Más Información
Sheinbaum es una "consumidora voraz" de información: José Merino; el tablero de seguridad, herramienta clave, destaca
IMSS-Bienestar asegura mantener contratados a 2 mil trabajadores en entidades no adheridas al organismo
Rosa Icela Rodríguez se reúne con próximo titular del INM; “arrancaremos el 2025 con mucho trabajo”, asegura
SSa llama a tomar medidas preventivas ante bajas temperaturas; pide proteger salud por temporada invernal
Oposición tunde diseño de boletas de elección judicial; “la lista definitiva la harán Monreal y Adán Augusto”, dice Döring
Cuando los guatemaltecos Róger Wellington Muñoz Rivas, de 40 años, y Robbie Hernández Quinteros, de 37, fueron deportados de Estados Unidos a Guatemala, luego de muchos años de vivir en suelo estadounidense, un extraño sentimiento de inquietud les brotó sobre su tierra natal en el momento del reencuentro: un país “feo y peligroso” o “espantoso y malísimo”.
Acostumbrados a residir en ciudades de EU —Muñoz en Los Ángeles y Hernández en Minnesota— con avanzados rangos de modernidad, ambos integran la numerosa lista de guatemaltecos deportados desde territorio estadounidense y contaron que regresar a Guatemala fue un choque. Ambos estudian cómputo y otras disciplinas en Conexión Laboral, empresa no estatal de Guatemala que ayuda a deportados.
Con 20 años de estar en Estados Unidos, Muñoz, originario de esta capital, nunca pudo venir de visita a su país ni regularizar su situación migratoria. A inicios de este año, y mientras conducía su vehículo en Los Ángeles, un policía de esa ciudad le ordenó detenerse porque una de las luces traseras de alto estaba quebrada.
“Le di mi licencia de conducir y mi tarjeta de identidad. El policía consultó mi nombre y salió que las autoridades de migración solicitaban mi presencia. Me llevaron preso y un juez me dijo que escogiera entre salir de EU de manera voluntaria o ser deportado. Acepté firmar un papel para mi salida. Estuve detenido tres meses hasta que me deportaron”, relató a EL UNIVERSAL.
La deportación ocurrió “como en abril”, narró este hombre que trabajó, siempre en Los Ángeles, en el sector de la construcción.
“Me fui de Guatemala por tierra a Estados Unidos por la violencia y la situación económica”, recordó, al admitir que cuando retornó a esta nación sufrió un impacto. “Me encontré un país feo y peligroso. Encontrar trabajo es difícil. He tenido que rehacer mi vida aquí”, describió.
“De mis años allá sólo me traje que aprendí inglés”, destacó. “Allá” se quedaron su esposa, Fabiola Peñaloza, estadounidense de origen mexicano y de 42, y dos hijos, Debby, de 19, y Róger, de 18, ambos ciudadanos de EU, así como una casa y otros bienes.
Viajó con sus padres. La historia de Hernández en EU terminó donde empezó: en Guatemala. Con 12 años, hace 25 viajó a México con la meta de llegar a Chicago, Illinois, porque sus padres —Víctor y Olivia (fallecida)— tenían ocho de haber migrado como irregulares y se instalaron en esa ciudad.
“Mi papá vino por mí y nos fuimos juntos por tierra. Pudimos llegar y entré a la escuela, pero luego empecé a trabajar en una granja. Pasamos a Minnesota a trabajar en la agricultura. Siempre sin papeles, pero se podía laborar. Tenía seguro social, pero nunca obtuve la residencia”, explicó en entrevista con este diario.
Hermanos, primos, tíos y otros parientes de Hernández, todos como él oriundos de Puerto Barrios, del oriental departamento de Izabal, también migraron a EU. En 2012, con 21 años de vivir en EU, el guatemalteco se involucró en riñas con estadounidenses y cayó preso. “Me deportaron en 2013 por desorden público. Estuve un año preso sin ver a mi padre ni a mi madre y regresé aquí a la capital, a trabajar en lo que fuera y con bajo salario”, lamentó.
“Me topé un país espantoso y malísimo… daban ganas de regresarme. No me gustaba nada de aquí. Vi a un país muy pobre y mucha violencia, que es lo que sobra”, contó. Para agravar las cosas, su madre murió en EU y su cuerpo fue enviado a Guatemala, mientras que su padre, ahora de 65, tampoco ha podido venir de visita.
Aunque se adaptó a Guatemala, este hombre que, ya deportado, se casó con la guatemalteca Ruth Marbel Méndez, de 28, con quien tiene dos hijos —Mavelin Dilady, de tres, y Robbie, de un año y nueve meses— pasa épocas sin trabajo, sabe inglés y comprende que su futuro está en la educación.
Muñoz y Hernández son compañeros de estudio en Conexión Laboral. Comparten sufrimiento de cárcel en Estados Unidos y de deportación a Guatemala, y sin importar si es país feo, peligroso, espantoso o malísimo, saben que su aventura estadounidense quedó atrás… para siempre.