Los hombres, al igual que las naciones, se enfrentan a días de prueba cuando lo que se ha dado por sentado el día de ayer ya no es un referente obligado para el mañana. Los acontecimientos vividos durante el último año en el Reino Unido parecen confirmar esta afirmación: frente a la trayectoria política abierta por el referéndum que el 23 de junio de 2016 decidió la salida de dicho país de la Unión Europea, se alza hoy la incertidumbre generada por el atentado terrorista del 22 de mayo de 2017 en la ciudad de Manchester.

El desafío se encuentra ahora en manos de la primera ministra Theresa May, quien el pasado 18 de abril obtuvo la anuencia del Parlamento de Westminster para convocar a elecciones anticipadas el próximo 8 de junio; un acto de audacia política que puso punto final a la tesis de que la dirigente del Partido Conservador era una figura carente de iniciativa propia. Antes del atentado de Manchester pocos dudaban en el Reino Unido sobre el escenario que con mayor probabilidad derivaría de esa elección: la construcción de una nueva mayoría parlamentaria favorable a la primera ministra, misma que le otorgaría legitimidad para plantar cara a las autoridades de la Unión Europea en el marco del arduo proceso de negociación derivado del Brexit.

En las últimas semanas esta perspectiva ha sido matizada por otros desarrollos políticos tanto a nivel interno como externo. En el continente, la victoria de Emmanuel Macron en la segunda ronda de las elecciones francesas celebradas el pasado 7 de mayo, ha puesto en entredicho el supuesto de que la Unión Europea era ya un proyecto a la deriva y ha permitido el rápido surgimiento de un polo franco-alemán que seguramente servirá como contrapeso a las pretensiones británicas de cara al arduo proceso de negociación que acompaña al Brexit. En el ámbito interno, el proyecto de May encuentra un eco de desconfianza entre los sectores más progresistas de la sociedad británica, toda vez que aspira a desmantelar las exiguas garantías de la seguridad social y la salud pública que aún persisten en el Reino Unido.

Por lo demás, mientras que ese proyecto político ha recibido un respaldo relativamente amplio en Inglaterra, el entusiasmo de los ciudadanos de Gales e Irlanda del Norte es más incierto. En Escocia, de la mano de un gobierno local encabezado por la ministra principal Nicola Sturgeon, la posibilidad de un segundo referéndum a favor de la independencia es una opción abierta en función de la evolución del proceso de negociación del Brexit.

El atentado de Manchester pareció poner en pausa todas estas controversias. No es, por cierto, la primera vez que May confronta una contingencia de este tipo. El 24 de marzo de este año la primera ministra se vio obligada a hacer frente a un atentado sobre London Bridge, a las puertas de Westminster, dando muestras de serenidad y aplomo que en ese momento fueron justamente reconocidas.

Hoy el escenario es distinto: mientras que el atentado de marzo fue planeado y llevado a cabo en solitario, las informaciones recabadas por la policía de Manchester y los servicios de inteligencia civil británicos tras el atentado del 22 de mayo sugieren que Salman Abedi formaba parte de una red islamista con lazos en el extranjero. Las implicaciones de este hecho son complejas: tras las reuniones del comité de emergencia COBRA que la primera ministra sostuvo a partir del martes 23 de mayo con las máximas instancias de seguridad y defensa de su país, el gobierno británico decidió (por primera vez en una década) aumentar el nivel de amenaza de ataque de “severo” a “crítico”, señalando así la inminencia de un nuevo incidente terrorista. Haciendo eco del estado de emergencia que aún hoy vive Francia, la primera ministra también decidió desplegar al ejército en puntos clave del país. No es difícil explicar la importancia de esta operación: la presencia de las tropas en las calles cumple con propósitos de disuasión efectivos mientras que, al mismo tiempo, señala la resolución del gobierno británico frente a la amenaza terrorista. Hecho sin precedentes en la historia reciente del Reino Unido, esta decisión se une así al conjunto de los sucesos que parecen marcar un inquietante tiempo nuevo en la vida de las islas británicas.

El viajero ocasional no encontrará elementos de inquietud evidente entre los ciudadanos británicos. Con la excepción de Manchester, en donde las muestras de solidaridad vencieron rápidamente a la zozobra generada por el atentado, la vida diaria en Londres y otras grandes ciudades ha transcurrido con el ritmo que les caracteriza. La fuente de su fortaleza se encuentra, qué duda cabe, en la certeza de que en momentos de extrema gravedad la sociedad británica ha sabido estar a la altura del momento histórico. Con todo, nadie olvida que el terrorista que atentó en Manchester nació y fue educado en esa gran ciudad industrial, icónica por sus contribuciones al imaginario cultural y deportivo de Gran Bretaña.

Hacer frente a las condiciones estructurales que han hecho posible la difusión del extremismo islamista en el seno de esa y otras grandes ciudades es uno de los desafíos centrales que hoy enfrenta la sociedad británica. Como quiera que sea, hay algo que resulta insoslayable: esta primavera ha sido una estación violenta para el león británico.

Analista en materia de seguridad internacional por The Fletcher School of Law and Diplomacy
@alexis_herreram

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