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Es el diálogo de las selfies. Son más las mujeres que rodean a Margarita Zavala, sonríen, estiran el brazo, activan el obturador de los aparatos celulares. La abrazan, se congelan, se mueven. Otros se acercan y en dos o tres segundos ya fueron relevados.

La panista agradece y entra al gran salón donde hay sillas para 3 mil personas y se ha desplegado una producción de televisión que documentará el momento para siempre.

Avanza por un pasillo central del lugar que resulta vasto. Quizá haya mil y más sillas a su derecha y otras tantas a su izquierda, que resultan más que suficientes para la gente que ha acudido al evento. Les queda de frente la recta Norte del Hipódromo de Las Américas.

El clásico priísta y afamado cacique de Guerrero, Rubén Figuera Alcocer, asemejó con una caballada a los aspirantes a la candidatura presidencial de su partido, y que corrían por alcanzar esa posición, pues pasan las décadas y hasta los linderos del hipódromo hay quien viene y da elementos de un menú de ofertas al elector, desecha los saltos al vacío, la demagogia y el odio; critica los desplantes de confrontar a Donald Trump con la preparación de guacamoles —que hizo esta semana el gabinete federal— y tundiendo piñatas —de los senadores del PRD.

Esto es diciembre de 2016, a penas. En las enormes pantallas del grandísimo salón, se reproduce su imagen, saludos con la gente. Las fotos, sonrisas. Es la comunicación política de moda. De ahí a las redes sociales.

Barreras humanas delimitan el pasillo. Nadie pasa. Forman dos cadenas de brazos, y en medio Zavala, pródiga en sonreír. No hace falta el despliegue de protección, que muestra que hay “voluntarios” para muchas tareas.

La escenografía es de diseñador. Todo armoniza. En vez de presídium hay gradas que ocupan representantes de los grupos que están con el contingente general. Las luces se apagan. Suspenso en la oscuridad. Solitario un violín se escucha, luego un arpa, y guitarras, y trompetas.

El Mariachi Gama 1000, de los más famosos, se ha colocado a lo ancho del escenario. Se presentan en ropa deportiva, algo inusual, y sus integrantes ejecutan Huapango, de José Moncayo. Hay acercamientos de cámara que registran el gusto que tiene Margarita Zavala por esa interpretación. Qué original forma de abrir un evento político, con una interpretación musical.

Huapango fue la música insignia en la campaña presidencial de Luis Donaldo Colosio Murrieta en 1994. Y como todo parece un acto de campaña, los periodistas, en una segunda pregunta que no alcanzó más, le dicen que si este evento, bautizado como “encuentro nacional”, es un acto de campaña. “No”, responde ella.

Afuera están a la venta productos útiles con el emblema de Zavala, una estola que forma una letra “M”. Botones, pulseras, relojes, tazas, playeras. La identificación gráfica incluye la expresión “Juntos #somosMaZ”, ubica en la línea de los tiempos la época en que ocurren las cosas.

A la venta, acá, desde donde se mira la pista del hipódromo, el libro Margarita; mi historia. Ahí, en las primeras líneas ha escrito: “Considero que los protagonistas de la vida pública debemos mostrar quienes somos”. En esas anda.

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