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politica@eluniversal.com.mx
En su juventud, Javier Duarte de Ochoa fue panadero en el negocio familiar. Quedó huérfano en el temblor del entonces Distrito Federal de 1985 y posteriormente fue adoptado políticamente por Fidel Herrera Beltrán, quien apuntaló una meteórica carrera que lo llevó a ser subsecretario y secretario de Finanzas, diputado federal y candidato a gobernador, puesto que ganó con un total de un millón 356 mil sufragios, la votación más alta para el PRI en la historia de Veracruz. Y le gustó hacer historia: por vez primera en 87 años hizo que el PRI perdiera el poder.
Su primer empleo “político” fue en la Coordinación General para la Promoción de la Participación Social de la Secretaría de Gobernación, al lado de Herrera Beltrán. Duarte debía recortar notas de periódicos sobre Veracruz y hacer un dossier de información.
En su natal Córdoba, en la zona montañosa central de Veracruz, de niño aprendió a hacer bolillos, teleras, conchas, moños, chilindrinas, laureles, bísquets, donas, polvorones y toda clase de pan. Al lado de su madre, María Cecilia de Ochoa, se sumó a las tareas del pequeño negocio tras la muerte de su padre.
Con el tiempo dejó de hacer pan y su responsabilidad se ciñó a prender el horno y tener todos los insumos para elaborar las piezas. Realizaba las rutas del reparto para las panaderías de cada ranchería y comunidad.
Su transición de un niño al que le gustaba jugar con un palo de escoba y una pelota de tenis fue sin problemas, pero el fatídico temblor en lo que hoy se llama Ciudad de México aceleró su transición. A la muerte de su padre, se vio obligado a asumir el rol de jefe de familia. Duarte ya no tenía la vida normal de un adolescente.
El 19 de septiembre de ese año, su padre —entonces secretario de la Confederación Nacional Ganadera— se hospedó en el hotel Regis del Centro de la capital del país, cuando sobrevino el sismo que dejó más de 35 mil muertos, entre ellos Javier Duarte Franco.
La familia del empresario cordobés Chava Mansur prácticamente lo adoptó y fue quien lo acercó a su ahora padrino político y su principal promotor: Fidel Herrera Beltrán, quien se desempeñaba como oficial mayor de la Cámara de Diputados federal. “Es mi formador, mi maestro, mi jefe...”, recordaba constantemente Duarte de Fidel, quien hoy goza de cabal salud política como cónsul en Barcelona, España. Fue su testigo de bodas, su director de tesis y padrino de bautizo de su hijo. En 1997, cuando Fidel Herrera fue candidato del PRI a la diputación por Boca del Río, se volvió su promotor del voto; luego fue su secretario particular durante la campaña al Senado.
En 2004 Fidel Herrera fue gobernador y el poder de Duarte creció. Se convirtió en su brazo derecho, fue subsecretario y secretario de Finanzas y, de manera sorpresiva, candidato del PRI a la diputación federal por Córdoba, donde estuvo sólo un par de meses para luego ser candidato a la gubernatura, con 36 años de edad.
Quienes lo conocen dicen que llegó muy joven y que se rodeó de personas que incurrieron en turbios negocios al amparo del poder. Incluso aseguran que Duarte ni se enteró.
Dicharachero en su trato personal, aficionado al golf, pocas veces escuchaba a su gente cercana e incluso cada vez que le advertían de posibles conflictos los tachaba de negativos y los congelaba por meses o años.
En la fotografía oficial se notaban sus 130 kilogramos de peso. Tras la elección del 5 de junio reapareció con 34 menos. Hoy pesan una orden de aprehensión en su contra y mil historias de corrupción. Se ignora su paradero.