sólo después de la revisión es posible avanzar. Atrás quedó San Pedro Limón, el pueblo silente que huele a chapopote.