En el café Au Cygne, ubicado en el corazón del pequeño pueblo de Houtkerque, se respira un clima de melancolía y desilusión.
“Los buenos tiempos son cosa del pasado. Antes había trabajo, dinero, apoyo para las familias y para poner un pequeño negocio, ahora no hay nada, sólo el recuerdo de los buenos tiempos de mis padres”, dice Danielle de 48 años, en compañía de Julien, de 45 años.
“Por eso no ves jóvenes, aquí no tienen nada que hacer. Si las cosas siguen así habrá guerra, porque cuando no hay trabajo el pueblo tiene hambre, y cuando hay hambre no hay otra que las armas”, continúa la francesa con un marcado tono alarmista.
El sentimiento de abandono y decepción entre los habitantes de Houtkerque se puso de manifiesto en la primera ronda de las presidenciales francesas, con el rechazo a los partidos tradicionales, Republicano y Socialista, y el vuelco hacia la ultraderecha de Marine Le Pen. La clientela en el café explica que la localidad, ubicada en el departamento del Norte, votaba tradicionalmente por los conservadores, pero la frustración acumulada durante la última década los ha llevado a inclinarse por la derecha más extrema.
Mientras que a nivel nacional Emmanuel Macron venció a Le Pen por margen reducido, 24% frente a 21.5%; en Houtkerque la líder del Frente Nacional arrolló a su rival, 37% frente a sólo 12.5%. “Macron es más de lo mismo, representa a los grandes negocios. Le Pen es por el pueblo, por la seguridad de las fronteras para mantener a los malos afuera”, dice la encargada de café Au Cygne.
El caso de Houtkerque no es aislado. La mancha de inconformidad se extiende prácticamente por los poblados colindantes con la región belga de Flandes, que a diferencia de esta parte de la Francia provincial, es próspera, rica y tiene visión de futuro.
Así lo certificó EL UNIVERSAL en un recorrido realizado por los poblados vecinos de Bambecque, Oost-Cappel, Killem, Hondschoote, Bray-Duns y Ghyuelde. En todos, Le Pen obtuvo más de 34% de los sufragios. Los testimonios recabados en conversaciones con panaderos, carniceros, comensales, jubilados y padres de familia reflejan enfado con los gobernantes, a quienes acusan de pretenciosos y vivir una realidad distinta a la de la mayoría.
“Francia es una República, pero sus gobernantes se comportan como reyes”, dice el chofer Vincent, quien regularmente apuesta en el bar Aux Eperons d’Or a las carreras a caballo tratando de estirar un poco su salario.
Desencanto con la UE. Los pobladores igualmente muestran desencanto con la Unión Europea. “Estoy desilusionado con Europa. Se suponía que era un proyecto en el que todos seríamos iguales, pero no fue así. Por ejemplo, aquí cuesta una cerveza 3 euros y la misma cerveza 2 euros en Bélgica [a tres kilómetros de distancia]. Lo mismo ocurre con los cigarros, aquí 7 euros y allá 5. ¿Qué pasó? Los clientes se fueron”, dice Dominique, propietario de Café de la Mairie, en Killem.
Basta desplazarse por las localidades rurales para constatar el malestar de sus habitantes: comercios y fábricas cerradas, viviendas y establos abandonados, granjas reconvertidas en albergues para perros y los campos llanos limitados a lo que ofrecen las temporadas, cebolla, papa y remolacha azucarera.
Yves Sintomer, politólogo de la Universidad de París VIII, afirma que la zona norte y noreste de Francia es el equivalente a la vieja región industrial estadounidense que quedó fuera del proceso de globalización.
“Son viejas zonas industriales que tienen muchas dificultades para hacer una reconversión hacia la economía del nuevo siglo. Se sienten perdidos en el entorno de modernización y globalización del país, quedándose aislados y con muchas menos protecciones que antes”, explica.
La nostalgia por el pasado y la capacidad de manipular la desesperación y la precariedad han permitido al Frente Nacional avanzar en la Alta Francia. “Lo que estamos viendo es que la fuerte base tradicional que votaba por la derecha clásica ahora vota Le Pen, pero con base en el nacionalismo y la xenofobia”, indica Sintomer.
Patrice Vergriete, alcalde de Dunkerque, ciudad portuaria y situada a sólo 10 kilómetros de Bélgica, advierte que la eventual llegada de Le Pen al Palacio del Elíseo sería un desastre para la región, pues ella aboga por el cierre de fronteras y la salida del euro.
Sólo en Dunkerque, 40% de los empleos dependen de empresas extranjeras y otros mil 700 habitantes se desplazan diariamente a Bélgica para trabajar. “Cerrar las fronteras va en contra de nuestra economía. Sería la propia muerte de los trabajadores”, alerta Vergriete. Pero el jubilado Jean-Marc hace caso omiso de las advertencias: “A ver si tronando el sistema finalmente nos escuchan”, asegura.