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Por Valentina Pérez Botero
Soy una mujer de menos de 30 años, cabello castaño, piel blanca, mido 1.61, pero a mi perfil le faltan por lo menos cuatro centímetros de estatura, cabello rubio y ojos claros para ser una candidata codiciada de donación de óvulos. “Así las prefieren”, me dice en la sala de su casa Daniela Vianney Pazos Pichardo, una mujer que lleva poco más de seis años construyendo una red de donadoras de ovocitos en el país.
Daniela tiene en su base de datos a 450 mujeres en toda la República, 300 de ellas en el Distrito Federal, que están dispuestas a dar sus células reproductivas para permitir que la creciente demanda de parejas con problemas de fertilidad tengan un hijo. “Hoy tengo 450, pero al día me llegan mensajes de por lo menos 30 chicas interesadas”, explica mientras me muestra la evidencia en su celular.
En México se realizan un estimado de 82 mil procedimientos de reproducción asistida al año, según la más reciente encuesta de la farmacéutica Merck Serono. De ese universo, 15% utiliza donación de óvulos, según datos de Carlos Salazar, director regional de la Red Latinoamericana de Reproducción Asistida (Redlara), quien afirma que la tendencia alcanzará pronto 20%.
Estos datos sugieren que en el país existe una demanda anual de al menos 16 mil 400 óvulos donados, y pese a que hay un déficit entre la necesidad de óvulos maduros requeridos por las clínicas y los disponibles, la cantidad de mujeres interesadas en donar va en aumento.
Pazos Pichardo comenta que ha notado un incremento en el número de potenciales donadoras desde octubre de 2014, toda vez que de 100 mujeres que entrevistaba, 20 aceptaban hacerse los exámenes necesarios; este año el número que accede es de 28, es decir, subió 40%. Por su parte, la clínica de reproducción asistida IVI (Instituto Valenciano de Infertilidad) México registra un alza de 30% en 2014, respecto al año anterior, en el número de mujeres donantes.
Las prefieren rubias
“Me puede tocar una chava rubia, de ojos azules, que es lo que más piden, súper guapa, pero si tiene un hermano con Síndrome de Down, no puede donar”, dice Daniela sobre el procedimiento de elección de las donantes. En la entrevista que le hace a cada candidata hay una evaluación física: estatura, color de cabello, ojos, piel, dientes; un examen sicológico, “se necesita saber que esa mujer después no vaya a querer reclamar al producto de su donación”, explica.
Si pasa la prueba sicológica, donde la mayoría reprueba, le siguen exámenes genéticos y perfiles hormonales para determinar la calidad del óvulo que se donará. De 100 candidatas que recibe Daniela, sólo 15 resultan aptas para donar.
“Las que más donan son las modelos”, dice Daniela al hacer un recuento del total de chicas con las que ha trabajado a lo largo de los años y explica que esto se debe tanto a las características físicas que piden los clientes, como “a que ellas buscan un ingreso extra”.
El ingreso del que habla esta joven intermediaria —ella es el vínculo entre parejas, clínicas y chicas— varía de siete hasta 20 mil pesos. El dinero se entrega bajo el nombre de “compensación” por las molestias y el tiempo que la mujer debe invertir para que sea posible la extracción de al menos 10 óvulos maduros de sus ovarios.
Aunque Daniela es muchas veces el primer contacto de las donadoras, las clínicas ya empiezan a reclutar a jóvenes de 18 y máximo 35 años a través de internet. Una de las páginas, por ejemplo, exige los datos básicos de la paciente, un correo electrónico, el celular. A los pocos minutos llega un mensaje que anuncia que pronto un agente se comunicará. Mi cita se estableció para un viernes de febrero en la clínica de Santa Fe.
En una torre de edificios corporativos, las donadoras acceden a las instalaciones del quinto piso y esperamos en una sala especial. No compartimos espacio con los clientes. Después de pocos minutos una enfermera me hace pasar a un consultorio minúsculo donde hace la presentación sobre la donación. Dice que es un procedimiento sencillo, no incapacitante y que tiene una compensación económica para resarcir el tiempo invertido y las molestias ocasionadas tanto por las hormonas como por el procedimiento quirúrgico que se realiza para la extracción de los óvulos maduros.
¿Edad? 26 ¿Enfermedades familiares? Ninguna ¿Periodo regular? No ¿Fecha de la última regla? Enero 25 ¿Hermanos? Una, cinco años menor ¿Con alguna enfermedad? Es sana.
Me dice que debo regresar el primer día de la menstruación para iniciar el tratamiento hormonal: 12 inyecciones —en jeringas más pequeñas que las usadas con la insulina— que debo ponerme cerca del ombligo para estimular el ovario. Al término de esas dosis debe haber al menos 10 folículos maduros que se retirarán en un proceso ambulatorio que no dura más de 20 minutos.
“Sacamos todos los óvulos maduros”, me explica la enfermera e insiste en que es indoloro y que la dosis de hormonas no tendrá ningún efecto: ni en mi peso, ni en mi humor, ni en mi fertilidad. El pago: 7 mil pesos. Nunca explica cuándo tendré la evaluación sicológica ni los resultados de exámenes genéticos o perfil hormonal que avalarán que mis óvulos generarán una descendencia sana.
