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Joseph Stiglitz, el Premio Nobel de Economía 2001, presente en la reunión anual del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés) en Davos, Suiza, descarta una gran crisis global en medio de la actual turbulencia que sacude a los mercados financieros.

Sin embargo, aclara que no es tan optimista como el Fondo Monetario Internacional (FMI), institución que recientemente afirmó que este año será ligeramente mejor que 2015.

En entrevista, explica que el error clave de América Latina en los últimos 15 años fue no entender que había una burbuja de bienes primarios —como el petróleo, por ejemplo— que no duraría para siempre, y que ante ello era obligatorio que las economías del área se diversificaran. Pero eso no ocurrió, lamenta. “Sin desconocer las mejoras, la verdad es que hubo una época de suerte, pero no se hicieron otras tareas importantes”, afirma.

Enero llegó acompañado de un sentimiento negativo sobre la economía mundial. ¿Qué opina?

—Estoy menos preocupado que otros acerca de una crisis global, pero al mismo tiempo soy menos optimista que el Fondo Monetario Internacional, que viene de afirmar que este año será ligeramente mejor que el pasado. Veo una gran cantidad de países en dificultades y a China desacelerándose. Los mercados financieros se concentran en la volatilidad y yo en las incertidumbres.

Las dificultades parecen estar en las naciones menos desarrolladas…

—Así es. Los países emergentes están sintiendo el cambio del viento. Tanto China como los precios del petróleo influyen en la nueva realidad.

¿Cómo ve a China?

—Se va a desacelerar, sin duda alguna. Además, está haciendo la transición de tener una economía basada en manufacturas y exportaciones a una de servicios, lo cual llevará a que su demanda de bienes primarios disminuya. Por lo tanto, los países que antes le vendían productos básicos tienen que entender que así China crezca más rápido, su apetito es diferente ahora y que eso no se va a traducir en más compras de mineral de hierro, para dar un ejemplo concreto.

¿Y la caída del petróleo?

—La gente se pregunta por qué cuando el petróleo se encontraba en un precio alto eso era malo y ahora que ha bajado también es malo. Desde un punto de vista global, cuando se ponen en la balanza los ganadores y los perdedores, el efecto es el mismo. Lo que ganan los consumidores lo pierden los productores. Es un juego de suma cero.

Entonces, ¿no pasa nada?

—Pasa. Los efectos macroeconómicos no suman cero. Lo que hemos comenzado a ver es una respuesta asimétrica, los que pierden tienen que recortar inversiones o gastos, mientras que los que ganan no creen que la variación sea permanente y se contienen. Debido a ello, el efecto neto es negativo sobre la demanda global. Y como ese es el elemento que mueve a la economía mundial, por eso no veo a las cosas mejorando.

¿Cómo se rompe el círculo vicioso?

—Desde el punto de vista económico es fácil. Desde el político es imposible. Europa y Estados Unidos tienen necesidades por atender: infraestructura, adaptación al cambio climático, tecnología, investigación y desarrollo, entre otras. Con tasas de interés negativas sería fácil endeudarse e invertir en áreas que darían una buena rentabilidad. Un impulso a la demanda acabaría con eso que llamo el gran malestar.

El entusiasmo con las economías emergentes, aparte de China, es menor ahora. ¿Cuál es su análisis?

—En el largo plazo la convergencia entre países ricos y pobres va a continuar. Tuvimos —para ponerlo en términos gráficos— un bache de siglo y medio de explotación, colonialismo, acuerdos comerciales injustos, que les permitió a las naciones que usaron la Revolución Industrial separarse de las demás. Ahora, por cuenta de la sociedad de la información, las cosas son diferentes. Con sus problemas, Brasil ha sido exitoso en la producción de etanol o China en paneles solares. Así que esa interpretación de que había unos arriba y otros abajo no aplicará en el futuro.

¿Qué le dice eso?

—Que la brecha se va a cerrar y que el impacto creciente de los emergentes en el Producto Interno Bruto mundial —que asciende a más de la mitad— va a seguir. Basta con mirar las matemáticas: si los ricos crecen 3% anual cuando les va bien y los demás lo hacen 5%, la conclusión es obvia. Hay una recomposición en marcha.

Pero en el corto plazo las cosas se ven diferentes, sobre todo en América Latina…

—Es verdad, aunque no hay que perder la perspectiva. Hasta que China apareció en el escenario, la economía brasileña había sido una de las de mejor evolución a lo largo de casi un siglo. Lamentablemente llegó la crisis de la deuda de hace tres décadas y el Consenso de Washington, que fue un desastre porque descuidó la política industrial. Pero en este siglo la región pudo recuperar parte del camino perdido.

El pesimismo está de vuelta…

—Es verdad, pero no hay discusión en el sentido de que los cambios que han tenido lugar son reales, comenzando por la movilidad social y la educación. La de ahora no es la misma Latinoamérica de 40 años atrás.

Aun así, estamos sufriendo por el fin de la bonanza de precios de los productos que exportamos…

—El error clave en los últimos 15 años fue no entender que había una burbuja de bienes primarios que no duraría, lo cual hacía obligatorio diversificar las economías del área y eso no se hizo.

¿Cuál es su visión sobre la región?

—Es positiva en el largo plazo. Tiene que ver con la gente, sobre todo. Hay mucha energía, algo que pude constatar en Argentina. Puede ser que la sociedad esté polarizada, pero la calidad del debate económico es alta, así esté más de acuerdo con unos que con otros.

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