Tenía que ser la fiesta perfecta: una demostración de la vigencia de los valores republicanos. Unas elecciones ejemplares en Francia parecían el mejor antídoto contra las tentaciones autoritarias, las presiones rusas, el euroescepticismo. Pero las cosas no han salido como se esperaba.

La campaña terminó precipitadamente el jueves por la noche, un día antes de lo previsto, a causa del atentado yihadista en los Campos Elíseos que mató a un policía. Pero el mal venía de antes: las que debían ser las elecciones más limpias se transformaron casi desde su arranque en un lodazal de corrupción y eso dio alas a los candidatos de ultraderecha y de extrema izquierda. Francia desea una regeneración política a cualquier precio. “Ha sido un debate pobre. No se habló de la crisis de la Unión Europea ni de los problemas reales de Francia; sólo del Penelopegate”, explica Carine Marcé, directora asociada de la demoscópica Kantar Public.

El Penelopegate es el caso de la esposa de François Fillon —candidato de la derecha gaullista e inicial favorito para ganar en segunda ronda los comicios contra Marine Le Pen, líder de la extrema derecha—, acusada de haber cobrado por empleos falsos en la Asamblea Nacional.

René Dosière, diputado socialista especializado en el control de gastos públicos, cree que este hedor generalizado a podredumbre es, sin embargo, una buena noticia: una señal de regeneración. “Es una demostración de que la democracia francesa está mejorando los mecanismos de detección de comportamientos corruptos”, explica por teléfono. Dosière recuerda que en los últimos años se han aprobado leyes que permitieron las revelaciones sobre Fillon: “Son medidas de transparencia que han posibilitado que los periodistas y los jueces investiguen. La opinión pública se ha sensibilizado. Hace unos años, estos escándalos se hubieran enterrado sin explicaciones”.

Esta susceptibilidad de los franceses ante el espectáculo de la corrupción y el apego de sus representantes al poder ha favorecido que la campaña haya estado llena de giros. En cuanto un candidato comenzaba a parecer un político de verdad, los sondeos lo han castigado. Con el bipartidismo socialistas-gaullistas vencido de antemano, el independiente Emmanuel Macron irrumpió como un huracán, pero sus titubeos en los debates lo han hecho envejecer rápido.

El último en llegar a la contienda, Jean-Luc Mélenchon, es quien ha subido en las encuestas durante la recta final, con un proyecto radicalmente de izquierdas y partidario de desmantelar la Unión Europea tal como se le conoce hoy.

Ignacio Molina, analista del Real Instituto Elcano, explica que en gran medida esto se debe a que en Francia el valor político del momento es no ser asociado al establishment: “Han perdido las primarias en sus partidos los pesos pesados, como Nicolas Sarkozy en la derecha y Manuel Valls entre los socialistas: todo lo que no sea establishment parte con más posibilidades”.

Cualquiera que pase a segunda ronda contra Le Pen debería tener el apoyo de todos los rivales de la ultraderecha. Es lo que se denomina “el pacto republicano”: el cordón sanitario alrededor del Frente Nacional de Le Pen, un partido al que 58% de franceses, según la encuesta Kamtar Public, considera un peligro para la democracia. En 2002, fue ese pacto republicano el que impidió al padre de Marine, Jean Marie Le Pen, ganar contra Jacques Chirac. Pero de seguir los escándalos, o los atentados, ello podría incitar a los electores a decisiones extremas. Nada está dicho. Pero si Le Pen y Mélenchon son derrotados, Europa comprará tiempo en espera de que pasen las turbulencias del Brexit y el maremoto del descontento con la clase política.

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