Donald Trump confesó ayer no tener grabaciones ni cintas de sus conversaciones con el ex director del FBI James Comey, en una nueva demostración de la tendencia incesante de su administración de autogolpearse para perjudicar su trabajo al frente de Estados Unidos.

El misterio que él mismo creó sobre la existencia o no de un sistema de registro de todo lo que sucede en el Despacho Oval desapareció de un plumazo y con la peor resolución: dejando en mala posición al magnate y reforzando las dudas de credibilidad.

Trump admitió en un par de tuits que sus amenazas e insinuaciones con el objetivo de intimidar a Comey no tenían fundamento. “No tengo idea si existen estas ‘cintas’ o grabaciones de mis conversaciones con James Comey, pero yo no hice, ni tengo, estas grabaciones”, confesó.

La obsesión de Trump por el espionaje y las cintas no empezó con Comey: semanas antes acusó a su predecesor Barack Obama de haberlo espiado en la Torre Trump. Las agencias de inteligencia negaron esa posibilidad, y el tema pasó de largo.

El caso del ex director del FBI fue diferente. En esencia, porque tiene que ver con el Rusiagate, la nube negra que no termina de disiparse y que, como gota malaya, penetra y agrieta el futuro de la administración.

Tres días después de despedir a Comey, sin dar explicaciones y de forma fulminante, Trump insinuaba que tenía “cintas” de sus conversaciones con aquel y que mejor no hablara con la prensa; una amenaza que llevó a Comey a filtrar los memorándums de sus encuentros con el presidente, que evidenciaban sus “dudas” sobre Trump. Semanas después compareció ante el Senado para contar su verdad, llamando “mentiroso” al mandatario y dejando entrever un intento de obstrucción de justicia. “Diosito, ojalá existan esas cintas”, expresó entonces el ex director del FBI, lanzando el órdago al presidente. Trump tardó cinco semanas y media en reconocer que todo fue una farsa.

La mentira innecesaria perjudica todavía más la investigación que hay sobre él y que podría llevarlo derecho al juicio político. La portavoz de la Casa Blanca, Sarah Huckabee Sanders, aseguró que el presidente no se arrepiente de nada y que cumplió su promesa de explicar si había o no grabaciones en el plazo establecido. Ayer era la fecha límite para mandarlas al comité de la Cámara de Representantes y añadirlas a las pruebas de la investigación.

Las investigaciones, a todo eso, continúan. El fiscal especial Robert Mueller continúa indagando con el equipo de más de treinta abogados de su equipo. El director nacional de inteligencia, Dan Coats, testificó ayer a puerta cerrada en el Congreso para confirmar todo lo que había dicho en semanas anteriores, y confesar que Trump vive “obsesionado” con el tema ruso.

Tanto Coats como el director de la Agencia de Seguridad Nacional, Mike Rogers, dijeron que Trump les sugirió que negaran públicamente cualquier colusión entre su campaña presidencial y Rusia, pero aseguraron que no se sintieron obligados a hacerlo. Con información de Reuters

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