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Las tres victorias legales que obtuvo la marihuana a lo largo de 2015, le abrieron las puertas para que eventualmente pueda ser vista con la misma naturalidad que se veía hasta antes de 1940, fecha en la que se prohibió su consumo en México por primera vez, por lo que fue expulsada de la legalidad y orillada a la marginalidad.
Así lo ve el historiador y filósofo Héctor Zagal, autor de numerosos libros y estudioso de la evolución que ha tenido la sociedad frente a la yerba verde, de su origen incierto que lo mismo atribuye su expansión en el mundo a chinos o musulmanes, quienes conocían sus efectos curativos e intoxicantes, hasta su prohibición y satanización durante la segunda mitad del siglo XX, pasando por una época en la que se le consideraba menos dañina que el alcohol, por lo que había más restricciones para el consumo del segundo.
Zagal advierte que la tolerancia de todas las sociedades a la marihuana, la cual cuenta con más apelativos y sinónimos que cualquier otra planta, es su uso textil: la fibra de cáñamo que se puede extraer de sus entrañas es tan resistente como la lona y era fácilmente cultivable, por lo que incluso se llegaron a fabricar uniformes militares con ella, ropa que a nadie se le ocurrió fumar. Algunos de estos uniformes, afirma, se habrían utilizado en la Segunda Guerra Mundial.
Con estudios de maestría en la UNAM y actual investigador de la Universidad Panamericana, Zagal ve tres etapas claves en la historia de la marihuana: su descubrimiento y domesticación en China y Medio Oriente, que poco a poco se fue expandiendo a Europa y después a América a través de las mismas vías que la seda y las especias: comercio y colonización.
A la par de su uso recreativo, comenzó su uso industrial para fabricar velas, cordeles y todo tipo de textiles resistentes para la navegación, por lo que incluso llegaron a otorgarse permisos gubernamentales para el cultivo de cáñamo en Alicante, España. Aparentemente, fueron los propios españoles quienes la trajeron a sus colonias, pero ya con sus usos múltiples.
Pese a su uso recreativo o intoxicante, relata Zagal, su impacto entre la población siempre fue menor al que tuvo el alcohol. Antes de que la sociedad comenzara a ver con malos ojos el consumo de mota, ya existía el “teporocho” como objeto de discriminación y desprecio.
En las calles, la gente aceptaba con mayor facilidad a un consumidor constante de la verdadera “yerbabuena” que a un alcohólico empedernido, mientras continuaba su uso medicinal por parte de médicos y curanderos, quienes recurrían a la planta que contiene cannabidiol para poder aliviar dolores y golpes.
Fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el uso de la marihuana comenzó a asociarse con la delincuencia y con gente que vivía en la marginalidad, surgiendo así el “marihuano”, un estigma para personas con bajo nivel de estudios, pendencieros, problemáticos, acaso igual de miserables que los “teporochos”, pero más temibles por su adicción al “café”.
El resolutivo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que el pasado 4 de junio autorizó los primeros cuatro permisos para el uso recreativo de la marihuana, se ve como una luz en el camino para los consumidores de esta droga, muchos de los cuales compaginan sus oficios o trabajos como vendedores o cargadores con sus actividades diarias.
Su grito de “somos pachecos, no delincuentes” los ha acompañado durante sus protestas periódicas para exigir su uso científico y recreativo, despenalizando su consumo y permitiendo el autocultivo. Forman parte de colectivos que luchan por la despenalización de esta droga y sin que se autoidentifiquen como adictos, se diferencian de otros consumidores de enervantes.
“Mota si, piedra no” o “Déjenos fumar en paz”, son parte de los gritos de batalla de Pamponic, quien reconoce abiertamente su dependencia a la marihuana, pero que rechaza ser víctima de su adicción.
Tras la resolución de la SCJN para cuatro integrantes de la sociedad civil, su esperanza es que no necesite amparos ni mordidas para llevar su adicción en paz. Para Rojo, “el cultivo para el autoconsumo de marihuana me ahorraría alrededor de 800 pesos mensuales que desembolso en la compra de 250 gramos del enervante”.
Evitaría, como hasta ahora, que sea víctima de extorsión por parte de policías capitalinos o del Estado de México.
Este consumidor asegura que la despenalización del enervante va más allá: “Los policías te andan cazando cuando vas a la tiendita o con un dealer, si sólo compras un ‘churro’ ellos te siembran más droga para acusarte de narcomenudista, a veces, aunque no compres nada, te quieren sacar dinero, solamente porque hueles a marihuana. Como consumidores, ese es nuestro principal riesgo”, lamentó.
Sin saberlo, Rojo está del mismo lado que los ex presidentes de México, Ernesto Zedillo; de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, y de Colombia, César Gaviria, por razones similares: regular el consumo de marihuana arrebataría al crimen organizado uno de sus grandes mercados, reduciendo su capacidad de extorsionar y amenazar a otros sectores de la población.
El primer zar antidrogas de México, Samuel González, advierte que la regulación de la marihuana, primero para uso medicinal y posteriormente para su uso recreativo, es una tendencia cada vez más extendida a nivel mundial. Los ejemplos más recientes son los estados de Colorado y Washington, en Estados Unidos, así como los clubes cafés cannábicos de Holanda.
Pero en América Latina, el ejemplo llegó a Uruguay y en Argentina existen sentencias de su Corte Suprema que impiden castigar a los pequeños consumidores de marihuana. Como en México, el país que ahora gobierna Mauricio Macri tiene pendiente el siguiente paso: regular de manera abierta y no mediante sentencias ais- ladas el consumo de “churros” y los usos medicinales de la cannabidiol.
Sobre este último punto, investigadores advierten que se deben evitar las falsas expectativas: la marihuana no cura nada, tiene efectos paliativos, como en el caso de la niña Grace, quien gracias a la cannabidiol como sustancia activa ha logrado una reducción en el número de crisis epilépticas.
Sin embargo, tampoco existen pruebas científicas que asocien el uso de dicha sustancia con la curación total de una enfermedad, por lo que una regulación al respecto debe ser cuidadosa, sostienen.
Al final, cuando la “mota” regrese a la sociedad, se deberá resolver si se instalarán marihuanómetros para medir si alguien conduce bajo sus efectos, que es una de las prohibiciones que se mantendrían según el fallo de la SCJN, o si se definirán espacios para los consumidores y así evitar molestias a terceros; todo apunta a que los mexicanos tendrán que buscar nuevas formas de convivir con esta yerba.