Desde hace tiempo se habla de Estados Unidos como un país dividido, en el que la polarización marca cada vez más el día a día, sus decisiones y actitudes. La presencia de la figura de Donald Trump y los atributos que en parte lo llevaron a la Casa Blanca no ayudan al espíritu integrador y unitario que muchos quisieran y las grietas se acentúan a niveles cada vez más preocupantes.

Son raras las actuaciones de consenso. En el Congreso, cada propuesta de ley avalada por legisladores de ambas bancadas es vista como algo inaudito, un unicornio de fantasía en la dura realidad del Capitolio. A nivel social, en las calles, la tensión es más latente que en el civismo que debe caracterizar las instituciones federales.

Las divisiones se acentúan. Los ataques se acumulan, y no sólo en acciones violentas tangibles. Las ideas y políticas que trata de imponer la administración Trump desatan lecturas discriminatorias hacia minorías y grupos tradicionalmente menos favorecidos, a la vez que priorizan la tradición del hombre estadounidense blanco.

En las últimas semanas, Trump apuntó su intención de despedir a los soldados transgénero del ejército. Hace unos días, la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP), la mayor y más antigua agrupación de afroestadounidenses del país, emitía su primera advertencia de viaje para que los negros no visiten el estado de Missouri, o lo hagan bajo su propio riesgo.

Por otra parte, el Departamento de Justicia está investigando casos de discriminación a blancos en universidades que aplican programas para acabar con el sesgo contra minorías. Señales de un cambio de paradigma, de que no hay problema de que la polarización se manifieste con total impunidad.

“Protegidos por el conocimiento de que los líderes están de acuerdo con ellos, la gente se siente más cómoda acosando a extraños, publicando comentarios de odio en internet”, explica a EL UNIVERSAL Adrienne van der Valk, subdirectora de Enseñanza en Tolerancia del Southern Poverty Law Center (SPLC). El SPLC es un referente en la lucha contra la intolerancia en Estados Unidos. Su “mapa del odio” actualiza permanentemente los grupos que amenazan y violentan a minorías o grupos sociales concretos. Sin embargo, la llegada de Trump les ha puesto el trabajo a otro nivel.

En noviembre, días después de la sorpresiva victoria del magnate, lanzaron su estudio The Trump Effect (El efecto Trump), en el que demostraron con datos cómo la retórica del magnate está directamente relacionada con el aumento de los ataques de odio y prejuicios en la sociedad estadounidense. Uno de los ejemplos más claros es el cambio de tendencia en las escuelas. “Los niños imitan todo”, recuerda Van der Valk, lo que supone que si la discriminación llega a los colegios es que está bien incrustada en la sociedad.

Van der Valk es una de las autoras del estudio y especialista en odio entre menores en centros educativos y que, en el fondo, son pequeñas sociedades en los que se replica la realidad exterior. “El cambio no es que existan sentimientos racistas o xenófobos, sino que la gente se siente alentada y autorizada a expresarlos”, reflexiona Van der Valk para este diario. La idea de que la ideología estaba presente, pero no se demostraba está extendida y con la legitimación que parece querer dar el gobierno Trump simplemente se ha exacerbado y demostrado públicamente.

“Cuando los líderes nacionales usan retórica sexista, antiinmigrante o antimusulmana, aunque sea de manera sutil, actúa como mensaje subliminal. Indica a los individuos de todo el país, quienes pueden sentir como que están perdiendo poder y privilegio, que los líderes piensan que la pluralidad, la diversidad, la inmigración y todas estas cosas son ‘dañinas’”, resume la experta.

No parece que la cosa vaya a mejorar con el tiempo. “No estamos viendo ninguna indicación de que la tendencia haya pasado”, lamenta, consciente de que el “giro a peor” es evidente y todo el mundo es testigo. También se ve en las escuelas, con cada vez más peticiones al SPLC de material para combatir la intolerancia y la sensación de que “redirigir el barco es extremadamente difícil”.

Según Van der Valk, los más afectados son inmigrantes y musulmanes, “incluidos aquellos que son percibidos” como tales. Las preocupaciones no acaban ahí: las indicaciones de que las protecciones a la comunidad LGBT van a ser retrotraídas a nivel federal preocupa y mucho, así como el aumento de los incidentes antisemitas o la presencia cada vez mayor de banderas confederadas, símbolo del pasado esclavista del país.

La solución que el equipo de la experta del SPLC está proponiendo a los colegios, en particular, es la “priorización de la construcción de un clima positivo y de aceptación”; aquellos que lo han aplicado han sido capaces de restablecer la “armonía” de forma rápida. Pero conseguir eso a nivel de todo el país, en el actual clima que se vive y con las batallas partidistas y polarizantes que se viven, se augura por el momento complicado.

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