El día después de que Donald Trump tomara posesión del cargo de presidente de Estados Unidos, millones de personas salían a la calle para protestar.

El magnate no tuvo ni un día de respiro: la resistencia a sus políticas y retórica salía a la calle, y lo hacía organizada por la sociedad. Una semana después las movilizaciones se repetían tras el decreto de prohibir la entrada a ciudadanos de países de mayoría musulmana, y sábado tras sábado se mantenían las protestas.

El Partido Demócrata, mientras se lamía las heridas por una derrota electoral inesperada, aprovechaba la inercia de la protesta social para hacer oposición. Huérfanos de liderazgo, apoyaron las manifestaciones, salieron a la calle, pero el movimiento real de oposición lo llevó el activismo social.

La falta de una voz poderosa y respetada puede ser parte de la falta de repercusión de la oposición del partido. Con Hillary Clinton, su candidata a la presidencia, retirada de la vida pública, su último líder, Barack Obama, solamente apareció tras el decreto de veto migratorio, cumpliendo su promesa de alzar la voz ante sucesos que pusieran en riesgo “valores fundamentales” de la sociedad estadounidense. Después de eso volvió a su retiro permanente de ex presidente, viajando por el mundo y avanzando en su millonario libro de memorias.

La táctica anti-Trump no funcionó en las elecciones. “La gente no supo qué defendíamos, sólo que estábamos en contra de Trump”, confesó el líder de los demócratas en el Senado, Chuck Schumer. Pero en su plataforma electoral, aquella con la que se presentaron en 2016 y que debería guiar las políticas del partido, dejan clara su posición.

Acabar el racismo sistémico; arreglar el sistema migratorio; garantizar los derechos civiles de las mujeres, de la comunidad LGBT (Lésbico, Gay, Bisexual y Transexual), de las personas con discapacidad; respetar creencias y fe; honrar las comunidades indígenas. Combatir el cambio climático; construir una economía de energías limpias y proteger la justicia ambiental.

Todo lo anterior son títulos de cláusulas de la plataforma demócrata, las promesas al electorado y al pueblo estadounidense. Por tanto, se sobreentiende que, en su conjunto, tiene el compromiso de defenderlo. O, al menos, algo parecido reafirmó el nuevo presidente del partido, el ex miembro del gabinete de Obama de origen puertorriqueño Tom Pérez.

El enorme poder mediático de la Casa Blanca de Trump ha llevado a los demócratas por otros derroteros. Es cierto que han presentado propuestas de ley para defender a los migrantes, especialmente a los jóvenes protegidos de la deportación por el programa DACA (Consideración de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia). El grupo de congresistas hispanos denuncian constantemente las redadas y expulsiones de inmigrantes indocumentados.

Las quejas por los intentos de quitar financiamiento a programas de salud centrados en las mujeres se repiten cada cierto tiempo, la oposición a negarse a luchar contra el cambio climático y la negación de la ciencia aparecen en suelo parlamentario por ciertos periodos.

Pero la realidad es distinta. El peso de las luchas sociales la llevan las organizaciones, y el Partido Demócrata, la oposición, da su apoyo como puede. Su lucha es ahora recuperar el poder perdido, y para hacerlo han decidido centrarse en la economía, la recuperación de puestos de empleo y la confrontación directa y visceral contra los cambios en el sistema sanitario. Las críticas a las acciones de Trump se mantienen, pero el riesgo de quedar sin mensaje más allá de la confrontación es demasiado elevado para un partido en refundación y búsqueda de sentido.

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