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Rincón Chamula, Chis.— Manuela Bautista y Marcos López, ambos de 60 años, ofrecen disculpas por lo humilde de su casa e invitan a pasar. El piso de la cocina es de tierra. Manuela cocina con leña y sus alimentos diarios consisten en tortillas hechas por ella, frijoles, calabaza y papa que el matrimonio siembra y consume. Sólo compran jabón para trastos, sal y azúcar. No hay nada eléctrico en esta cocina, únicamente uno de los dos focos de la vivienda, el otro alumbra la recámara.
Los huevos los obtienen de las gallinas de su corral; leche no toman, carne no comen, el pollo lo consumen sólo cuando deciden matar a alguno de sus animales y hay algo que celebrar; viven entre la niebla que rodea la geografía montañosa de los Altos de Chiapas.
Don Marcos recibe a EL UNIVERSAL con un xaquitail, el traje negro de lana de borrego que sólo portan quienes son consideradas autoridades en el Rincón Chamula, en el municipio de Pueblo Nuevo, Solistahuacán.
Lleva el sombrero tzotzil que usan los hombres que ejercen un alto cargo en el sistema religioso de la comunidad; los listones de su sombrero simbolizan la diversidad cultural en el mundo.
Originaria de la etnia maya-tzotzil, doña Manuela porta el atuendo tradicional del grupo étnico; su cabello largo está trenzado y en las puntas tiene listones de colores, se abriga con un rebozo con pompones rosas. Ambos están ataviados con el mismo traje con el que recibirán al papa Francisco el próximo 15 de febrero en Tuxtla Gutiérrez, en cuanto el Pontífice pise suelo chiapaneco. Le darán la bienvenida en lengua tzotzil y le ofrecerán cuatro regalos de su región y cultura.
Han sido elegidos como representantes indígenas de la cultura tzotzil y le entregarán un collar de flores, un morral tejido con la leyenda “Papa Francisco, misionero de misericordia y paz, 2016” y el sombrero que sólo portan quienes tienen un alto cargo en la comunidad tzotzil; le entregarán un traje xaquitail que se confecciona especialmente para el Sumo Pontífice.
“Queremos darle este importante traje que usamos y el sombrero tzotzil, porque él es jefe de Estado y la máxima autoridad del Vaticano y tiene que tener uno como el nuestro”, comenta don Marcos.
El traje es confeccionado a mano, en un bastidor y de manera artesanal por la señora María: la tintura negra de la lana se obtiene de un terreno donde la tierra es de ese mismo color, que se mezcla con hoja de roble. Ella trabaja sola y la hechura le ha tomado aproximadamente seis semanas. Es “un honor” que me encargaran, dice.
“No me va a entender”. A doña Manuela le preocupa que el papa Francisco no comprenda su dialecto, quiere decirle algo especial, “pero no podré decirle lo que siento porque no hablo español, lo voy a recibir con toda mi fe, con todo mi corazón; estoy muy contenta de recibir al Santo Padre, parece un sueño”, dice.
Su hijo Raymundo le explica que no debe preocuparse, él será quien traduzca lo que Marco y Manuela quieran expresarle al Sumo Pontífice. Ella quiere también desearle que Dios le siga dando fuerza para continuar con su misión.
La casa de la familia López Bautista únicamente tiene un cuarto en el que Manuela guarda la ropa en cajas, no tiene un ropero, espejos no hay, tampoco agua caliente que salga de una tubería.
Aquí lo que abundan son libros sobre tablones de madera, entre ellos está la Enciclopedia Hispánica y una Biblia. En las paredes hay un cuadro de la virgen de Guadalupe, fotos de sus hijos, una de Juan Pablo II y una cruz verde y alta, casi de piso a techo.
A pesar de lo estrecho del lugar, Manuela y Marcos conservan cada uno de los libros y cuadernos que sus hijos han utilizado para estudiar. Santiago, el mayor de ellos, es sacerdote; Raymundo, de 30 años, estudió filosofía en el Instituto Tomás de Aquino; Marcos, de 25 años, labora en un hotel en San Cristóbal de las Casas, y Verónica del Carmen, de 16 años, cursa el bachillerato en Cintalapa.
Doña Manuela no sabe leer ni escribir, don Marcos estudió hasta primero de primaria, pero decidieron apoyar a sus hijos para que salieran de la región donde viven para desarrollarse. Ella nada más habla tzotzil, y Marcos un poco de español.
Tienen 43 años de casados, y en su momento fueron criticados por los jerarcas de la comunidad tzotzil, puesto que los usos y costumbres de la región indican que los hijos deben criarse al lado de sus padres para apoyarlos y no migrar, pero fueron desafiantes: catequistas por mucho tiempo, también fueron los primeros evangelizadores de la comunidad y hoy don Marcos es considerado una autoridad civil de la región.
“Mis padres tenían una mentalidad más abierta y me permitieron salir de la casa, terminando la primaria me fui al Seminario”, refiere el padre Santiago Bautista que oficia en la parroquia de San Pedro Tapanatepec, Oaxaca. Ser catequista significó durante muchos años entrar en choque con la cultura tzotzil, pero mi padre persistió en su fe.
“Quizá mis padres fueron elegidos para recibir al Papa porque representan dignamente la cultura tzotzil y tienen un hijo sacerdote... queremos que el Santo Padre sepa que a pesar de las sectas y el proselitismo religioso en nuestra región, aquí también hay sacerdotes, hay fe”.
En su viaje a Chiapas, el Santo Padre estará en el estado menos católico del país, en el que existen diversas religiones: católicos, budistas, evangélicos, judíos, presbiterianos, mormones y testigos de Jehová, entre otros. El pueblo tzotzil es uno de los 10 grupos originarios de Chiapas, y se autodenominan bats iviniketik (hombres verdaderos).
El párroco Santiago dice que se acercó a la Iglesia “para ser catequista, dejar la región donde vivía, ampliar horizontes, hasta que me consagré y no me arrepiento”.
Fabio Martínez Castilla, arzobispo de la Arquidiócesis de Tuxtla, le informó al padre Santiago, el 12 de diciembre pasado, que serían sus padres, Marcos y Manuela, los encargados de recibir al Papa.
Don Marcos, con fe y emoción, asegura: “Le voy a decir que en Chiapas somos miles de indígenas integrantes de un pueblo creyente, y que estamos muy orgullosos de recibir al sucesor de Cristo en la Tierra, esto me tocó y yo me alegro, porque su visita no sólo significa una bendición para nuestra familia, sino para toda nuestra comunidad indígena”.