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Jeanette Vizguerra Ramirez, de 45 años, debía presentarse ayer por la mañana en las oficinas del Servicio de Inmigración y Aduanas de la ciudad de Denver para registrarse. Sobre ella pende una orden de deportación girada en 2011 a la espera de una resolución sobre una petición de visado que nunca llega; en lugar de ir en persona mandó a su abogado para pedir una prórroga de su estancia. Le fue denegada.
Entonces tomó una decisión drástica: a partir de ese momento evitaría la deportación refugiándose en la Primera Sociedad Unitaria de Denver (Colorado), una de las iglesias que forman parte del movimiento santuario.
“Mi intuición me dijo que si entraba ahí [las oficinas de migración] no iba a salir. Y mi intuición no falló: ya tenían lista la carta, diciendo que me han negado mi extensión. Si hubiera ido, me hubieran detenido”, cuenta Vizguerra a EL UNIVERSAL y asegura que está lista para dar la batalla y no esconderse.
Esta mexicana llegó como indocumentada a Estados Unidos en 1997 con una hija bajo el brazo. Ya asentada tuvo otros tres hijos, que ahora tienen 12, 10 y seis años de edad, y trabajó limpiando casas. Es la más reciente imagen del inmigrante indocumentado afectado por la política represiva del presidente Donald Trump, pero también promete dar lucha contra las deportaciones.
Las fuerzas de seguridad la consideran una “prioridad” para su expulsión porque tiene en su historial dos delitos: conducción sin licencia y uso de información falsa en una solicitud de trabajo. Fue arrestada en 2012 tras reingresar al país, todavía como indocumentada, tras asistir al funeral de su madre en México.
Desde hace casi cuatro años cumplía con todos los requisitos para postergar su deportación. Ayer la prórroga terminó, a pesar de que está pendiente la respuesta a su solicitud de un visado especial para “sobreviviente de crimen violento”. Su esposo fue detenido por golpearla.
Vizguerra, activista por los derechos de los migrantes, atiende a EL UNIVERSAL vía telefónica desde la iglesia, cuyo sótano será su nuevo hogar a partir de ahora. Su voz se escucha débil por una “tos horrible” de tanto protestar y repetir su historia. “Se están rompiendo las reglas respecto a las leyes”, sentencia entre tos y tos.
Señala que los últimos actos contra los inmigrantes, especialmente “las redadas, la detención y deportación de Guadalupe García [también mexicana y deportada la semana pasada], el arresto de un joven soñador [mexicano] de 23 años”, la han hecho ser más consciente de lo que está en juego.
Asegura que ya tenía pensado resguardarse en la iglesia, pero lo hizo público cuando se enteró que le habían entregado a su abogado “un párrafo muy corto diciendo que no me habían renovado [la prórroga de su estancia], sin razones ni por qué”.
El caso de Vizguerra es muy conocido en Estados Unidos, por lo que su reclamo por legalizar su situación ha llegado al Congreso.
El congresista de su distrito, el demócrata Jared Polis, ha introducido tres veces en los últimos cinco años en la Cámara de Representantes una iniciativa para conseguirle un visado de inmigrante. La propuesta nunca ha pasado la primera fase.
La comunidad migrante de Colorado, estado que no sufrió de la oleada de redadas de la semana pasada que terminó con 680 indocumentados arrestados, teme que la zona sea el próximo objetivo de las fuerzas de deportación. Por si acaso, organizaciones pro derechos de los inmigrantes están preparando sus equipos legales para afrontar cualquier acción futura.
Para Vizguerra, vivir en la iglesia será una manera “de refugiarse y no estarse escondiendo”. Es su forma de resistir a una deportación para la que pueden pasar “días, meses e incluso años”.
“Pero al final, cuando salga, voy a salir con algo de beneficio para mí”, asegura orgullosa.
Mientras tanto, sus abogados seguirán trabajando en las cuestiones legales. Al mismo tiempo, ella continuará su labor en la parte comunitaria.
Reconoce que los agentes de la “migra” saben ahora dónde está, y la duda será si se atreverán a traspasar estos “lugares sensitivos” [iglesias, escuelas y hospitales], en los que prevalece una regla no escrita de no traspasar.
“No sé cuánto tiempo [voy a estar aquí], pero yo estoy lista para darle batalla al señor Trump”, concluye ya afónica. Dice que sus hijos necesitan su atención y su voz. Ella, descanso.