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De madrugada, Manuel Camacho Solís cerró su última negociación y dejó abiertos debates de Estado como la situación en Chiapas o el destino de México con las reformas de este sexenio, pero también episodios de la política que marcaron al país, como su negativa a reconocer a Luis Donaldo Colosio como el ungido de Carlos Salinas de Gortari en la sucesión presidencial de 1994.
Atrás quedaron los sueños compartidos con Los Toficos, un grupo de estudiantes de Economía en la UNAM liderado por los hermanos Raúl y Carlos Salinas de Gortari. Con el segundo, Camacho recorrería los escenarios de lo que fue lo suyo: los proceso de toma de decisiones de la alta política, incluida la sucesión presidencial de la era de El Tapado, en la que como actor renegó del resultado.
De ese momento crucial, en el que rompió la regla de oro del priísmo, pasó a desempeñar el papel de Comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, cinco meses que fueron de la más intensa actividad negociadora, rodeada por reflectores de medios nacionales e internacionales en sus acercamientos con la dirigencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN).
El asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta, un día después de que el sonorense hubiera anunciado al país que había alcanzado un acuerdo con Manuel Camacho, cerró un ciclo de este político que había dado cauce a las inconformidades de los habitantes de la ciudad de México, damnificados de los terremotos de 1985.
Un tumor en el cerebro determinó el epílogo y fin de un servidor público que llegó al escaño en la bancada del PRD de la 62 y 63 Legislaturas, sin ser militantes del partido que fundó Cuauhtémoc Cárdenas, el disidente de 1988 que, como ex militante del tricolor, puso en jaque al sistema priísta, con una votación impugnada y que llevó a Camacho a ser el representante de Salinas en dicho conflicto poselectoral.
Durante tres décadas, entre 1965 y 1995, fue priísta, y como operador de Salinas de Gortari ocupó la secretaría general del PRI, y al final del siglo 20 fundó el Partido de Centro Democrático (PCD), en la perseverante actitud de alcanzar sus objetivos, en este caso la Presidencia, en el 2000. Renuente a darse por vencido, prosiguió esfuerzos políticos en el movimiento para la Reconstrucción de México (DIA).
Había cumplido 69 años de edad el pasado 3 de marzo, rodeado por su familia, pero también recibió el reconocimiento de la bancada del PRD en el Senado, que lo abrazó el 29 de enero pasado, en una ceremonia en la que recordaron su capacidad para el diálogo político y su visión de Estado para analizar y resolver problemas.
Hombre de poder, que las 24 horas de los 365 días del año tenía espacio para los asuntos de su agenda, sin embargo careció del ropaje de la clase política que incluye vehículos blindados, escoltas, séquito de colaboradores, itinerarios por las capitales del mundo.
A máquina escribía ideas, argumentos, respuestas a los temas que revisaba con políticos de izquierda, representantes de organizaciones de la sociedad. En un ambiente de tranquilidad, con música clásica de fondo tenue, entre libros leía y oía; luego, pensaba para actuar. Un café exprés, sorbos de agua, y para degustar algunas pasas.
En su bolsillo, un teléfono celular era su única herramienta de trabajo andante, y se ofrecía a ir por el centro de la ciudad de México, que había gobernado con el formato de Regencia, entre 1988 y 1993. En los años últimos, por ejemplo, podía andar en las populosas calles que desembocan en la Plaza de la Constitución y concluir el recorrido al volante de su vehículo. Quehaceres simples de un hombre común.
Pero Manuel Camacho Solís tenía entre sus ocupaciones asuntos que abarcan e inciden a nivel de la nación: la seguridad, la reforma del Estado, la soberanía, la Constitución, la democracia, la participación de la sociedad y el sin fin de escenarios en los que se desenvuelven estas y muchas más materias.
Siempre negociador, Camacho Solís tuvo la responsabilidad de atender a los damnificados por los terremotos de la ciudad de México, primero como secretario de Desarrollo Urbano y Ecología, con Miguel de la Madrid, y luego como regente con Salinas.
