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Alex Tizon se llevó la portada de la Revista Atlantic de este mes con su mejor historia: la revelación de la esclava que su familia mantuvo por 56 años.
Aún después de su muerte, Tizon inunda las páginas de la revista bostoniana con la misma prosa y maestría periodística que enseñaba en la Universidad de Oregon. Nunca supo que su confesión familiar, su aceptación pública de una gran culpa sería la portada de junio.
Los editores decidieron que la historia de Lola sería publicada en la edición de este mes, sin embargo, Tizon nunca lo supo: fue hallado muerto en su casa el pasado 23 de marzo.
El relato sobre la vida de Eudocia Tomas Pulido es estremecedor: la esclavitud moderna en el país de las oportunidades. El ganador del Pulitzer al periodismo de investigación 1997 lo describe con toda crudeza: “Luego que mi madre murió de leucemia en 1999, Lola se fue a vivir conmigo en una pequeña población al norte de Seattle. Yo tenía una familia, una carrera, una casa en los suburbios -el Sueño Americano-. Y entonces tuve una esclava”.
Tizon afirma que él mismo no comprendió lo que significaba tener una esclava hasta que cumplió 11 años. “Nunca hablamos de Lola. Nuestro secreto se guardaba en el centro de quienes éramos y, al menos como niños, quienes queríamos ser.”
“Para todos mis vecinos estadounidenses éramos migrantes modelo, una familia de catálogo. Nos lo decían siempre. Mi padre tenía un licenciatura en derecho, mi madre iba en camino de convertirse en doctora, mis hermanas y yo obteníamos buenas calificaciones y siempre decíamos “por favor” y “gracias”.
Lola llegó a la familia de Tizon a los 18 años, huyendo de un matrimonio arreglado con un criador de puercos que le doblaba la edad. El teniente Tom, su abuelo, le ofreció comida y techo a cambio de que cuidara a su hija, una huérfana que recién cumplía 12 años.
La mujer, que medía escasos 149 centímetros, llegó al hogar del teniente como un “regalo”. En Filipinas, la esclavitud fue tolerada incluso después de que terminó la era colonial española y permaneció hasta tiempos modernos en las zonas más remotas de las islas: la única condición era que los esclavos fueran aún más pobres que los dueños, los llamados “utusans”, que significa “la gente que sigue órdenes”.
El día de Lola comenzaba antes de que todos se levantaran y terminaba cuando todos habían ido a la cama. En Filipinas, lavaba la ropa en el río y sostenía la sombrilla para que el sol no quemara la piel de la madre de Tizon.
Cuando llegó a Estado Unidos, en 1964, tras 21 años de esclavitud en Filipinas, nada cambió. Aunque le prometieron una paga que podría enviar a sus padres en su pauperizada aldea, la realidad es que Lola trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer. No tenía una habitación para sí, dormía sobre las pilas de ropa por doblar con alguna prenda entre las manos.
En los rincones del cuarto de las niñas o algún sofá. Tizon admite que ella fungió como una figura paterna más próxima que sus propios padres. Antes que decir “mamá” o “papá” balbuceó “Oh-la”, es decir, Lola.
La mujer intentó volver a Filipinas en dos ocasiones, cuando sus padres fallecieron, en ninguna de los pudo hacerlo. Cinco años después de su llegada a EU sus papeles expiraron y sin posibilidad de arreglo legal para su estadia, los padres de Tizon decidieron esconderla.
Tizon relata que su hermano Arthur fue quien puso nombre a la situación de Lola. Fueron las películas y series de televisión las que les hicieron comprender el concepto de esclavitud. Nadie en la casa era tratado como Lola, nadie comía sobras, nadie era regañado por sentarse a descansar.
“Hasta antes de eso yo pensaba que sólo era un desafortunado miembro de la familia. Odiaba cuando mis padres le gritaban pero nunca se me había ocurrido que ellos -y la situación en sí misma- era inmoral.”
Cuando Alex tenía 15 años, su padre abandonó el hogar familiar luego de 25 años de matrimonio. El autor recuerda a su madre hecha ovillo sobre el regazo de Lola, mientras la esclava la consolaba en tagalo.
Lola nunca pudo dejar de hacer el trabajo de la casa, no porque a sus 75 años -cuando se fue a vivir con el autor- le fuera demandado, sino porque no conocía otra forma de vida. El propio periodista reconoce que fue difícil explicarle a la anciana que ya no era una esclava.
Era común verla barrer o comenzar a limpiar algo cuando Tizon entraba en una habitación. En 1998, Lola obtuvo la residencia. A los 83 años regresó a su pueblo natal, pero nada quedaba del lugar que ella recordaba y había abandonado 65 años atrás.
Volvió a Oregon después de un tiempo. Allí la sorprendió un ataque cardíaco a los 86 años. Para cuando la pequeña mujer regresó a Filipinas, pesaba sólo kilo y medio. Iba dentro de una urna funeraria.
Tizon pensaba que lo correcto es que sus restos descansaran en el lugar que la vio nacer.
Lea el artículo original en inglés.
Lea el editorial de The Atlantic.