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Con la captura y abatimiento de capos de primer nivel en los últimos años, las estructuras de los cárteles del narcotráfico en México se fragmentaron, para dar paso a un nuevo mapa del crimen organizado, con la conformación de células que operan de forma territorial, pero con la influencia que tenían de las grandes organizaciones; también surgieron grupos como el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) que lograron consolidarse y expandir su poder para disputar los territorios que son claves en el negocio de la droga trasnacional.
Esta radiografía del narcotráfico en el país, se sustenta en reportes de la PGR, de los Departamentos de Justicia y del Tesoro de Estados Unidos, así como en entrevistas a expertos.
Con las detenciones de Joaquín El Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa; Servando Gómez La Tuta, jefe de Los Caballeros Templarios; Vicente Carrillo Fuentes, El Viceroy, cabecilla del Cártel de Juárez; Miguel y Omar Treviño Morales, líderes del cártel de Los Zetas; así como el abatimiento de Nazario Moreno El Chayo, quien comandaba a La Familia Michoacana; y de los capos Ignacio Nacho Coronel y Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, se agudizó una pugna por los territorios a través de las células delictivas que operaban como sus brazos armados.
Los golpes asestados en los últimos años a los cárteles, diluyó la imagen de los grandes capos del narcotráfico, alrededor de 15 líderes cuyos nombres dominaron la escena en la última década —incluyendo dinastías—, son pasado. Surgieron nuevos liderazgos, aunque la mayoría sólo regionales o con un poder disminuido, con organizaciones fragmentadas en células armadas que defienden un territorio. De los nueve cárteles que hoy operan en el país sólo el de Sinaloa, con sus jefes de antaño, y el Jalisco Nueva Generación, mantienen la hegemonía.
El reporte más reciente de la PGR indica que en México hay nueve cárteles en operación: Sinaloa, Jalisco Nueva Generación, Los Zetas, Golfo, Tijuana, Beltrán Leyva, Juárez, Familia Michoacana y Los Caballeros Templarios.
La dependencia ubica a 45 células delictivas que en paralelo al tráfico de drogas incursionaron en el robo de hidrocarburos, secuestros, extorsiones y trata de personas.
Se modificaron las viejas reglas impuestas por los clanes de narcotraficantes desde la década de los 70, para dar paso a la nueva generación de capos que, a diferencia de sus antecesores, exhiben su poder de operación incluso en redes sociales, en donde lo mismo amenazan a sus rivales, hacen públicas sus ejecuciones y muestran que ostentan una vida de lujo.
No ha variado su poder corruptor, y la infiltración de cuerpos policiacos, sus alianzas con personajes de la vida política y empresarial, son el sustento de su red de protección. Su código, de “plata o plomo” también persiste.
Sobre la “atomización” de los grandes cárteles, Gerardo Rodríguez, experto en seguridad nacional y terrorismo, explica que al conformarse las células delictivas éstas tienen mayor control en los territorios, ya que conocen de primera mano cómo se mueve el flujo económico, pueden desplegar mejor su actividad criminal y sus redes de protección local.
“En el caso de México se está copiando el llamado modelo Bacrim (bandas criminales emergentes) de Colombia, donde los grupos pequeños evolucionan a otros negocios ilícitos redituables como son la extorsión a sectores económicos, robo de mercancías, tráfico de personas y secuestros”, detalla el integrante del Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (Casede).
Las células, agrega, tienen el control territorial cuadra a cuadra de la ciudades donde operan.
Rodríguez afirma que la estrategia del gobierno para combatir al crimen organizado es buena, sin embargo, puede fracasar si no se destruyen por completo las estructuras que están conformadas en pirámide. “Después de capturar a los grandes capos tiene que hacer lo mismo con los demás líderes y atacar los activos financieros”.
Javier Oliva, especialista en seguridad nacional y académico de la UNAM considera que “la fragmentación era muy previsible, ya había experiencia de otros casos cuando capturaban a los líderes de una organización ésta tendía a dividirse, lo que ha llevado a una disputa por el control de plazas; esto atomiza la lucha contra el crimen organizado al tener líderes menos visibles y puede originar un incremento de la percepción de la criminalización”.