La base del éxito del Estado Islámico (EI) es su imagen de triunfador, que lo volvió atractivo para personas descontentas en sus sociedades de origen. Pero también es una victoria para ellos la excesiva difusión de sus ataques, considerando que el objetivo de los terroristas es causar el mayor impacto sicológico posible. Así lo señala, en entrevista con EL UNIVERSAL, Carola García-Calvo especialista en terrorismo global y procesos de radicalización yihadista en el Real Instituto Elcano.

¿Qué puede hacer Europa para dejar de ser blanco del yihadismo?

—Europa no eligió ese papel, y poco puede hacer para deshacerse de él. Los ataques se sustentan en dos factores. Primero, el enorme reclutamiento de yihadistas en el continente: el Estado Islámico (EI) ha sido hábil atrayendo a jóvenes europeos, y unos 5 mil han luchado en Siria o Irak. Segundo, el cambio de estrategia de la organización: ahora que está perdiendo su califato en Medio Oriente, anima a esos jóvenes a atentar en sus países de origen.

¿Cómo se fragua ese cambio de estrategia?

—Una base del éxito propagandístico del EI es su imagen de triunfador. Al convertirse en 2014 en el primer grupo terrorista que conquista un territorio, se volvió un polo de atracción para muchas personas descontentas en su sociedad de origen. Ahora están cerca de perder ese territorio ante la ofensiva internacional en Siria e Irak, y los órganos de propaganda del grupo, como la revista Dabiq, intentan paliar esa imagen de debilidad cambiando de objetivo. Promueven dañar al enemigo en su propio terreno, atacando blancos fáciles, usando cualquier arma doméstica, como un cuchillo, o lanzando contra la multitud grandes vehículos. Incluso proponen ubicaciones para atentar: mercadillos, celebraciones o grandes eventos deportivos.

En esta guerra de mensajes contra la propaganda yihadista, ¿Europa y los medios reaccionan adecuadamente a los atentados?

—Los atentados contra civiles buscan un impacto sicológico más que físico. Esa sensación de querer cambiar tu modo de vida para evitar peligros es la clase de respuesta que busca el terrorismo. El terrorismo sin comunicación no existiría y se debe abrir un debate sobre cómo se informa de los ataques. Por supuesto, hay que hacerlo con libertad y sin censura, pero darle una difusión excesiva a cada atentado hace un flaco servicio. Hay que volver resiliente a la sociedad. Un ejemplo es el tratamiento comedido que se dio al atentado de Estocolmo [el 8 de abril].

Tras el atentado de Manchester, Reino Unido subió el nivel de alerta a “crítico”. ¿Son decisiones con base o alarmistas?

—No son alarmistas, porque se toman siguiendo datos sólidos y las recomendaciones de los expertos. Sin embargo, sí es cierto que a veces los gobiernos quieren un golpe de efecto para demostrar a su población que está segura y no se permitirán más agresiones. Lo hizo Francia tras los atentados en París del 13 de noviembre de 2015 [con 137 víctimas], cuando bombardeó Raqqa.

Salman Abedi, el terrorista de Manchester, es de padres libios. ¿Estos atentados criminalizan a refugiados y extranjeros?

—El EI busca ahondar la división social, pero hay que pensar el problema al revés. La mayoría de individuos que atentan en Europa han nacido y se han socializado en Europa. Son jóvenes que no se sienten atraídos por el proyecto de su sociedad o no tienen oportunidades y hay que ofrecerles una contranarrativa: un proyecto con contenido... y actuar contra la creación de guetos y sociedades paralelas en las metrópolis europeas.

¿Por qué se radicalizan unos jóvenes y no otros?

—Hay muchos factores, pero la cercanía de un agente radicalizador es desequilibrante. He estudiado estos procesos en España, y las conclusiones son extrapolables: un personaje carismático logra radicalizar a mucha gente a su alrededor; y si en el círculo de un joven hay alguien de confianza que se radicaliza, como un hermano o un amigo, se puede extender con facilidad.

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