Mi compensación, en el límite inferior, la explica Carlos Rosillo Herrera, presidente de la Fundación Creando Familias, quien dice que existe un mercado categorizado de donantes: “Hay donantes VIP, modelos que te dicen: ‘Yo salgo en tal revista y mis ovocitos cuestan tanto’. Los ovocitos salen carísimos, como unos 10 mil dólares”. A ellas les siguen “donantes probadas”, que dicen: “De mis óvulos ya hay tres o cuatro niños nacidos”, y ponen un costo mayor por tener la fertilidad comprobada. A estos dos grupos le siguen jóvenes convencionales que no reciben más de 10 mil pesos, como yo.
La preocupación de Rosillo Herrera va más allá de la estratificación del mercado de óvulos: en el país no hay regulación que proteja a las donantes ni a las parejas, no hay normas que regulen el uso o la conservación de los gametos donados, ni las dosis hormonales que se les da a las muchachas, ni el tipo de compensación, ni los exámenes mínimos requeridos para asegurar que no se transfieran enfermedades genéticas.
En América, sólo países como Canadá, Estados Unidos, Argentina, Brasil, Uruguay y Costa Rica tienen una ley nacional de reproducción asistida. En México ha habido ocho intentos legislativos en cuatro años —de 2008 a 2012— para tener una legislación. Ninguno ha tenido éxito.
“Es una tierra de nadie. Nadie sabe quiénes entran a los programas, cuántos medicamentos se le dio, cuántos óvulos se captaron, a dónde se fueron esos óvulos”, sentencia Rosillo Herrera, y agrega: “Cada quien hace lo que Dios le da a entender y eso abre la puerta a que haya un comercio rapaz sobre donantes y clientes”.
La preocupación del presidente de la Fundación Creando Vidas la comparte Carlos Salazar, director regional de la Red Lara, quien advierte la gravedad de que en México, el tercer país más importante en número de casos de reproducción asistida después de Brasil y Argentina, no cuente con una regulación específica. “No todas las clínicas reportan los casos de tratamientos con ovodonantes y no todas tienen registro. Incluso hemos descubierto chicas que han querido donar aquí y han sido donadoras de otras clínicas por el aspecto lucrativo”.
Jean Paul Verdusco, experto en el tema jurídico de las clínicas de reproducción asistida, dice que “hay legislación dispersa”, y en el caso de las donantes uno de los agravantes sería que “las chicas están parcialmente protegidas, porque mucha de su protección depende de la cantidad de información que reciban previo a la donación”.
La directora de la clínica IVI México, Cristina Moros, advierte que “en México no existe una ley de reproducción humana, esto da pie a que todo lo que no está legislado esté permitido”. En su caso en específico, al tener su casa matriz en España, se rigen por la ley de ese país.
¿Un hijo de quién?
Las parejas que necesitan ovodonantes para tener un hijo invierten de 85 mil a 100 mil pesos en el tratamiento. Pese a que las técnicas de reproducción asistida llegaron a finales de los 80 a México y los primeros bebés por donación de óvulos nacieron a mediados de los 90, fue hasta 2000 —con la comercialización de las técnicas de congelamiento de células— cuando se popularizó el uso de bancos de semen y de ovarios.
“Era muy rara una ovodonación, cualquier operación donde se contemplara un gameto distinto de la pareja. En la actualidad se ha abierto”, dice el doctor Salazar, director regional de la Redlara, sobre este tipo de procedimientos en el país, que pese a llevar más de una década practicándose, no existe una regulación clara que proteja a las partes involucradas.
En el caso de las donantes, “a ellas nunca se les dicen los riesgos, es sabido que las hormonas pueden provocar cáncer, alteraciones nerviosas, hiperestimulación ovárica, pueden perder los ovarios, las trompas [de falopio], son muchos los riesgos y no está nada escrito”, dice Carlos Rosillo, e insiste en que ni siquiera se estipula cuántas veces se puede donar. Para la doctora Cristina Moros, de IVI México, el tope debería ser “de seis a siete veces al año”. Para Daniela, el límite son ocho donaciones en la vida.
El problema del número de donaciones se correlaciona con el monto de la compensación y el temor de que existan “donadoras profesionales”. Una mujer puede ganar hasta 140 mil pesos al año si dona siete veces.
En el caso de las parejas que reciben los óvulos, los problemas se multiplican. Rosillo explica que los futuros padres no tienen la certeza de que el óvulo provisto pertenece a quien ellos dicen. “Es muy posible que ellos hagan su catálogo, pongan una rubia, ojos azules, 1.70, pero nadie sabe si realmente es la que han elegido”, y esto aplica también a la falta de regulación en exámenes genéticos, “al tener una depredación de óvulos ya no sabes qué calidad de ovocitos te están dando y qué malformaciones pueden generar”.
Se solicitó la postura de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris), dependiente de la Secretaría de Salud, y no hubo respuesta.
En esta tierra de nadie, Daniela insiste en que la donación permite crear vida. Ella tiene tres hijos y pregunta: “¿Por qué no darle esa felicidad a los demás?”.