La cercanía del gobierno del presidente estadounidense Donald Trump con Rusia finalmente cobra factura. El primer caído es el ex general Michael Flynn, quien debió renunciar como asesor de Seguridad Nacional tras revelarse que conversó por teléfono con el embajador de Rusia sobre el levantamiento de sanciones a Moscú.
Con apenas 29 días en el cargo, Flynn sufrió un golpe letal cuando medios estadounidenses revelaron que mantuvo una conversación telefónica con el embajador ruso en EU, Sergey Kislyak, el 29 de diciembre, antes de que Trump asumiera la presidencia, en la que habló de las sanciones justo el mismo día en que el aún mandatario Barack Obama anunció nuevas medidas contra el régimen ruso por la inferferencia de éste en la campaña presidencial estadounidense, en beneficio de Trump.
Cuestionado al respecto no una, sino varias veces, Flynn negó ante el vicepresidente Mike Pence haber hablado sobre el tema con Kislyak. En entrevistas televisivas, Pence dijo creer a Flynn, pese a que el Departamento de Justicia advirtió a finales de enero a la Casa Blanca de que el asesor de Seguridad Nacional podía estar en una posición comprometida por sus contradicciones sobre sus contactos con Kislyak, e incluso ser vulnerable a posibles chantajes del Kremlin.
Hoy, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, reconoció que el propio Trump fue informado de la advertencia del Departamento de Justicia, y que aunque no hubo violación de la ley por parte de Flynn, el mandatario optó por pedirle la renuncia por una “cuestión de confianza”.
La cercanía de Flynn, un ex director de inteligencia militar, con el presidente ruso Vladimir Putin era conocida, como también su radicalización. En algún momento, el periodista George Packer llamó a Flynn el hombre más peligroso, por mucho, del equipo Trump.
En la campaña del republicano, levantó polémica cuando gritó “enciérrenla”, aludiendo a la candidata demócrata Hillary Clinton y el uso que hizo ella de un servidor de correo electrónico privado cuando era secretaria de Estado.
Pero Trump decidió premiar la lealtad de Flynn con el puesto de asesor, que dada la nula experiencia del magnate en política exterior y en seguridad, es clave.
La cercanía del actual gobierno estadounidense con el Kremlin ha sido una constante causa de polémica, que creció aún más cuando decidió nombrar como secretario de Estado a Rex Tillerson, otro cercano a Moscú. Las agencias de inteligencia revelaron que Putin encabezó una campaña para interferir en el proceso electoral estadounidense, filtrando información en contra de Hillary. Trump rechazó una y otra vez la injerencia rusa, hasta que finalmente tuvo que rendirse a las evidencias. Sin embargo, la postura del mandatario ante los rusos sigue siendo más bien vaga, lo que ha desatado la preocupación no sólo de demócratas, sino de los propios republicanos, que le exigen desmarcarse.
Hoy, pese a la partida de Flynn, quedan muchas dudas en el aire, incluyendo qué tanto sabían Pence y el propio Trump de lo que habló el asesor con el embajador ruso, e incluso si actuó solo o bajo las órdenes del gobierno.
*Con información de agencias
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