Los brasileños volvieron a salir ayer a las calles de decenas de ciudades del país, aunque en un número muy inferior que cuando exigieron la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, para defender el combate a la corrupción y pedir una profunda renovación política.

Las manifestaciones fueron convocadas en las redes sociales por los mismos movimientos no partidarios que movilizaron a millones de brasileños el año pasado contra la entonces jefa de Estado, aunque esta vez no tuvieron la misma fuerza y reunieron reducidos grupos, con excepción de Sao Paulo.

Las protestas se desarrollaron sin incidentes en al menos 10 de los 27 estados del país. En algunas capitales regionales el número de manifestantes no superaba el medio centenar.

La gran excepción fue Sao Paulo en donde miles de personas ocuparon varias calles de la emblemática Avenida Paulista. La principal bandera de los manifestantes fue su apoyo a la investigación del gigantesco escándalo de corrupción en Petrobras, que salpica a más de un centenar de políticos, incluyendo a al menos seis ministros, para defenderla de los intentos de algunos parlamentarios de frenarla y hasta de aprobar una amnistía.

Ahí destacaron las pancartas de apoyo al juez Sergio Moro, que ha mandado a la cárcel a decenas de implicados en el escándalo de Petrobras y al que muchos manifestantes proponen como candidato presidencial.

En ese municipio Tatiana Penachio, una estudiante de 34 años, mostró su hartazgo. “Estoy decepcionada con todos los políticos. Me manifesté contra Dilma, porque tenía esperanza de que las cosas iban a cambiar, y no me gusta el gobierno de Temer. El mayor problema de Brasil es el foro privilegiado, hasta que no lo quiten, los bandidos seguirán en el poder y el pueblo sufriendo”, sostuvo.

En Río de Janeiro, frente a la playa de Copacabana, Marcelo, abogado de 78 años, dijo: “Tenemos que cambiar y moralizar el país. Acabar con ese descaro total que hay en Brasilia. Llegó la hora de la limpieza total”.

Uno de los actos más vistosos fue el de Brasilia, en donde unas 600 personas se reunieron en los jardines frente a la sede del Congreso para, al ritmo de una marcha fúnebre, desfilar detrás de 12 ataúdes que simbolizaban políticos acusados de corrupción.

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