En la tarea de dar cauce a la naciente sociedad civil, tuvo la encomienda de dialogar con Cuauhtémoc Cárdenas, quien puso en jaque al PRI como candidato del Frente Democrático Nacional, en 1988, con los resultados electorales.
Decidido aspirante a la candidatura del PRI a la Presidencia de la República, el Camacho conciliador, el político abierto a alcanzar acuerdos, se rebeló al juego de la sucesión que mandaba ir a donde se encontraba el aspirante ganador de la candidatura, en ese caso Luis Donaldo Colosio, y sumar su apoyo político.
Actores del equipo de Colosio vieron en Camacho un arranque de soberbia, y el país se sorprendió al ver la acción del presidente Carlos Salinas de Gortari que al renegado lo designaba secretario de Relaciones Exteriores, cargo en el que la historia sólo le reservaba un mes de estancia. Mientras, el edificio priísta quedaba colapsado, con el equipo camachista atrapado en un callejón sin salida.
El 1 de enero de 1994 irrumpe el EZLN en Chiapas. En 10 días es nombrado Comisionado para la Paz, sin cargo en la nómina y un suéter, mensaje de que no era funcionario.
Quedó entonces en una posición dramática, constitucionalmente se colocaba en la posibilidad de ser nominado candidato presidencial, el anhelo de su vida priísta, y se iba a la selva en busca de un interlocutor que se había declarado en armas contra el Ejército y el gobierno federal. ¿Negociar la paz por un México diferente, digno, justo? ¿Empujar algo nuevo, la candidatura sustituta? No sólo tenía un suéter encima, lo rodeaba un aparato que hubiera sido parte de su equipo de campaña.
Pese al dicho de Salinas de “no se hagan bolas”, Camacho en la selva casi quedaba atrapado en el dilema: pacificador o candidato sustituto, cuando al inicio de la primavera se sienta a hablar con su contendiente, Luis Donaldo Colosio, y llegan a un acuerdo. Pactaron: la Secretaría de Gobernación para Camacho e impulsar un régimen de centro democrático. Era el 22 de marzo de 1994. Al día siguiente Camacho estaba en una reunión en San Cristóbal de las Casas. “Que no me interrumpan”, dijo. Le pasaron la tarjeta. Colosio había sido víctima de un atentado.
Con los años cada quien cumplió su destino: Los Toficos, por el lema de un chicloso, “qué ricos son”, dejaron de ser amigos y tuvieron polémicas en las páginas de EL UNIVERSAL, incluso.
En los comicios de 2000 funda el Partido de Centro Democrático y es su candidato presidencial. Sin embargo, queda fuera de la contienda y su organización fenece pronto.
En 2006 se convierte en asesor principal de Andrés Manuel López Obrador y funge como gozne negociador con múltiples actores. Coordina a las izquierdas aglutinadas de PT, Convergencia (hoy Movimiento Ciudadano) y PRD. Sin pelearse con el tabasqueño, sigue su ruta política. El PRD lo hace senador en 2012.
Durante años, Manuel Camacho Solís plasmó su pensamiento e ideas en las páginas de EL UNIVERSAL, como colaborador del diario.
Un día la salud de Camacho se quebrantó. El 17 de julio de 2014 subió a tribuna a advertir que la reforma energética llevaría al país al desastre, y dichas sus primeras palabras se detuvo, se veía débil, y guardó silencio unos segundos. “Disculpen, es que he tenido algún padecimiento y he estado tomando una medicina y, de repente, pues se me complica un poco”. El pleno le dio un aplauso.
Y este hombre de la pasta de los imbatibles retomó su discurso contra la reforma energética, el que concluyó con una advertencia: “No pasará mucho tiempo, con seguridad antes de 2018, para que algunos se pregunten quién engañó a quién”. Fueron sus últimas palabras en tribuna, y 323 días después Camacho, el incansable, el que nunca se daba por vencido, cerró su última negociación.
Es la historia de un hombre que recordaba en el intenso 1994: “Hace ya varios años un joven universitario me preguntó: ‘Quiere usted ser Presidente de la República, ¿sí o no?’ Le contesté: ‘Sí quiero ser Presidente de la República, pero no a cualquier costo’. Sigo pensando lo mismo”.