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Al lado del presidente Enrique Peña Nieto caminan la canciller Claudia Ruiz Massieu y el secretario de Salud, José Narro; un paso atrás, el embajador permanente de México ante las Naciones Unidas, Juan José Gómez Camacho.

El Presidente camina a paso firme, sus colaboradores se ven tensos. No hay mayor protocolo y el mandatario entra al salón de plenos de la Asamblea General de las Naciones Unidas por el fondo del costado derecho, discreto.

Nadie voltea a verlo. El Presidente ocupa su lugar en el espacio de cinco asientos destinados para la representación de México ante Naciones Unidas, sobre el pasillo. Habla en corto con la canciller Ruiz Massieu, el doctor Narro se acerca y escucha.

Los representantes del mundo fijan las posiciones de sus votos en torno a una resolución de Naciones Unidas para atender el problema de las drogas. Hablan de derechos humanos y pena de muerte... confrontan posiciones.

Afuera, unas 100 personas vestidas con ropa de los años 20 y 30, con lentejuelas y zapatos de charol, piden la despenalización de las drogas.

En el salón de plenos, por primera vez desde hace 30 años, la sociedad civil, ubicada en el palco superior del recinto, aplaude o fustiga a los oradores que hablan desde sus lugares. Se da la voz al país... no al individuo.

Así, Armenia, Suiza, Brasil y Costa Rica lamentan que la resolución no pida que algunos países apliquen la moratoria de la pena de muerte a quienes incurran en delitos relacionados con enervantes. Jamaica pide analizar la posesión y la cantidad de droga como delito.

En contraste, Indonesia y Bahrein, a la cabeza de países del sureste asiático, dejan claro que las medidas que apliquen internamente son el resultado de sus decisiones para enfrentar los delitos relacionados con las drogas. Deslizan una demanda de respeto.

El presidente Peña Nieto, con un auricular escucha atento cada intervención. Se sienta, cruza la pierna, frota sus manos. Mira hacia atrás y le habla al jefe de la Oficina de la Presidencia, Francisco Guzmán, le da un texto.

Lo lee tranquilo, sigue sin perder detalle del debate. Del otro lado del salón de plenos, en un costado, el presidente del Senado, el panista Roberto Gil, sigue de cerca la sesión. Lo acompañan los senadores Mario Delgado, Laura Rojas y María Elena Barrera.

Jan Eliasson, secretario general adjunto de la ONU, ofrece un mensaje. Se aprueba la resolución de la ONU que modifica la visión para atender el problema de las drogas. El presidente Peña Nieto aplaude al igual que todos.

Entonces sale del salón de plenos, por la misma puerta, seguido por sus colaboradores. Mogens Lykketoft presenta la intervención del presidente de Guatemala, Jimmy Morales, país que impulsó con México y Colombia esta sesión especial. Habla del costo social del problema.

Enseguida se anuncia la intervención del presidente Peña Nieto. Arranca con un titubeo. Pero en un instante capta la atención de las 193 representaciones, de la sociedad civil que ha llenado la grada superior del recinto.

Es un discurso de sólo 15 minutos, habla de la realidad mexicana, de la tragedia que representa este problema para los mexicanos, demanda que los países consumidores enfrenten el tema con vigor, pues también en sus territorios hay corrupción que permite la venta final de estupefacientes. Lo interrumpen seis veces con aplausos.

Conforme avanza en su texto, el presidente Peña Nieto endurece la voz y habla de modificar la visión sobre el trato a las drogas con fines médicos y científicos, y de la participación de la sociedad civil en un nuevo enfoque para atender el problema.

Concluye. Agradece. Se retira entre aplausos de las delegaciones y de la sociedad civil. Al fondo, al dejar la tribuna para salir por un costado, el mandatario es recibido por la canciller Ruiz Massieu, emocionada, con un par aplausos. El Presidente fijó la posición de México ante las Naciones Unidas sobre el problema mundial de las drogas.

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