Parece como si un rayo hubiera pegado en la capital de Estados Unidos. En sus primeros días en funciones como presidente del país, Donald Trump ha firmado un sinfín de órdenes ejecutivas que intentan dar rumbo al nuevo gobierno, peleado con los jefes de Estado de México y Australia por teléfono y Twitter y declarado al mundo que su estrategia es “Estados Unidos primero”, un quiebre abierto con las propuestas de pasadas administraciones republicanas y demócratas que intentaban insertar al país como la ancla del sistema global.
De un golpe —o quizás, más bien, de unos plumazos y declaraciones grandilocuentes— pretende redefinir la política migratoria, el sistema fiscal, de salud, los acuerdos comerciales y la relación de EU con otros países, todo al mismo tiempo. Pero con las tormentas no hay que juzgar el efecto sólo por el estruendo de los truenos, sino que hay que esperar hasta que se acabe —o por lo menos baje de intensidad— para ver qué queda de impacto real. Y ahí todavía nos quedan más preguntas que respuestas.
No hay duda de que el estilo en Washington ha cambiado y de que Trump ha aprovechado sus primeros días para marcar pautas respecto a dónde quiere llevar su agenda política. Algunas de sus decisiones seguramente tendrán impactos reales en la política pública, pero en otros casos su efecto dependerá de decisiones posteriores en el Congreso, de cómo se implementan sus mandatos o de los resultados de casos judiciales que buscan frenar sus iniciativas.
En migración, por ejemplo, su decisión de limitar el número de refugiados y de expandir los criterios para detención de migrantes indocumentados sí tendrá impactos, limitando el número de asilados que se aceptan en EU y permitiendo que los agentes migratorios den prioridad a la deportación no sólo de indocumentados con una ficha penal, sino de otros que podrían presentar un peligro al país o representar un cargo al erario público.
Pero otras de sus medidas —la construcción de un muro en la frontera con México, la contratación de 10 mil agentes de la Patrulla Fronteriza y 5 mil de Inmigración y Aduanas (los que efectúan las deportaciones desde el interior del país)—, requieren de fondos otorgados por el Congreso. No dudo que habrá apoyo de la legislatura en estas metas, pero es muy probable que aprueben mucho menos de lo pedido por Trump.
Respecto a la suspensión de visas para personas de siete países musulmanes, el Departamento del Seguridad Nacional ya obligó a La Casa Blanca a permitir a los que ya tenían su residencia legal ingresar al país, y los tribunales han suspendido la medida en su totalidad, por lo menos por ahora, así que habrá que esperar una decisión judicial final para ver si se implementa o no.
El presidente puede intentar actuar sin consultar con otros miembros de su gabinete, como parece haber pasado en estos días, pero no siempre lleva a resultados exitosos.
Es posible que esta tormenta de actividad le rinda frutos a Trump en su intento de redefinir el rumbo del país, pero hay algunas evidencias de que se está enfrentando muy rápido con tres grupos que necesita para poder gobernar e implementar su visión a largo plazo.
El primero es el Congreso, que tendrá que decidir el presupuesto para implementar sus iniciativas y aprobar legislación para cambiar el sistema fiscal y de salud. Varios senadores y congresistas han criticado sus medidas iniciales, y si bien no enfrentarán al presidente directamente en sus primeros meses, es probable que muestren su fuerza demorando y recortando sus iniciativas. A diferencia de Ronald Reagan, con quien Trump le gusta asociarse, no ha usado sus primeros días en funciones para construir puentes con los líderes en la legislatura.
El segundo grupo con el que sus primeras iniciativas están encontrando resistencia es el público estadounidense, del que depende su legitimidad. Dos encuestas, de CNN/ORC y de Gallup, muestran que 60% de la población estadounidense se opone al muro en la frontera con México y 52-53% expresa oposición a la prohibición de entrada a personas de los siete países musulmanes. Su nivel de aprobación sigue por debajo de 50%, algo novedoso para un presidente de EU en sus primeros días en la Casa Blanca. Desde luego, es posible que Trump vaya revirtiendo estas tendencias y convenciendo a más conciudadanos de sus decisiones, pero hasta ahora no parece haber pasado.
Finalmente, se ha enfrentado con líderes y públicos internacionales muy rápido, lo que disminuye el margen de maniobra que tendrá en asuntos internacionales. El caso emblemático es, sin duda, México. En dos semanas EU dejó atrás una política de más de dos décadas de ir profundizando sus relaciones con los dos vecinos con los que comparte el continente, demandando que el gobierno mexicano pague por un muro que ni siquiera quiere y que se negocie un nuevo acuerdo comercial en lugar del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Esto puede afectar todos los temas de cooperación, incluyendo la colaboración contra grupos criminales y terroristas en el hemisferio, y amenaza con minar las economías de ambos países. Y no sólo se enfrentó con el gobierno mexicano, sino con la dignidad de todos los mexicanos, lo que hace muy difícil que se encarrile la cooperación de nuevo aun si Trump quisiera hacerlo.
Pero si México es el caso ejemplar, no está solo en esto. Trump también peleó con el primer ministro de Australia, país aliado de muchos años —por los mil 200 refugiados que el antecesor de Trump, Barack Obama, prometió recibir—, y su asesor económico acusó al gobierno alemán de estar devaluando a propósito la moneda europea para mejorar su posición comercial con EU. Una encuesta en ese país indica que los alemanes han pasado de tener una confianza alta y generalizada hacia EU a tener muy poca en un periodo de sólo unos meses.
Trump ha estado apostando a que puede cambiar el rumbo del país sin consensos por la fuerza de su personalidad y sus decisiones. Pero en la política poco se logra sin negociaciones y la cooperación de otros actores.
No estoy seguro de que le vaya a fallar su estrategia —es posible que Trump esté sólo poniendo marcadores y que después estará dispuesto a negociar los detalles específicos— pero hay indicios de que cree que puede gobernar solo, sin ataduras, tanto en la política doméstica como en asuntos internacionales. Con esta estrategia ha provocado una tormenta estruendosa desde Washington que está salpicando a todo el mundo, pero queda por ver qué tanto deja huella al final en cambios en la política pública.
Vicepresidente ejecutivo del Centro Woodrow Wilson