Uno de los grandes golpes internacionales de la DEA (departamento de narcóticos estadounidense) se produjo en 2013 en Guinea-Bissau, una diminuta nación de África Occidental.

Un agente que se hacía pasar por un guerrillero colombiano de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), dedicado al negocio de la cocaína, invitó a su yate a José Américo Bubo Na Tchuto, ex jefe todopoderoso de la armada de Guinea-Bissau. Luego lo arrastró a aguas internacionales y lo detuvo junto a la costa de Cabo Verde. A cambio de protección en la ruta de la droga, el guineano cobraba un millón de dólares por cada tonelada que entrara a su país desde América Latina, especialmente desde Venezuela y Colombia. Ahora está en una prisión de EU por narcotráfico.

El caso de Bubo Na Tchuto ilustra cómo Guinea-Bissau, uno de los puntos del continente africano más cercanos por mar a América, se ha convertido en el primer narcoEstado de África: una nación sin apenas desarrollar en la que las instituciones están corrompidas y la pobreza es tan extrema que se vuelve sencillo sobornar a cualquiera.

Los efectos del flujo permanente de estupefacientes se vuelven cada día más visibles en el continente. La droga no sólo alimenta la corrupción, la inestabilidad política, la venta de armas o las guerras de clanes. Pierre Lapaque, comisionado de Naciones Unidas contra las drogas en África occidental, advierte desde hace años que la región puede convertirse “en el próximo gran mercado de drogas ilegales” del mundo. La población africana es muy joven, su poder adquisitivo crece moderadamente, y el resto de mercados internacionales parecen saturados.

Según informes de Lapaque, hay cerca de 3 millones de consumidores de estupefacientes en la zona, y la ONU estima que la prevalencia del consumo de cocaína (0.4%) se ha situado en pocos años en la media mundial. Al mismo tiempo, la escasez de recursos y programas sociales hace difícil ayudar a estos adictos y el continente prácticamente carece de centros de desintoxicación.

El problema ha crecido tanto que la West Africa Commission on Drugs (WACD) lo ha decretado “el más grave en África Occidental”. El organismo explica que “el valor anual de la cocaína que pasa por África Occidental es estimado en 1.25 mil millones de dólares, cantidad que supera los presupuestos de muchos países, entre ellos Liberia, Cabo Verde, Sierra Leona, Gambia y Guinea-Bissau”.

El extremo oeste del continente está dejando de ser una zona de tránsito para albergar la producción de drogas sintéticas, como la metanfetamina y la efedrina (crecientemente populares en Nigeria) que abastecen a Sudáfrica y, en enormes cantidades, al mercado asiático. Esta nueva producción se une a la histórica cosecha del cannabis en el continente. Según el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de Naciones Unidas, publicado en marzo de este año, 14% de la hierba del mundo se incauta en África (en 2015 fueron incautadas 235 toneladas de hachís o resina de cannabis en Marruecos) y la prevalencia del consumo en el continente es de 7.6%, el doble de la media mundial. Más de 40 millones de africanos fuman marihuana.

Mientras, en África oriental (Etiopía, Somalia, Kenia, Tanzania...) aumenta el consumo de heroína como resultado del tráfico de opiáceos afganos por el océano Índico, muchas veces camino de Europa o África central y occidental. Se ha informado del aumento del consumo de drogas por inyección en Kenia, Mauricio, la República Unida de Tanzania y Seychelles. Los puertos de Mombasa (Kenia) y Dar es Salaam (Tanzania) son importantes receptores y exportadores de opiáceos. Las incautaciones resultan casi anecdóticas (pocos kilos) como demostración del poder corruptor del dinero sobre la policía local. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Crimen (UNODC), 11% de los consumidores mundiales de opiáceos ya viven en África.

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