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Armando Camacho, más conocido como El Patín, no fue protagonista de una película de acción en la que saliera victorioso luego de que un comando armado intentara quitarle la pipa en la que transportaba material químico, “a mí sí me golpearon, me bajaron del camión y hasta me amenazaron con secuestrarme”, relata a EL UNIVERSAL.
“Venía por La Carbonera, en Orizaba, en ese viaje me tocó transportar gas nafta, me separé del convoy con el que me hacía compañía porque tenía que amanecer en la Ciudad de México, no me di cuenta de que tres carros me seguían, hasta que comenzó esa zona que es despoblada, se me empezaron a cerrar y tuve que bajar la velocidad porque si no me los iba a llevar”.
El Patín había escuchado rumores de asaltos en las carreteras, por eso se organizaba con otros transportistas para viajar juntos. “Traté de comunicarme con mis compas por el celular, pero no tenía señal y en el radio nadie contestó, en ese momento dos tipos habían bajado de los carros y con armas largas me hicieron señas de que me detuviera, lo hice y cada uno subió por una puerta del tráiler, uno me empujó hacia el camarote y me golpeó, el otro manejó”.
Armando creyó que lo bajarían del tráiler, pero avanzaban y no pasaba nada, sólo escuchaba a los criminales que trataban de comunicarse con otra persona. “Me desesperé y les dije que ya tenían la pipa, que me dejaran ir, uno me pegó en la cara y se empezó a reír, me dijo que para qué me soltaban, si seguro la empresa o mi familia daban dinero por mí, de miedo me oriné, eso hizo que se burlaran más”.
Recuerda que pasó como dos horas con las manos sujetadas por detrás y rogando que lo dejaran ir; sabía que estaban por pasar la caseta de La Esperanza, porque conocía el camino, ahí sus verdugos lo amenazaron, le dijeron que tenían vigilada a su familia y que sí gritaba darían la orden de matarla. Pasando la caseta, empezaron lo cuestionaron sobre su trabajo.
“Que cuántos viajes hacía a la semana, cuánto me pagaban, si sólo había trabajado para esa empresa, cuánto tardaba en cada viaje, cuántos compañeros tenía, al final me dijeron que si no quería formar parte de su grupo, que yo les pusiera el dedo a mis compas, les avisara en donde comían o qué zonas estaban más desprotegidas, me negué y yo creo que por eso nunca dijeron a qué célula pertenecían, ni sé si de verdad eran de algún cártel, pensé que me iba a morir y lo que más me preocupaba era mi esposa y mis hijos”, recuerda Armando.
Horas más tarde, los delincuentes le dijeron que le había llegado su hora, le gritaron que bajara de la unidad y caminara por la orilla de la carretera, que no volteara, porque sólo haría que lo llenaran de plomo.
“Antes de salir de la unidad me quitaron los pantalones, la playera y mis botas, bajé en pura trusa, como dijeron que había llegado mi hora, creí que me matarían. Al aire libre quise correr, pero mis piernas estaban entumecidas, caminé como 10 minutos, no miré atrás ni una vez, cuando escuche el motor del tráiler y en poquito tiempo me había pasado, no venían los otros carros, solamente se me ocurrió tirarme al piso y empecé a llorar”.
Armando no supo cuánto tiempo caminó hasta que un amigo lo recogió en la carretera, era de día: “No era de mi empresa, a este señor lo conocemos como El Picos, me ayudó a subir a su camión y ahí le conté todo, me dejó marcar a mi casa y después a mi patrón”.
Al principio, los jefes de Armando lo acusaron de autorobarse el tráiler con el material que transportaba, incluso le dijeron que iniciarían un proceso penal: “Eso fue lo que me dio más miedo y coraje, que aparte de lo que viví me echaran la culpa a mí, duele porque a mí me gustaba mucho la carretera”.
Días después se encontró el tractor del tráiler abandonado, de la pipa no se supo más, pero eso fue suficiente para que el dueño de la empresa se disculpara y le diera un reconocimiento; sin embargo, El Patín renunció. “Después de que me dieron el diploma, yo quise seguir, me mandaron a San Martín Texmelucan, en Puebla, pero no llegué ni a la autopista México–Puebla, cuando regresé a la empresa y presenté mi renuncia, pasó mucho antes de que saliera solo de casa, hasta dejé de ver a mis amigos por miedo de que me vigilaran a mí o a ellos”.
Ahora Armando vende tacos de guisado, cerca de su casa en el Estado de México, y aunque trató de impedirlo, su hijo mayor siguió sus pasos como transportista. “Arturo tiene 24 años, hace unos meses le pidió trabajo a mi antiguo patrón. Yo le digo que se ande con mucho cuidado, me da terror que lo bajen del tráiler, la gente es mala, y se escuchan tantas cosas, que usan los solventes que transportamos para hacer drogas sintéticas, eso no lo sé, ojalá no le toque nada malo a mi muchacho”.