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Norcorea se ha convertido en un destino atractivo para miles de turistas que desean tener una experiencia diferente y conocer un poco de esta nación. El mexicano Santiago Kent Lagunas, estudiante de la UNAM que se encuentra de intercambio en China, tuvo la oportunidad de visitar la Zona Desmilitarizada, que divide a Corea del Norte y Corea del Sur y relata para EL UNIVERSAL su experiencia.
“Me llevo una imagen no quiero decir decepcionante, pero sí difícil de digerir. Uno tiene una expectativa o escucha cosas y cuando llegas te das cuenta que es la realidad”, señala.
El viaje inicia a las 8:00 de la mañana del 29 de mayo en el President Hotel de Seúl, Corea del Sur, donde aborda un autobús que lo lleva, junto con otros turistas a la frontera. El grupo está compuesto por 30 personas de diferentes edades y nacionalidades entre las que hay estadounidenses, españoles y peruanos. Durante el primer trayecto de una hora entre Seúl y la ciudad de Dorasan, un guía surcoreano les explica en inglés sobre el contexto histórico de los lugares que visitarán.
Así comienza el viaje de Santiago a una de las fronteras más peligrosas del mundo. Se trata de un viaje de medio día que cuesta 90 dólares (unos mil 700 pesos). Comenta que, en un principio, él quería visitar la capital de Corea del Norte, Pyongyang, pero no fue posible debido a los altos precios de los tours.
“La idea original era hacer un viaje de un fin de semana a Pyongyang. Estuve cotizando en diversas agencias, pero los precios no bajaban de 10 mil pesos. Ya no se diga de los viajes de una o dos semanas, los cuales alcanzaban 50 mil pesos, muchísimo dinero para los estándares asiáticos”, lamenta Santiago.
Los turistas no tienen permitido viajar solos a Corea del Norte, deben contratar un recorrido con agencias de viaje autorizadas por el gobierno, las cuales ofrecen paquetes que van desde un día hasta dos semanas. La mayoría de los tours salen de Seúl, se pagan en Wons (la moneda de Corea del Sur) y requieren que los interesados hagan la solicitud con al menos 72 horas de anticipación y presenten una fotocopia de su pasaporte.
Todos los turistas deben firmar un documento que indica que durante su visita no pueden vestir con shorts, sandalias, playeras con imágenes de armas, objetos punzocortantes, armas, explosivos o cualquier otra que se considere ofensiva, de acuerdo con los criterios de Norcorea. Los únicos que no pueden contratar estos recorridos son los surcoreanos.
Al llegar a la Zona Desmilitarizada, un militar surcoreano se sube al autobús a revisar los pasaportes de todos los turistas y corrobora que estén en la lista de los visitantes del día. El grupo continúa un pequeño tramo de carretera hasta llegar a la frontera, donde un segundo militar revisa todas las mochilas antes de darles acceso al Área de Seguridad Conjunta.
En este lugar los turistas son acompañados por militares de distintas partes del mundo y son observados a distancia por elementos castrenses norcoreanos que resguardan la zona. Los visitantes están obligados a caminar en línea recta y deben mantener su celular en modo avión, sólo están autorizados a tomar fotografías en los momentos y lugares que los militares les indiquen; grabar video o audio está totalmente prohibido.
Tampoco se puede dirigir la palabra a los residentes o militares norcoreanos, ni comprar recuerdos o alimentos y cualquier movimiento sospechoso o tomar fotografías en momentos prohibidos representa la expulsión del tour.
“En el Área de Seguridad Conjunta los militares te piden leer y firmar una responsiva, la cual se te queda como ‘souvenir’ al final de tour, donde indica que en caso de un potencial despliegue militar mayor ellos no se hacen responsables 100% de tu integridad y no te aseguran salir con vida”, relata Santiago.
En esta zona, los turistas observan un edificio que fue construido con el objetivo de reunir a los altos directivos de ambos países en cualquier situación potencial de conflicto. El edificio se encuentra dividido en su totalidad, una mitad está en Corea del Sur y la otra en Corea del Norte, cada uno tiene sus propios baños, guardias, sistema de seguridad, e incluso la mesa de reunión está partida en dos.
La última parada de la visita es el mirador, desde donde los turistas pueden ver la ciudad norcoreana de Kaesong. Sin embargo, resulta difícil apreciarla por la contaminación, aun así, se puede ver que la actividad en las calles es nula, no hay gente, todo parece concentrarse en un pequeño conjunto industrial a las afueras de la ciudad. “Todo se veía muy bien, en su lugar, parecía que nadie vivía ahí, un pueblo fantasma. Daba esa impresión, como si fuera una ciudad construida para dar una imagen a los turistas, sin ningún cristal roto”, cuenta Santiago.
Sobre su experiencia, que duró nueve horas, el mexicano asegura sin dudar que sí volvería a Corea del Norte. “Mi estancia fue muy corta, me gustaría tener una experiencia más profunda y conocer mejor la cultura y lo que se vive en este país. Sí regresara, tendría que prepararme mentalmente para aguantar el régimen, es difícil asimilar que no te puedes comportar libremente como cualquier turista una vez que entras a su territorio, nunca te quitan la mirada de encima”, relata.