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justiciaysociedad@eluniversal.com.mx
Son las 12:32 PM. y el Ángel de la Independencia no logró convocar a más de 300 manifestantes. Van vestidos de blanco y la inmensa mayoría nacieron con la piel del mismo color. Nueve de cada 10 tienen visa para entrar a Estados Unidos.
Son los convocados por Isabel Miranda de Wallace, una líder social que declaró no estar dispuesta a cuestionar al gobierno de Enrique Peña Nieto porque lo de hoy (ayer) es fusionarse en contra de la arbitrariedad que viene de fuera (EU).
Ella y sus seguidores de Mexicanos Unidos no fueron capaces de marchar junto con el resto de los contingentes que partieron de otro lugar, porque creen que en estos tiempos de amenaza internacional lo políticamente correcto es andar como borregos (blancos) —cuerpo a cuerpo con el gobierno mexicano.
Media hora antes arrancó del Auditorio Nacional la otra marcha: Vibra México. Se distingue porque en este movimiento la disidencia sí está permitida. El número total de manifestantes fue menor a otras marchas que hayan transcurrido sobre el Paseo de la Reforma. Hace no tanto la protesta en contra del matrimonio gay reunió un cifra tres o cuatro veces superior a la observada ayer.
Los manifestantes no fueron conscientes de la frustración sufrida ayer al mediodía por muchos vendedores ambulantes. La mayoría regresó a su casa sin haber despachado una sola bolsita con papas o chetos colorados. También el carrito de tlayudas volvió intocado.
En estos eventos la vendimia siempre es exitosa, pero esta vez los ambulantes no supieron calcular que habría sido mejor negocio cambiar el menú y ofrecer shushi con hueva de salmón o pepino orgánico.
Ayer, sin embargo, interrumpió la homogeneidad del paisaje social el contingente encabezado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Gracias a él subió un poco de tono el pantone de la piel y lo mismo ocurrió con las consignas. A la altura de la Diana ese grupo decidió saltarse el camellón porque ya no cabía en el carril que, de poniente a oriente, conduce hacia el Ángel. Entonces una voz militante gritó: “Así, por la izquierda, como debe ser,” y la banda festejó con entusiasmo.
Durante las dos horas que duró el evento predominaron las banderitas tricolores. Los comerciantes aseguran que vendieron cinco de ellas por una que decía: “Fuera Trump”. También afirman que fue poco exitosa la consigna “Fuera Peña”, (cuatro de Trump por una en contra del presidente mexicano).
Lo mismo hubo mantas que denunciaban la corrupción, la impunidad y el abuso contra los derechos humanos. Una dama sola llevó una cartulina donde garabateó la frase: “¡Que el Ejército regrese a los cuarteles!”. Otro grupo de derechohumaneros portó una manta extendida pidiendo intervención internacional para detener las violaciones que sufren las víctimas mexicanas.
Sin embargo, la inmensa mayoría olvidó que Vibra México se concibió como un movimiento para marchar a favor de los migrantes mexicanos que padecen discriminación en Estados Unidos. Las expresiones de solidaridad con los compatriotas exiliados fueron escasas; uno que otro asistente aseguró venir en representación de sus familiares, pero se contaban con los dedos.
Esta marcha no será la primera que habremos de organizar para manifestar nuestro rechazo contra la política del gobierno estadounidense. Con seguridad vendrán otras para defender la dignidad mexicana.
Después de esta experiencia sería deseable que en vez de convocar a favor de la unidad lo hagamos en contra de las exclusiones, todas las exclusiones.
Si la diversidad mexicana no es capaz de abrazarse alrededor del mismo propósito —mirándose al tú por tú— las futuras expresiones alrededor de la columna del Ángel de la Independencia volverán a ser igual de desangeladas.
Escribí en estas páginas el jueves pasado que no iría a esta marcha porque, más allá del discurso, los argumentos me parecieron negligentes con la diversidad social que caracteriza a los mexicanos. Asistí al evento en mi calidad de periodista, porque así me lo pidieron los editores de EL UNIVERSAL. No lo lamento, pero resentí con tristeza haber confirmado mis primeras intuiciones.