Alrededor de 13 millones de holandeses están convocados este miércoles a las urnas para participar en los comicios legislativos que definirán a las fuerzas políticas que tendrán la responsabilidad de formar el próximo gobierno de los Países Bajos.
La relevancia de los comicios va más allá de las fronteras naranja: son considerados un termómetro para medir la fuerza de los populistas europeos tras el voto del Brexit y la victoria de Donald Trump en las presidenciales estadounidenses, al tiempo que marcan el banderazo de salida al año electoral que incluye a Francia y Alemania.
Los reflectores de la prensa internacional están centrados en la contienda entre el primer ministro Mark Rutte, del Partido Liberal (VVD), y el máximo exponente a la oposición al Islam en Europa, Geert Wilders, del Partido por la Libertad (PVV); pero la realidad es que se trata de una carrera abierta entre cinco partidos.
Si bien el último sondeo de la encuestadora de Maurice de Hond muestra un repunte del partido de Rutte como consecuencia de la crisis diplomática con Turquía, el VVD se estaría llevando 27 escaños, por debajo de los 41 que obtuvo en las pasadas elecciones de 2012.
Wilders figura al alza por el choque con Ankara, con 24 asientos parlamentarios, nueve más de los actuales, pero lejos de las 30 curules que proyectaba en diciembre pasado.
Joop van Holsteyn, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Leiden, explica a EL UNIVERSAL que el PVV se ha visto afectado en las encuestas por la decisión de Wilders de evitar algunas actividades de campaña, como los debates televisivos (sólo participó en los dos últimos).
“Pero definitivamente tiene que ver el hecho de que muchos partidos relevantes aclararon que no cooperarían con el PVV en la formación de un nuevo gobierno de coalición. Esto hizo que el partido fuera una opción menos atractiva, en particular para los votantes estratégicos que hacen su cálculo electoral con base en la formación de coalición potencial”, agrega.
Ruud Koole, profesor del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Leiden, sostiene que el desempeño del PVV puede verse afectado por el “efecto Trump”. “Al principio la victoria de Trump le fue favorable a Wilders, pero luego del caótico primer mes de la presidencia estadounidense ya no le ayudó más, porque los votantes indecisos buscan orden, no caos”, dice a este diario.
Al margen de los punteros, cerraron con fuerza los Demócratas 66 (D66) de Alexander Pechtold, un europeísta que hizo de la educación y la salud su bandera de campaña; y los Democristianos (CDA), un partido conservador que en el pasado dominó la escena política holandesa y que están de vuelta en la pelea electoral a través de Sybrand Buma y un discurso conservador y nacionalista.
También prometen dar la campanada los Verdes de izquierda, dirigidos por el llamado “goldenboy” de la política naranja, Jesse Klaver, de 30 años, hijo de padre marroquí y madre indonesia y quien enfatiza en la necesidad de políticas sociales y ambientales. Klaver parece que sacará ventaja de la anunciada caída de los laboristas PvdA, actuales miembros del gabinete de Rutte y que en el pasado fueron la fuerza más prominente en la izquierda.
Ante la ausencia de un tema dominante durante la campaña (se habló de identidad, salud, justicia, Europa, asilo, edad de jubilación), los politólogos prevén que el voto de los indecisos sea disperso. Como resultado, después de las elecciones no existirán partidos grandes en Holanda, sólo medios y pequeños, lo que hará complicada la formación de un nuevo gobierno de coalición.
En total participan en la contienda 28 partidos, y para poder operar el próximo gabinete necesitará acercarse a la franja de los 76 escaños de los 150 que forman el Parlamento.
Los estadistas llegan a los comicios identificando 13 combinaciones distintas involucrando a cinco partidos, obviamente excluyendo al de Wilders, con el que no hay interés de trabajar por sus radicales posiciones respecto a Europa y el Islam.
Historiador de formación, Rutte, de 50 años edad, es un modesto político que ha vivido solo en el mismo departamento en La Haya desde los 28 años. Al final de su segundo mandato, entrega un país que ha vuelto a la senda del crecimiento (2.1% en 2016), y del pleno empleo, es el sexto socio de la Unión Europea con menor paro, 5.3%. A pesar de las estadísticas, el VVD no tiene garantías de que será la primera fuerza política. “El principal problema para Rutte y para el gobierno en su conjunto es que los problemas económicos están más o menos resueltos, al menos en comparación con hace algunos años, pero los votantes tienden más a castigar a los titulares que recompensarlos. Ocurrió en 2002 con los laboristas”, sostiene van Holsteyn.
Rutte cerró la campaña pidiendo al electorado hacer de Holanda el país que puso freno el “efecto dominó” del populismo, al tiempo que reiteró ser el líder indicado para conducir al país ante los desafíos internos y externos, desde migración hasta la crisis diplomática con Turquía.
Wilders concluyó siendo fiel a su guión nacionalista, asegurando que “Holanda es de los holandeses”, denunciando que el Islam es la mayor amenaza del país europeo —en el debate de ayer dijo que Mahoma es un “señor de la guerra y un pedófilo—, entre otras cosas. “No es seguro que Wilders se lleve el mayor número de escaños. Pero de ser el caso, es casi seguro que no participe en la próxima coalición gubernamental, los otros partidos han rehusado trabajar con él”, sostiene Koole.