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Paulina Reyes Tepehuixco se sintió muy “agüitada” ante el diagnóstico de cáncer de mama. Previo a la cirugía oncológica que extirparía ese tumor maligno por el cual perdería 20% de su seno derecho, sus hijos la animaban; pero ella no los escuchaba, pues sólo pensaba en una imagen fatal: ¿Cómo se vería en el futuro con un seno normal y otro amorfo? Imaginarse así la entristeció más, hasta que algo le hizo click dentro cuando puso atención a las palabras de sus hijos: “No se preocupe ma’, el hombre que la quiera de verdad la va a querer así”. Y con ese impulso moral, Paulina se reconcilió con la vida y encontró equilibrio en su enfermedad.
Todos los días, ella y 59 mujeres más —originarias de diversos estados del país— llegan a la Fundación Cáncer de Mama (Fucam) para tratar los tumores que las aqueja en uno o ambos senos, la parte del cuerpo femenino donde habitualmente se finca la autoestima y seguridad personal.
Sus edades son de entre 22 y 98 años; muchas llegan cuando la enfermedad ha avanzado a pesar de que cada año hay campañas que promueven la realización gratuita de mastografía.
“Entre más haya difusión de la necesidad de hacer un diagnóstico oportuno, es cuando vamos a ir viendo un cambio epidemiológico real para recibir a pacientes en etapas más tempranas de cáncer de seno”, estima Judith Huerta, experta en radio oncología que siempre escucha a sus pacientes preguntar: ‘¿Me voy a curar?’”.
Era sólo un punto
Hace año y medio Paulina puso atención en ese granito que salió en su mama derecha, cerca del pezón. Le molestaba, le picaba, le dolía. Por eso, aprovechando la visita que hizo a su familia en Cuautla, Morelos, acudió al centro de salud para ver qué ocurría. Los médicos generales la revisaron y basados en una radiografía, diagnosticaron una infección cutánea que cedería con el uso de antibióticos.
Pasaron algunas semanas y la cura no llegó. Paulina tenía que volver a su casa, ubicada en la comunidad de Acatlán, dentro del violento municipio de Chilapa de Álvarez, Guerrero. Cuenta que entre la inseguridad del lugar, la presencia del narcotráfico y una que otra balacera habitual, prosiguió con su vida normal. Mientras llevaba puesto su sostén, aquel granito no molestaba; pero al quitarlo, los síntomas le recordaban que no era normal esa comezón, el ligero escurrimiento y un dolor que no cedía.
Buscó un segundo tratamiento en una clínica de salud de Chilapa donde el diagnóstico fue el mismo; la receta también. “Los doctores me decían que no era nada, me daban puros antibióticos. En mi pueblo no hay mastografías, pura radiografía. Por eso dijeron que era un quiste nomás”.
Después de 13 meses un familiar de la Ciudad de México le pidió viajar allá para llevarla a una consulta ginecológica. En mayo pasado Paulina llegó a la capital; mastografía y ultrasonido mamario revelaron que aquel granito era un tumor maligno que requería cirugía inmediata. “Sentí una cubetada de agua. ¿Por qué yo, por qué me dio esta enfermedad si yo no sabía lo que era? La verdad me sentí muy sola, sin compañía. Un mes estuve triste, decepcionada, con pensamientos en la cabeza de que el cáncer te mata y sentía que me moría”.
Necesitó entonces repasar los 48 años de su vida: viuda a los 32, con tres hijos y sin trabajo. Se fue de mojada a Carolina del Sur, donde se empleó en una lavandería. Paradójicamente, allá cuidó de su salud mejor que en su tierra, pues anualmente una clínica local practicó mastografía y ultrasonido a las habitantes del lugar, sin importar su nacionalidad o situación migratoria. Por eso ella sabe que el cáncer que hoy combate empezó en México, cuando regresó para la boda de su hija, “entregarla” en el altar.
La primera operación donde se realizó una biopsia del tumor costó 18 mil pesos. “Yo creo que mis hijos quieren tener a su mamá viva, por eso cuando les llamé a Chilapa para contarles me dijeron: ‘Usted no se preocupe ma, opérese y nosotros juntamos el dinero acá’”. Tenían razón, ellos habían comprendido que la medicina general había retrasado el diagnóstico y tratamiento oportunos de su mamá.
“Llevo dos operaciones, he estado con los tratamientos y ahorita voy a entrar a la segunda radiación. Bendito sea Dios he estado bien porque me metí en la cabeza las palabras de mis hijos. Creo que tienen razón ¿Yo agüitada por un seno? Si tengo a mis hijos y nietos. Y es cierto, quien quiera de verdad, me va a querer sin seno”, dice.
Desde noviembre de 2015, Fucam trata los tumores de mama con tomoterapia, una tecnología de radiación avanzada que permite atacar directamente el cáncer sin que los órganos del cuerpo aledaños a los senos reciban esa misma radiación como efecto secundario. Esto permite que las pacientes tengan menos posibilidades de sufrir neumonitis (en pulmón), radio dermitis (quemaduras en piel), infartos o isquemias de corazón.
Además de la fundación, en el país sólo hay cinco lugares más que ofrecen tomoterapia: el Hospital Ángeles del Pedregal, Centro Oncológico de Chihuahua, Hospital de Alta Especialidad de Medicina Avanzada en Monterrey, Centro Estatal de Cancerología en Durango y la Unidad de Especialidades Médicas en Zacatecas. En casi un año, la Fucam ha atendido a mil 200 mujeres con este tratamiento.
Paulina confiesa que, por encima del cáncer, sólo hay una cosa que le provoca mucho miedo en el futuro: curarse de la enfermedad y morir de una bala perdida en su propia tierra, Chilapa de Álvarez.