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francisco.resendiz@eluniversal.com.mx
París.— El presidente Enrique Peña Nieto arribó a París al filo del mediodía, tras aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle se trasladó a la Embajada de México en Francia, donde rindió homenaje a las dos mexicanas que murieron el “viernes negro”.
En ese lugar, acompañado por el embajador Agustín García-López y por los titulares de la Semarnat, Rafael Pacchiano Alamán, y de la Sedatu, Rosario Robles Berlanga, el Presidente de la República guardó un minuto de silencio en memoria de Michelli Gil Jiménez y Nohemí González, y firmó el libro de condolencias que se abrió en la sede diplomática.
Entre el miedo y los recuerdos. Hace dos semanas que los fusiles Kalash nikov silenciaron el Bataclan. Hoy, la hojarasca comienza a cubrir las miles de cartas, fotografías, banderas y velas que personas de todo el mundo han puesto sobre las banquetas cercanas a este café, ubicado en uno de los barrios más populares de París.
A las 5:30 de la tarde ha oscurecido. Aunque hay un poco de tráfico frente a la Torre Eiffel, las calles que corren paralelas al Sena se encuentran vacías. Stephen Kluska, un taxista tunecino, explica que es porque hay 147 presidentes en la ciudad y la gente prefiere estar en sus casas, de esta manera deja ver que hay temor.
La tarde parisina de ayer era diferente, fría, triste, nada que ver con los atardeceres previos al 13 de noviembre. Es normal ver a cientos de turistas recorrer a todas horas las calles parisinas, hacer filas, subir a las embarcaciones que navegan las aguas del Sena, establecimientos llenos, pero ayer no era así.
La seguridad en París está a tope, lanchas rápidas de la policía patrullan incesantemente el Sena, en vehículos y a pie, oficiales recorren las calles. En los lugares donde se registraron los ataques del 13 de noviembre hay camiones y patrullas estacionados, decenas de uniformados se han desplegado.
A unas horas de que se inaugure la COP21 la mayoría de los mandatarios del mundo han llegado a la Ciudad Luz. La gente ha optado por no estar en las calles a pesar de que apenas son las 6:00 de la tarde.
El taxista es un tunecino de 32 años, está casado con Daya, ciudadana francesa, y tienen dos hijos. Apenas ha recorrido un par de calles y huevos podridos se estrellan contra los cristales de su vehículo. Se detiene, sale, mira, aborda y arranca nuevamente. “Desde los ataques mucha gente nos mira como amenaza, es agresiva, intolerante, otras personas nos ven como lo que somos, parte de Francia”, comentó.
Empieza a verse más gente en la ciudad, los lugares comienzan a poblarse conforme uno se acerca a la Columna de La Bastilla y el tráfico se hace pesado. En la esquina que forman Voltaire y Jules Ferry se ven las primeras muestras de cariño para las 84 personas que fueron asesinadas ahí.
Decenas de ciudadanos caminan sobre la banqueta, algunos van con la mirada perdida, otros escudriñando entre las cartas, dibujos, velas, fotografías, banderas y flores en busca de algo que sólo ellos saben.
Frente al Bataclan, a unos 30 metros de la que fuera su fachada, Patrick y Marie miran fijamente al café. Tienen tres años casados y viven en un pequeño departamento en Rue Saint Claude. Él tiene a Leonor sobre sus hombros, ella le explica lo que sucedió, mientras un extraño se les acerca y pregunta.
“Venimos aquí casi todos los días, somos franceses, y tenemos familia en México, en Guadalajara y Querétaro. No dejan de preguntarnos cómo estamos, poco a poco comienza a pasar el dolor, la sensación de inseguridad, hemos decidido enfrentar el miedo y por eso estamos todos los días aquí”, explica Patrick.
Marie escucha atenta y luego práctica su español: “Desde aquí mandamos a México productos de belleza, lo hacemos cada mes. Primero sentimos mucho miedo, vivimos a unas calles de aquí, luego fue un gran enojo e indignación, hoy es dolor, no conocíamos a nadie de los que fueron asesinados, pero hay la desolación, somos fuertes y saldremos adelante”.
Hay vigilancia en el metro parisino, incluso abordo de los convoyes. Camille tiene 29 años, usa un gorro y guantes, se agacha para encender una vela. “Aquí murió mi hermana, desde entonces también vengo todos los días. No me robarán mi paz”, afirma.
Los policías no dejan caminar sobre la banqueta del Bataclan. La hojarasca ha cubierto un montón de velas apagadas que se mezclan con la tierra y la basura del paso de los días. Sin embargo, han pasado más de dos semanas desde los atentados y hoy los líderes del mundo estarán en París.