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Madrid
¿Qué se puede esperar de alguien criado en el odio? ¿Del hijo de un terrorista con crímenes de sangre a sus espaldas? ¿De un niño que pasó la vida huyendo y que sufrió maltratos y violencia?
La experiencia de Zak Ebrahim demuestra que se puede esperar todo, cuando se da la espalda a los prejuicios. “Pasé parte de mi vida viendo el mundo a través de los ojos de un fanático, juzgando a la gente por su raza, religión y sexualidad”, explica Zak vía correo electrónico: “Hasta que entendí que esos eran los mismos prejuicios que habían guiado a quienes me acosaron a mí en la infancia. Así entendí la importancia de la empatía”.
Ebrahim nació en Pittsburgh en 1983 con el nombre de Abdulaziz El Sayyid Nosair. Hijo de una maestra estadounidense conversa al islam y de El Sayyid Nosair, un ingeniero egipcio, su primera infancia fue la de un estadounidense normal, jugando al beisbol con su padre en el parque. Hasta que, en medio de una crisis personal, éste comenzó a relacionarse en la mezquita con musulmanes radicales que lo adoctrinaban a él y al pequeño Abdulaziz en el odio a América, los judíos, los homosexuales...
En 1990, cuando Abdulaziz tenía siete años, su padre asesinó a Meir Kahane, un rabino ortodoxo, y fue encarcelado. A partir de ese momento comenzó para el niño una peregrinación junto a su madre y sus hermanos por más de 20 ciudades, siempre al borde de la pobreza y huyendo de las amenazas de quienes descubrían su identidad.
Los musulmanes radicales que formaban el círculo de su padre continuaron visitando a la familia durante años. La nueva pareja de su madre, además, era también muy conservadora. Maltrataba a Abdulaziz y lo llenaba de prejuicios. Eso lo convirtió en un niño retraído, atormentado por los abusos que sufría en la escuela.
Él siguió abrazado a los buenos recuerdos de su padre, incluso cuando se descubrió que desde la cárcel éste había orquestado una serie de ataques terroristas en distintos puntos de Nueva York por los que incluso Osama Bin Laden lo felicitó en un video.
Hasta que, con la adolescencia, Abdulaziz fue liberándose de su padrastro, rompió su burbuja de aislamiento y conoció a más gente. La relación con su padre también se enfrió y dejaron de verse. La empatía hacia otros individuos marginados le sirvió para cuestionar los estereotipos que había aprendido. Incluso, en un arranque que parecía imposible, hizo amigos judíos y él mismo terminó volviéndose ateo.
Abdulaziz, ya con el nombre de Zak Ebrahim, comenzó a hablar de su pasado y de la posibilidad de romper el círculo de odio. “Quería demostrar a los que han sufrido adoctrinamiento que se puede acceder a una vida más feliz”, cuenta. Desde entonces, ha escrito un libro y se ha prodigado en conferencias.
“He tenido suerte porque la reacción ha sido generalmente positiva, pero no falta quien me acusa de tener sangre terrorista. Hay gente que nunca abandonará sus prejuicios”, dice.
Una conversación “poco sana”. El padre de Zak continúa en prisión, donde purga cadena perpetua. “Poco después de que yo comenzara a hablar públicamente, recibí un email de él. Pero nuestra conversación no era sana, y volví a cortar las relaciones”, cuenta.
A pesar de ello, sigue intentando entender qué llevo a su padre a la radicalización. “Fue un movimiento paralelo a un proceso de aislamiento social por una falsa acusación de violación. Los hombres que lo acogieron cometieron luego el atentado en 1993 contra el World Trade Center. Mi padre se fue desilusionando del ‘sueño americano’, y a ello contribuyó su malestar por la cultura de la supremacía estadounidense y sus hipócritas actuaciones en el mundo. Yo comprendo esa rabia, pero se equivocó recurriendo a la violencia para combatirla; el intercambio de ideas cívico es el camino para cambiar la política de EU”, explica.
Zak avisa sobre los peligros de seguir sometiendo a humillaciones a los ciudadanos de países musulmanes: “Yo tuve suerte de escapar del adoctrinamiento porque vivía en EU con cierta estabilidad comparado con niños de Irak o Siria. Entre otras cosas, tuve la oportunidad de interactuar con esos a los que me habían enseñado a odiar”.